También lo siento ahora, que estoy en el aeropuerto, esperando (en alguna entrada de la anterior vida de este blog, escribí que yo estoy en el grupo de la gente que espera) a coger un avión a Darwin, en el centro-norte del país, de donde iré, de acampada, al Parque Nacional de Kakadu (el más grande del mundo, con casi 20.000 kilómetros cuadrados).
Los dos días que he pasado en Sídney, como esperaba, han sido de tránsito. Me he vuelto a quedar con mis amigos, que ayer me llevaron a cenar a la playa de Bondi. Perfecto para un surfero.
Los últimos días en el campamento de surf fueron magníficos. Una verdadera gozada. Ya puedo decir que sé coger olas, que (casi) reconozco y distingo una derecha de una izquierda, y que llego a cogerlas en la dirección correcta. Me queda mucho: la técnica básica del surf es sencilla, se explica en 10 minutos, pero se complica a medida que aprendes. Me muero de ganas por seguir aprendiendo.
Pocas veces creo haberme sentido tan cansado, pocas veces me han dolido tantos músculos tanto, y pocas veces me he sentido tan simplemente feliz como en estos últimos días.
En el bus, sobre todo cuando se hizo de noche y ya no pude distraerme con el paisaje (ríos, lagos, bosques, playas, algún pueblo, canguros, vacas), me puse melancólico, lo sigo estando un poco, porque me da tristeza irme de Sídney y no saber cuándo volveré, porque cada día que pasa es un día menos de viaje, aunque es un día vivido más, y también porque ya no estoy en el campamento. Terminé haciéndome a esa vida tan básica y sencilla, a los juegos de beber (versiones locales y escandinavas del "limón, medio limón"), a la comida, a los grupos y clases, a que lo único importante fuera el surf: ya tengo planeado más surf para finales de este mes de mayo y posiblemente también haga un poco más adelante, en Fiji o la Polinesia Francesa -y seguiré haciéndolo mientras el cuerpo (lo) aguante. Hang loose.
No hay comentarios:
Publicar un comentario