Ulurú, solitaria y verdaderamente vertical, como una catedral gótica (sin número de capas de sedimentos de un valle fluvial del Cámbrico, plegadas hasta casi 90º cuando emergieron a la superficie posteriormente). Es imponente. No es de extrañar que tenga un lugar central en la mitología (tan compleja, y con las mismas funciones religiosas y normativas, que la griega) de los aborígenes del centro de Australia. La "Metamorfosis" aborigen se transmite oralmente -desde hace miles de años- de forma que cada historia se relata en el lugar en que sucedió: las ondulaciones, cavernas, agujeros, marcas de Ulurú son los documentos de esas historias, que sólo se enseñan por completo a los iniciados.
Caminé alrededor de la roca una de las mañanas que pasé aquí, después de haber visto el amanecer. El día anterior, más más llegar, vi el atardecer sobre ella. No subí a la cima. Los "propietarios y custodios tradicionales", como ellos mismos se denominan, piden que no se haga: sólo pueden hacerlo, para marcar el inicio de determinadas ceremonias religiosas, los líderes del clan.
Al día siguiente, volví a ver amanecer (sigo levantándome al alba), pero desde Las Olgas, con el sol y Ulurú compartiendo el horizonte.
Las Olgas no son imponentes, son hermosas. Las hondonadas entre ellas forman especies de valles, que en esta época están verdes y frescos, y las mayores forman sabanas boscosas. Hay agua. Es un oasis.
Volví a caminar. Llegué tan temprano, que hice prácticamente solo el circuito de casi 8 kilómetros. Una maravilla.
Me voy hoy. Vuelo a Cairns: un bosque tropical, la ciudad, la Gran Barrera.
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