Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


miércoles, 27 de mayo de 2009

Emilio


En la primavera de 1997, me sucedieron cosas fundamentales en mi vida, en especial dos: Después de intentarlo durante 3 años, conseguí entrar a trabajar en la institución en la que aún sigo (internado) y, dos, fui por primera vez a la peluquería de Emilio, a la que sigo yendo, 12 años después, cada vez que estoy en Madrid. Se ha convertido en una especie de chiste a mi costa que viajo a Madrid a cortarme el pelo. ¡Qué se rían; qué saben ellos! Emilio es el mejor peluquero que me he encontrado nunca.

Según me dijo uno de mis "peluqueros de emergencia", en Bruselas, los hombres tendemos a ser muy fieles a nuestros peluqueros, le demos o no importancia, sean tradicionales o modernísimos. Al menos en mi caso, es cierto. He tenido dos "peluqueros de cabecera".

Antes de Emilio, fue Mª Jesús, a la que me llevó mi madre, que era clienta, ante mi "desesperación" por no encontrar a nadie en Vigo que me hiciera un "corte moderno" -un "corte moderno circa 1985": pelo corto de punta y patillas afeitadas por encima de las orejas-. El flechazo fue mutuo y fulminante -como son los flechazos-. Durante casi 10 años, no dejé que nadie más me tocara la cabeza. Viajaba de Madrid a Vigo a cortarme el pelo. Hacia el 93, Mª Jesús se mudó a Fuengirola, donde vivía su hermano, y yo me quedé más perdido que un arenque en una convención de focas.

Creo que Mª Jesús y yo nos caíamos tan bien porque los dos estábamos a disgusto en Vigo -ella se había mudado siguiendo a un tío, que la terminó dejando, y no podía con el mal tiempo- y porque, según me decía a veces, yo le recordaba a su hermano. Durante todos esos años, me hizo los cortes de pelo que le dieron la gana. Salvo mechas y permanente, sobre lo que insistía mucho en los 80, le dejé raparme al 1, me convenció de llevar una media melena tipo "Bono", llevé la nuca rapada y flequillo por delante; llevé todas las modas capilares de la época, con ese toque "de Provincias" que hace que vayas siempre un poco desfasado y no cojas del todo el punto, aunque ella era una peluquera buenísima.

Volviendo al 97, que en mi recuerdo era una época más sencilla e inocente; como diría Jack "Just" McFarland: Madonna era relevante, Fangoria hacía buena música y nos divertíamos bailando a Mónica Naranjo (Mónica who?). La alegría de vivir que sentí esa primavera tenía el trasfondo del principio del "mari-boom", cuando empezaron a abrir "locales de día" (librerías, tiendas, cafeterías, restaurantes) en Chueca y los "locales de noche" abandonaban el timbre, en favor de cristaleras a la calle. Las cosas cambiaban y nos parecía que era, simplemente, la extensión de la confianza en nosotros mismos que sentíamos. Yo aún seguía con mi ligero activismo, era miembro del COGAM y usaba la tarjeta, que daba derecho a descuentos en tiendas y cosas por el estilo, en toda ocasión.

Así que, después de unos años sin peluquero, decidí que era el momento de volver a hacerme "un corte moderno". Busqué en la revista del COGAM las peluquerías que hacían descuento -no eran más de 4; que no todos los peluqueros son activistas- y elegí Xiquena. No sé por qué, no me acuerdo; quiero pensar que fue el destino, que también hizo que me atendiera Emilio y no su socio Fernando.

Emilio es un peluquero buenísimo y muy serio. Por algún motivo, cuando hablo de él, la gente se imagina una locaza parlanchina y un poco gritona. No sé por qué, porque no es para nada así. Habla poco, lo que yo agradezco, porque me entra sueño cuando me andan por la cabeza, y se concentra en lo que está haciendo. Habla poco, pero habla. Emilio está más que de vuelta de casi todo. Si ese día tiene ganas de hablar, te puede regalar un par de anécdotas del "Ku" de Ibiza o hacerte reír con sus comentarios sobre la gente (famosísima, pero que él no reconoce) que se cruza en su gimnasio o reírse de sí mismo y de nosotros ("esas lycras que llevan 10 años pasadas de moda").

Recuerdo el lunes después del Orgullo de 2001, cuando se produjo la explosión final y la manifestación -mira que soy antigua- del Orgullo Gay se transformó irremediablemente en la fiesta popular callejera por antonomasia de Madrid. Empezamos a hablar de cómo se había puesto el Centro -y recordar las primeras competiciones de lanzamiento de bolso y carrera con tacones-, hasta que, muy serio, me dijo: "soy homófobo, odio a los maricas". El jueves por la tarde, no había podido sacar a su perra a la calle, porque la puerta de su edificio estaba bloqueada por la cantidad de gente que había en la calle -la calle Pelayo, tan centro de Chueca como la plaza, donde lleva viviendo como 20 años-. Desde entonces, cada año, su madre se queda con la perra durante esa semana y él hace el chiste de su homofobia.

No le soy totalmente fiel -ni él a mi-, sobre todo porque en estos 12 años no he vivido siempre en Madrid. He tenido algún "peluquero de emergencia" bueno. En Puerto Príncipe, sólo había un peluquero que sabía "cortar nuestro pelo", como decían las señoras bien, queriendo decir "el pelo de los blancos", aunque ninguna de ellas lo fuera. No era mal peluquero, aunque lo mejor era que su peluquería era lo más parecido a un bar de ambiente en la ciudad: siempre estaba animado, con gente que se dejaba caer para tomar un café y charlar un rato -es decir, a ver si pillaban algo. Pero, siempre que viajo a Madrid, voy a que Emilio me corte el pelo.

Después de todos estos años, evidentemente, no sólo voy a su peluquería porque me haga unos cortes estupendos y me deje guapo -"se te queda cara de niño bueno", suele decirme; se lo dice a todas, he terminado por descubrir-, sino porque ir a Xiquena es parte de lo que, para mi, ha sido y es Madrid; como las calle regadas en verano.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Por fin un post sobre Emilio!!

Squirrel dijo...

Darling, te superas. Y me superas. Menuda entrada. Emilio es lo mejor de lo mejor, además de un peluquero excepcional. No sé si te he contado que me ha encontrado casa en Ibiza para este verano. Y ya sabes que, con grandes matices, comprendo bastante sus fobias. Y sus filias, porque aunque yo no esté enamorado de ti como él lo está, sabes que te quiero muchísimo.

Y María Jesús, qué bien me cae. Cómo me gustaban las patillas rapadas, que están volviendo, por cierto. Estoy pensando en rapármelas, pero dejándome la barba. Muy friki, ¿no? Y gracias por el link a su peluquería, del que me siento algo responsable.

Stanwyck dijo...

Anónimo: no sabes tú el morbo que me da un comentario anónimo. No dejo de darle vueltas a quién puedes ser. Porque Notorious firma.

Breckinridge: acabamos de hablar. ¡Qué ilusión me hace la noticia! Intento visualizar las patillas rapadas y la barba y no me sale. Sí, sería friqui, pero puede tener su puntito. Muchas gracias, yo también te quiero.
Vamos a hacer un veraneo parecido: yo creo que iré a Ibiza, Mallorca y Menorca...

theodore dijo...

El post, estupendo, y me ha encantado la frase final.

Tiene que ser todo un elemento el Emilio este...

Anónimo dijo...

No, no era yo, aunque llevo tanto tiempo oyéndoos hablar de Emilio que podría haber sido. La próxima vez que vaya a Madrid, me corto el pelo con Emilio. ¿Puedo?

¿Y si me atiende Fernando, qué hago?
Notorious

Stanwyck dijo...

theodore, como dice Breckinridge, Emilio es lo mejor y un peluquero fantástico.

Notorious: ¿Poder? ¡Claro que puedes! Llama y pide hora con él, aunque los otros peluqueros son también muy buenos. Pero no pidas hora con Fernando, porque Fernando se jubiló hace unos 6 años. Si tú no eras el anónimo, ¿quién será? ¡Qué tensión!