Escribir la entrada anterior ha tenido un efecto que no esperaba: una explosión de recuerdos, asociados a canciones, de mi infancia y primera adolescencia, sobre todo de buenos recuerdos. Pensé dedicarle una entrada a los tres o cuatros más intensos, pero creo que eso sería demasiado -es decir, un coñazo. Prefiero intentar hacerlo en una única entrada. Son tres canciones: "It's A Heartache", "Endless Love" y "I Am What I Am" (en ningún momento he dicho, querida lector, que fueran canciones buenas).
La casa -realmente, un piso- de mis abuelos maternos siempre ha estado llena de gente, entrando y saliendo a todas horas, cada cual contando todo tipo de historias -divertidas, dramáticas, psicoanalíticas, médicas- alrededor de la mesa de la cocina (naranja), en la que, a cualquier hora del día, se comía y bebía. Es fácil imaginar que en mi niñez, la casa de mis abuelos era un lugar fascinante y entretenidísmo, una especie de circo de tres pistas, con barra libre de Coca-Cola.
Uno de mis juegos preferidos era ir al salón -madera oscura, con apliques circulares en cuero blanco, espejos ahumados- y ponerme a abrir los armarios y cajones. Así fue como cayó en mis manos la primera revista porno que abrí; así fue como descubrí "It's A Heartache" de Bonnie Tyler, que me tuvo obsesionado durante años. Hubo una época en la que, después de haber saludado, como el niño buen educado que era, salía corriendo al salón, abría el armario del equipo de música y, capaz de sentir que la felicidad estaba encerrada en un disco negro de vinilo, ponía la canción, una y otra vez. Y la bailaba. Y la cantaba, mal, porque siempre he desafinado, y porque no tenía ni papa de inglés, así que terminé por inventarme una letra, que empezaba repitiendo "Mata-Hari, Mata, Mata-Hari".
Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.
4 comentarios:
Stanwyck, te estás saliendo. Deja algo para entradas posteriores, tía, que vas a empezar a contar cosas de ti que ni yo mismo conozco... Me impresionaste el día que te conocí (¡ay aquél ensayo sobre los nuevos patrones de vida familiar!) y me sigues dejando alucinado. Y eso que ya llevamos mucha mili juntas a cuestas.
Lo mejor? La mesa naranja y los espejos ahumados. Eso lo explica todo, como la mesa en forma de riñón que había en casa de mis padres y el sofá 50's con patas que heredé y ahora está en el salón de la mía. Me encantaría escribir un libro sobre la influencia del diseño en nuestras personalidades. Pero no me da la cabeza. Ni tengo tiempo.
Muchas gracias. Bien sabes lo que anima. Quiero intentar un cambio de registro en las próximas entradas -porque el psicoterapéutico tiene su punto, pero cansa.
He pensado en una entrada describiendo el piso de mis abuelos. El de mis abuelos maternos, que es de 1973, se merece un reportaje del wallpaper*, aunque mi abuela haya cambiando algunas cosas.
qué importante el Original Soudtrack de nuestras vidas... Y cuánto refugio hemos encontrado en el negro del vinilo
Tienes mucha razón, coxis; lo curioso es que no me había dado cuenta de hasta qué punto la música me ha marcado y acompañado (escribo esto mientras suena "Don't Go" de Yazoo).
Gracias por el comentario.
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