"Dance music is about forgetting and taking yourself out of the situaction you are in." Chris Lowe (2009).
En el principio, fue David Mancuso.
El Día de San Valentín de 1970, David Mancuso organizó una fiesta para sus amigos -una panda de marginales, negros, hispanos, homosexulaes, travestis, drogadictos- en su loft -El Loft- en el SoHo de Nueva York. Ese primer "Love Saves the Day" fue el principio de todo. A diferencia de lo que pasaba en las boîtes y discothèques de la época, donde la música no era lo más importante y se alternaban los temas "movidos" y los "lentos", las fiestas en el Loft estaban concebidas como un viaje a través de la música. Los temas se encadenaban, aunque David Mancuso no mezcla, para alterar el estado de ánimo y, con suerte, de percepción -sí, "Love Saves the Day" puede leerse como un acróstico. Eran una especie de versión hedonista de las ceremonias de baile ritualizado, presentes en la mayoría de religiones; un aquelarre sin macho cabrío, una ceremonia vudú sin loas. Pero con un maestro de ceremonias oficiante (God is a DJ; life is a dancefloor).
Esas fiestas en el Loft son el punto de arranque de la música disco, de la música "house", de las discotecas y los clubes. En esas fiestas, por ejemplo, el maestro Larry Levan y el padrino Frankie Knucles echaban una mano inflando de helio los globos que cubrían el techo. Si alguna vez bailando, te has olvidado de quién eras; si alguna vez bailando, has entendido qué quieren decir las Sisters Sledge con "Lost In Music"; si alguna vez bailando, has comprendido que sólo existe el presente, entonces, algo le debes a David Mancuso. Sino, deberías intentarlo.
La génsis de la música disco la explica brillantemente Tim Lawrence en su libro "Love Saves The Day". Este extracto, del documental del mismo nombre, explica varias de las cosas que pasaban entonces:
A nadie escapa a esta altura, que tengo fascinación por los 70 y por la música disco, por lo que no es raro mi admiración por la figura de David Mancuso. De hecho, si tuviese una vida extra, la usaría para pasar un verano de la segunda mitad de los 70 en Nueva York. Digo bien "una vida extra", porque son pocos los que sobrevivieron a la explosión de vida, libertad y energía de entonces: la combinación del VIH y las drogas fue letal para muchos y, sociológicamente, a esa explosión le siguió la reacción de esos 80 tan limpios, rectos y conservadores, que trajeron sus propias combinaciones letales. Si tuviera una vida extra, la usaría para bailar en el Loft y en el Paradise Garage y para pasearme por Christopher Street. ¿He recomendado ya el documental "Gay Sex In The 70´s"?
Todo esto viene a cuento porque, hace un par de domingos, bailé mientras David Mancuso pinchaba. Era la segunda vez que lo hacía. Sincéramente, para mi fue una experiencia equiparable a ver a Liza Minelli cantar "The Troley Song" a dúo con su madre, en Nueva York en diciembre de 1999, o a Prince (4 veces), cantar lo que quiso, en Londres, en el verano de 2007.
Tim Lawrence organiza cada trimestre una sesión de David Mancuso en Londres, en la zona fronteriza de Shoreditch, un barrio moderno, alternativo y algo peligroso, aunque cada vez menos. Es un ejercicio algo manierista, de recreación -más que recuperación- del pasado. Los que vamos a esas sesiones tenemos poco que ver unos con otros, lo único que tenemos en común es que queremos bailar y dejarnos llevar por la música. Hay gente de la edad de David Mancuso, modernos de todas las épocas, colgados de los "veranos del amor" de los 80; hasy hasta niños, normalmente disfrazados, bailando como locos y jugando con los globos, que lentamente descienden desde el techo, al ir perdiendo helio.
A mi me sorprende que las sesiones de David Mancuso en Londres no sean más conocidas o no estén llenas de famosos o que las entradas no se agoten al momento de ponerse a la venta. Me sorprende que, en el fondo, sea un secreto, un secreto maravilloso, que compartimos los que allí estamos. Seguramente por eso nos sonreímos unos a otros en la pista de baile, mientras David Mancuso, con una facilidad pasmosa -talento- salta de época a época y de estilo a estilo -de Loleatta Holloway a Krafwerk a Prince a Moloko- y les da sentido.
Hubo un momento, ese segundo domingo que fui, en el que me vino a la cabeza -lost in music- la foto al principio de esta entrada. Esta foto hubiese sido perfecta para la entrada "Estoy Bailando", pero mi querido tío C la recuperó de una caja de zapatos después de que yo la escribiera. Hubiese sido perfecta porque el chico de la foto soy yo bailando -lost in music- en la fiesta que mis padres organizaron, en octubre de 1983, para mi 14 cumpleaños.
La foto me vino a la cabeza porque, por un segundo, mientras sonaba "Ten Percent" de "Double Exposure", sentí mi mismidad, que diría María Zambrano, el continuo con el que relato quién soy. Sentí que sigo siendo ese chico, aunque ya no lo soy; sentí lo que he vivido, ganado, perdido, cambiado. El sentimiento duró un instante, pero me hizo sentir muy feliz de estar del otro lado del tiempo que me separa de él. También me dieron ganas de abrazar al chico de la foto, de decirle que llegaría a completar el rompecabezas en el que se estaba transformando su vida, de darle algún consejo -"nunca te compres unos vaqueros nevados"- pero me conformé con sentir el rompecabezas completo, sonreír y seguir bailando.
En el principio, fue David Mancuso.
El Día de San Valentín de 1970, David Mancuso organizó una fiesta para sus amigos -una panda de marginales, negros, hispanos, homosexulaes, travestis, drogadictos- en su loft -El Loft- en el SoHo de Nueva York. Ese primer "Love Saves the Day" fue el principio de todo. A diferencia de lo que pasaba en las boîtes y discothèques de la época, donde la música no era lo más importante y se alternaban los temas "movidos" y los "lentos", las fiestas en el Loft estaban concebidas como un viaje a través de la música. Los temas se encadenaban, aunque David Mancuso no mezcla, para alterar el estado de ánimo y, con suerte, de percepción -sí, "Love Saves the Day" puede leerse como un acróstico. Eran una especie de versión hedonista de las ceremonias de baile ritualizado, presentes en la mayoría de religiones; un aquelarre sin macho cabrío, una ceremonia vudú sin loas. Pero con un maestro de ceremonias oficiante (God is a DJ; life is a dancefloor).
Esas fiestas en el Loft son el punto de arranque de la música disco, de la música "house", de las discotecas y los clubes. En esas fiestas, por ejemplo, el maestro Larry Levan y el padrino Frankie Knucles echaban una mano inflando de helio los globos que cubrían el techo. Si alguna vez bailando, te has olvidado de quién eras; si alguna vez bailando, has entendido qué quieren decir las Sisters Sledge con "Lost In Music"; si alguna vez bailando, has comprendido que sólo existe el presente, entonces, algo le debes a David Mancuso. Sino, deberías intentarlo.
La génsis de la música disco la explica brillantemente Tim Lawrence en su libro "Love Saves The Day". Este extracto, del documental del mismo nombre, explica varias de las cosas que pasaban entonces:
A nadie escapa a esta altura, que tengo fascinación por los 70 y por la música disco, por lo que no es raro mi admiración por la figura de David Mancuso. De hecho, si tuviese una vida extra, la usaría para pasar un verano de la segunda mitad de los 70 en Nueva York. Digo bien "una vida extra", porque son pocos los que sobrevivieron a la explosión de vida, libertad y energía de entonces: la combinación del VIH y las drogas fue letal para muchos y, sociológicamente, a esa explosión le siguió la reacción de esos 80 tan limpios, rectos y conservadores, que trajeron sus propias combinaciones letales. Si tuviera una vida extra, la usaría para bailar en el Loft y en el Paradise Garage y para pasearme por Christopher Street. ¿He recomendado ya el documental "Gay Sex In The 70´s"?
Todo esto viene a cuento porque, hace un par de domingos, bailé mientras David Mancuso pinchaba. Era la segunda vez que lo hacía. Sincéramente, para mi fue una experiencia equiparable a ver a Liza Minelli cantar "The Troley Song" a dúo con su madre, en Nueva York en diciembre de 1999, o a Prince (4 veces), cantar lo que quiso, en Londres, en el verano de 2007.
Tim Lawrence organiza cada trimestre una sesión de David Mancuso en Londres, en la zona fronteriza de Shoreditch, un barrio moderno, alternativo y algo peligroso, aunque cada vez menos. Es un ejercicio algo manierista, de recreación -más que recuperación- del pasado. Los que vamos a esas sesiones tenemos poco que ver unos con otros, lo único que tenemos en común es que queremos bailar y dejarnos llevar por la música. Hay gente de la edad de David Mancuso, modernos de todas las épocas, colgados de los "veranos del amor" de los 80; hasy hasta niños, normalmente disfrazados, bailando como locos y jugando con los globos, que lentamente descienden desde el techo, al ir perdiendo helio.
A mi me sorprende que las sesiones de David Mancuso en Londres no sean más conocidas o no estén llenas de famosos o que las entradas no se agoten al momento de ponerse a la venta. Me sorprende que, en el fondo, sea un secreto, un secreto maravilloso, que compartimos los que allí estamos. Seguramente por eso nos sonreímos unos a otros en la pista de baile, mientras David Mancuso, con una facilidad pasmosa -talento- salta de época a época y de estilo a estilo -de Loleatta Holloway a Krafwerk a Prince a Moloko- y les da sentido.
Hubo un momento, ese segundo domingo que fui, en el que me vino a la cabeza -lost in music- la foto al principio de esta entrada. Esta foto hubiese sido perfecta para la entrada "Estoy Bailando", pero mi querido tío C la recuperó de una caja de zapatos después de que yo la escribiera. Hubiese sido perfecta porque el chico de la foto soy yo bailando -lost in music- en la fiesta que mis padres organizaron, en octubre de 1983, para mi 14 cumpleaños.
La foto me vino a la cabeza porque, por un segundo, mientras sonaba "Ten Percent" de "Double Exposure", sentí mi mismidad, que diría María Zambrano, el continuo con el que relato quién soy. Sentí que sigo siendo ese chico, aunque ya no lo soy; sentí lo que he vivido, ganado, perdido, cambiado. El sentimiento duró un instante, pero me hizo sentir muy feliz de estar del otro lado del tiempo que me separa de él. También me dieron ganas de abrazar al chico de la foto, de decirle que llegaría a completar el rompecabezas en el que se estaba transformando su vida, de darle algún consejo -"nunca te compres unos vaqueros nevados"- pero me conformé con sentir el rompecabezas completo, sonreír y seguir bailando.