Comenté en la entrada del
magnolio que me había comprado el último libro de
James Lovelock, "The Vanishing Face of Gaia". Fue un error. Peor aún fue leerlo.
Desde hace tiempo, estoy entre los pesimistas del cambio climático -mi santo diría que no estoy entre ellos, sino que soy uno de ellos, en este tema y en la vida en general, pero eso es otra historia.
Desde hace tiempo, pienso que seguimos sin reaccionar y no hacemos lo suficiente para mitigar y prepararnos para el cambio climático, lo que exigiría un cambio profundo de nuestro estilo de vida y una evaluación seria del uso de los recursos del planeta. Creo que, tomados en conjunto, sólo reaccionamos cuando nos golpean con dureza. Por eso, hasta que el nivel del mar no haya subido lo suficiente como para engullirse una isla; hasta que una pandemia no se lleve por delante a un millón de personas; hasta que no queden atunes que pescar, no reaccionaremos. E incluso eso podría no ser suficiente: nos comimos todos los bacalaos de Terranova y nuestra reacción fue empezar a comer fletán. -y venderlo como bacalao. Nuestra voluntaria ignorancia y la negligencia gubernamental respecto de la pesca industrial son criminales (es recomendable el libro "
The End Of The Line", aunque es deprimente).
James Lovelock es aún más pesimista que yo, es decir, es un fatalista. Su anterior libro ("The Revenge of Gaia"), muy similar en sus predicciones, terminaba con un "aún hay tiempo para salvarnos"; en este último, ya no hay esperanza. Según él, ya hemos pasado el punto de no retorno y nada podemos hacer ya para frenar el calentamiento, en unos 5º, de la tempertura media de la Tierra, lo que terminará con el mundo que conocemos, total e irremediablemente.
James Lovelock considera que la Tierra es un sistema, en el que la biosfera cumple funciones de regulación precisas, en conjunción con los océanos, las nubes, los bosques. Nuestro abuso y la insostenibilidad de nuestros modos de vida -de nuestros patrones de consumo y gasto- han roto el equilibrio y la Tierra reacciona, como nuestros cuerpos reaccionan a una infección o, más bien, en un cuadro autoinmune, con cambios, algunos bruscos, que le permitirán alcanzar un nuevo equilibrio, en el que sólo serán habitables, cree él, las zonas polares y adyacentes.
No me tomo al pie de la letra lo que dice este señor, quien, aunque muy reconocido, es un provocador y un excéntrico, suavemente chovinista y anti-europeísta -de una forma muy inglesa-, que defiende la energía nuclear como mejor fuente de energía y odia la energía eólica -posiblemente con razón-. No es el único que considera que es necesario un cambio social real y profundo para hacer frente al cambio climático. Su rasgo diferencial es su pesimismo. Pero es posible que se equivoque. Como me dijo hace muy poco alguien, es mejor fijarse en "esa otra mitad de la biblioteca, que dice que tendremos agua, aire y energía infinitas." Espero que sea así, aunque esa otra mitad parece contar con invenciones y tecnologías no desarrolladas aún.
Es muy humano pensar que vivimos el final de nuestro tiempo, e incluso el Final de Los Tiempos, por lo que es posible que James Lovelock exagere y que, finalmente, seamos capaces de ajustarnos a los cambios y conseguir que la Tierra sostenga la vida de más de 6 mil millones de personas y sus animales, cuya respiración emite más CO2 que la industria aérea.
Si James Lovelock tiene razón, en un par de décadas la población mundial se habrá reducido a 60 millones. No sería la primera crisis de población de la humanidad, los genetistas antropólogos hablan de al menos 6 grandes crisis en nuestro millón de años de existencia, con alguna época de solamente 2 mil individuos. No me preocupa tampoco estar entre los supervivientes. Todos tenemos el mismo futuro, antes o después.
Lo que me preocupa es lo que le pasaría a nuestra cultural. El conocimiento científico, tecnológico, histórico y filosófico que se perdería. ¿Se perderán las grabaciones del cancionero norteamericano que hizo Ella Fitzgerald y que son una de las obras cumbres de la cultura del siglo XX? ¿Se perderán "Carta De Una Desconocida" y "Surcos"? ¿Se perderá la capacidad de leer las partituras del Concierto de arpa y flauta K299 de Mozart o de "Scherza Infidia In Grembo Al Drudo" del Ariodante de Haendel? ¿Se perderá el Antonioo de El Prado?
Si yo tuviese alguna responsabilidad para ello, establecería alguna institución o red para la conservación de todo eso -y más. Sé que existen filmotecas, museos, fonotecas, bibliotecas, pero se trataría de, además, conservar el conocimiento y la capacidad técnica para poder reproducir y mantener las obras.
En "Hacia El Final del Tiempo", una de las novelas de
John Updike menos queridas por la crítica, tal vez por ser casi una novela de ciencia ficción -y que a mi me gusta bastante-, el protagonista mira el cielo nocturno, otra vez claro y esplendoroso, por la desaparición de la contaminación lumínica, tras una guerra devastadora. En ese cielo, ve moverse lentamente la estación espacial internacional y se pregunta qué habrá sido de los astronautas. Con la guerra, se perdió la capacidad técnica de comunicarse con ellos y lanzar cohetes, por lo que se imagina que habrán muerto de inanición, mientras la estación sigue girando alrededor de la Tierra. Una nave espacial vacía. Lo mismo le podría pasar a nuestra cultura.
Reconozco que es decadente y finiseculista considerar aceptable que sólo unos pocos de nosotros sobrevivan, llevando una vida agrícola en Groenlandia, al calentamiento del planeta, y, sin embargo, pensar que sería imposible sobrevivir a la larga noche del invierno polar sin el Concierto número 1 de Chaikosky o "El Quijote". ¿Será que, además de un pesimista, soy un esnob y un pedante?