Breckenridge me pidió, justo después de la boda, que escribiera la crónica. Agradecido y emocionado, lo hago. Eso sí, no será ni especialmente rosa, ni muy cómica; me sale más bien política y romántica.
Se casaron a las ocho menos veinte de la tarde, en la Casa de la Panadería, en la Plaza Mayor de Madrid. Éramos diez: los novios, que estaban muy guapos –sobre todo el flamante Sr. de Breckenridge- y felices, y ocho invitados: la hermana de Breckenridge, unas cuantas de sus grouppies y servidor. Se suponía que una amiga de la infancia y yo íbamos a ser los testigos, pero fuimos reemplazadas. Nos dieron miles de explicaciones técnicas, sin embargo, como las dos testigas eran más jóvenes, más guapas y, sobre todo, más altas: quedaban mejor en las fotos.
Llegamos todos juntos a la puerta del edificio, pedimos la vez y nos pusimos a esperar. Teníamos dos bodas heterosexuales delante. No voy a criticarlos -si no tienes nada bueno que decir de alguien, mejor cállate, decía mi abuela Tatona-, pero tengo que reconocer que nos hicieron la espera más amena. Notorious lo hubiese pasado fatal: la segunda boda unía a dos familias de cuellicortos, lo que me llevó a preguntarme: ¿Tendrán sus bares y páginas de contactos? ¿Qué música bailan? ¿Tienen un código especial o se reconocen fácilmente? ¿Cuál es su modisto preferido?
La ceremonia fue perfecta. La sala es bonita, la vista sobre la Plaza Mayor estupenda y nosotros estábamos contentos y emocionados. Fue una ceremonia muy administrativa; el Presidente de la Junta del Distrito Centro se debe de saber los artículos 66, 67 y 68 del Código Civil del derecho y del revés. Los dijo sin especial interés, pero llega a tener que leer uno más y yo termino llorando. Hace 12 años, yo también me los sabía de memoria, pero era una versión peor. Impresiona que algo tan sencillo, y un poco feo, como la palabra “cónyuges” pueda tener tanta fuerza y decir tantas cosas. Luego vino el “sí, quiero”, que los dos dijeron alto y claro.
Después de la boda, los esposos nos convidaron a su casa, a brindar con champán del bueno y ponernos tibios de jamón y croquetas. Dijeron unas palabras. Breckenridge habló muy bien; nos dio las gracias por venir y reconoció que estaba muy feliz de haberse dejado convencer de casarse. Su marido, que es un hombre alto, inteligente y de pocas palabras, suele decir la palabra justa. Hace años, en una comida de gente dispar y mucho vino, en el momento álgido de una acalorada y alocada discusión sobre canciones con letra ridícula, dijo simplemente “I say to Thee, Respectfully” y nos calló la boca.
En su casa, el día de su boda, nos dijo que Breckenridge y él se quieren mucho, son muy felices juntos y son lo mejor que le ha pasada el uno al otro. Por eso, añadió, era lógico aprovechar que vivían en un país que les permitía expresar ese amor y ese compromiso plenamente. Qué razón tiene.
Mucha gente dice eso de que el matrimonio es sólo un papel. Yo no estoy de acuerdo, el matrimonio o, mejor dicho, la ceremonia de contraerlo es la máxima expresión social de amor y compromiso. Es cierto que, en todo lo demás, una pareja de hecho y una pareja casada no se diferencian especialmente y que se puede hablar de “marido” y de “mujer” sin necesidad de estar casados. Sobre todo, si eres heterosexual, porque si eres homosexual, cuando lo haces, suenas un poco a “mariloca” hablando en femenino o “camioneuse” después de la quinta cerveza. Respeto mucho a quienes deciden no casarse, porque entiendo que eligen dejar de lado una institución –y un contrato, que la discusión jurídica quedó en tablas– que les parece caduca y no les interesa, pero, en el caso de las parejas de personas del mismo sexo, lo “tradicional”, lo “de toda la vida”, lo “normal” es, precisamente, no casarse o, mejor dicho, no poder hacerlo. Por eso, ¡hay que casarse! Es lo verdaderamente subversivo. A ver si convenzco a mi novio.
Después del champán, el jamón y las croquetas, y los discursos y las fotos buenas, nos fuimos a Las Visitillas a comer pollo al ajillo. ¡Gran elección! ¡Qué bueno estaba! Fue una cena divertida, pero no terminamos sobre la mesa, descamisados, subastando corbatas, ligueros, sujetadores. Eso sí, gritamos “¡Vivan Los Novios!”, que es la parte que más me gusta de las bodas. En el fondo, la boda fue como una de esas noches de verano en las que quedabas a cenar con ellos y te llevaban a Las Vistillas, aunque mejor, más divertida, más bonita; hasta a la pobre Almudena se veía casi bonita. Nos recogimos antes de la media noche. Breckenridge y su marido tenían que madrugar, por temas de papeles y porque se iban a Sevilla de luna de miel. Se me pasó preguntarles por qué Sevilla. Sé que algo sé, que Breckenridge alguna vez algo me contó, pero no logro acordarme. También es posible que me confunda y que eligieran Sevilla porque les dio la gana.
Ahora están en América, dejando atónitos a los saudíes que se esconden bajo la piel de un “caballero español” o una “wasp liberal”. Breckenridge y su marido son ya muy felices –y comen de todo–, así que lo que se les puede desear es que sigan siéndolo.
Se casaron a las ocho menos veinte de la tarde, en la Casa de la Panadería, en la Plaza Mayor de Madrid. Éramos diez: los novios, que estaban muy guapos –sobre todo el flamante Sr. de Breckenridge- y felices, y ocho invitados: la hermana de Breckenridge, unas cuantas de sus grouppies y servidor. Se suponía que una amiga de la infancia y yo íbamos a ser los testigos, pero fuimos reemplazadas. Nos dieron miles de explicaciones técnicas, sin embargo, como las dos testigas eran más jóvenes, más guapas y, sobre todo, más altas: quedaban mejor en las fotos.
Llegamos todos juntos a la puerta del edificio, pedimos la vez y nos pusimos a esperar. Teníamos dos bodas heterosexuales delante. No voy a criticarlos -si no tienes nada bueno que decir de alguien, mejor cállate, decía mi abuela Tatona-, pero tengo que reconocer que nos hicieron la espera más amena. Notorious lo hubiese pasado fatal: la segunda boda unía a dos familias de cuellicortos, lo que me llevó a preguntarme: ¿Tendrán sus bares y páginas de contactos? ¿Qué música bailan? ¿Tienen un código especial o se reconocen fácilmente? ¿Cuál es su modisto preferido?
La ceremonia fue perfecta. La sala es bonita, la vista sobre la Plaza Mayor estupenda y nosotros estábamos contentos y emocionados. Fue una ceremonia muy administrativa; el Presidente de la Junta del Distrito Centro se debe de saber los artículos 66, 67 y 68 del Código Civil del derecho y del revés. Los dijo sin especial interés, pero llega a tener que leer uno más y yo termino llorando. Hace 12 años, yo también me los sabía de memoria, pero era una versión peor. Impresiona que algo tan sencillo, y un poco feo, como la palabra “cónyuges” pueda tener tanta fuerza y decir tantas cosas. Luego vino el “sí, quiero”, que los dos dijeron alto y claro.
Después de la boda, los esposos nos convidaron a su casa, a brindar con champán del bueno y ponernos tibios de jamón y croquetas. Dijeron unas palabras. Breckenridge habló muy bien; nos dio las gracias por venir y reconoció que estaba muy feliz de haberse dejado convencer de casarse. Su marido, que es un hombre alto, inteligente y de pocas palabras, suele decir la palabra justa. Hace años, en una comida de gente dispar y mucho vino, en el momento álgido de una acalorada y alocada discusión sobre canciones con letra ridícula, dijo simplemente “I say to Thee, Respectfully” y nos calló la boca.
En su casa, el día de su boda, nos dijo que Breckenridge y él se quieren mucho, son muy felices juntos y son lo mejor que le ha pasada el uno al otro. Por eso, añadió, era lógico aprovechar que vivían en un país que les permitía expresar ese amor y ese compromiso plenamente. Qué razón tiene.
Mucha gente dice eso de que el matrimonio es sólo un papel. Yo no estoy de acuerdo, el matrimonio o, mejor dicho, la ceremonia de contraerlo es la máxima expresión social de amor y compromiso. Es cierto que, en todo lo demás, una pareja de hecho y una pareja casada no se diferencian especialmente y que se puede hablar de “marido” y de “mujer” sin necesidad de estar casados. Sobre todo, si eres heterosexual, porque si eres homosexual, cuando lo haces, suenas un poco a “mariloca” hablando en femenino o “camioneuse” después de la quinta cerveza. Respeto mucho a quienes deciden no casarse, porque entiendo que eligen dejar de lado una institución –y un contrato, que la discusión jurídica quedó en tablas– que les parece caduca y no les interesa, pero, en el caso de las parejas de personas del mismo sexo, lo “tradicional”, lo “de toda la vida”, lo “normal” es, precisamente, no casarse o, mejor dicho, no poder hacerlo. Por eso, ¡hay que casarse! Es lo verdaderamente subversivo. A ver si convenzco a mi novio.
Después del champán, el jamón y las croquetas, y los discursos y las fotos buenas, nos fuimos a Las Visitillas a comer pollo al ajillo. ¡Gran elección! ¡Qué bueno estaba! Fue una cena divertida, pero no terminamos sobre la mesa, descamisados, subastando corbatas, ligueros, sujetadores. Eso sí, gritamos “¡Vivan Los Novios!”, que es la parte que más me gusta de las bodas. En el fondo, la boda fue como una de esas noches de verano en las que quedabas a cenar con ellos y te llevaban a Las Vistillas, aunque mejor, más divertida, más bonita; hasta a la pobre Almudena se veía casi bonita. Nos recogimos antes de la media noche. Breckenridge y su marido tenían que madrugar, por temas de papeles y porque se iban a Sevilla de luna de miel. Se me pasó preguntarles por qué Sevilla. Sé que algo sé, que Breckenridge alguna vez algo me contó, pero no logro acordarme. También es posible que me confunda y que eligieran Sevilla porque les dio la gana.
Ahora están en América, dejando atónitos a los saudíes que se esconden bajo la piel de un “caballero español” o una “wasp liberal”. Breckenridge y su marido son ya muy felices –y comen de todo–, así que lo que se les puede desear es que sigan siéndolo.
4 comentarios:
¡Gracias por la corresponsalía!
Gracias darling, eres lo más.
A Sevilla fuimos porque le vuelve loco a mi chico. Yo propuse Parín, él decidió Sevilla. Menuda elección. Fue perfecto.
Bueno, ya nos hemos enterado de los pormenores del enlace.
Gracias por comentar. Se nota el interés que la boda despierta. Fue un placer escribir la crónica. Casi tanto como ir.
Stanwyck
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