A estas alturas, ya ha quedado claro que me encanta bailar, ¿no? El rescate emocional, como lo calificó un buen amigo, desencadenado al empezar a escribir este blog, me ha hecho darme cuenta de lo importante que la música es en mi vida y lo muchísimo que me gusta bailar, y eso que ni sé tocar un instrumento, ni he ido a clases de ballet o de baile, salvo un par de veces en un club deportivo gay.
He bailado mucho, desde siempre y en todas partes. Había pensado hacer una cronología de mi vida, que iría desde aquellos bailes "Mata-Hari" en el salón de mis abuelos, a esas mañanas suspendidas en el tiempo, en el "after" de algún "after", oscuro, pegajoso, sudoroso y muy divertido. Pero me parece que sería excesivo y, sobre todo, aburrido. Tendría que encadenar los años y las décadas para ir, desde unas sesiones de discoteca infantil en el YMCA de Buenos Aires a, por ejemplo, una gloriosa mañana de un sábado de verano en la terraza del "Space" de Ibiza. Nada de especial, por otro lado, que a las fiestas del colegio y los bailes en el salón de casa, le hayan seguido discotecas y clubes -sitios fabulosos, clubes legendarios y antros infames-, desde unas sesiones de tarde en "Pachá" a otras tardes, 20 años después, continuación de alguna noche en Londres, Madrid o en alguna fiesta blanca, negra o roja.
Hubo un paréntesis importante: los años de adolescencia que pasé en Vigo. En Vigo, como me dijo un compañero de clase al poco de llegar, "los tíos no bailan". Al menos, en esa época. De hecho, sí bailaban, pero muy tarde, hacia el final de la noche, cuando se justificaba por estar borracho. De pronto, me he acordado de "Tea And Sympathy", una película estupenda de Vicent Minnelli, con una Deborah Kerr maravillosa, pero, al mismo tiempo, una película espantosa de mediados de los 50, centrada en enseñar al protagonista, un chico de 17 años muy sensible llamado Tom Lee, a comportarse como un hombre. No hace falta explicar más, ¿no?
Perdón por la digresión, que, por otro lado, me ha estado bloqueando la continuación de esta entrada durante unos días. Mi intención era seguir hablando de lo mucho que me gusta bailar, exponer mi teoría sobre la continuidad de la música disco en el "house" -siguiendo la idea de Frankie Knuckles de que el "house es la venganza de la música disco"-, mencionar el fantástico libro "Love Saves The Day" de Tim Lawrence y terminar con algún momento sublime en una pista de baile, como bailar "Promised Land" una mañana de sábado en el "Space" de Ibiza, emocionarme hasta casi llorar bailando "That's The Way Love Is" o bailar en una sesión de David Mancuso.
He bailado mucho, desde siempre y en todas partes. Había pensado hacer una cronología de mi vida, que iría desde aquellos bailes "Mata-Hari" en el salón de mis abuelos, a esas mañanas suspendidas en el tiempo, en el "after" de algún "after", oscuro, pegajoso, sudoroso y muy divertido. Pero me parece que sería excesivo y, sobre todo, aburrido. Tendría que encadenar los años y las décadas para ir, desde unas sesiones de discoteca infantil en el YMCA de Buenos Aires a, por ejemplo, una gloriosa mañana de un sábado de verano en la terraza del "Space" de Ibiza. Nada de especial, por otro lado, que a las fiestas del colegio y los bailes en el salón de casa, le hayan seguido discotecas y clubes -sitios fabulosos, clubes legendarios y antros infames-, desde unas sesiones de tarde en "Pachá" a otras tardes, 20 años después, continuación de alguna noche en Londres, Madrid o en alguna fiesta blanca, negra o roja.
Hubo un paréntesis importante: los años de adolescencia que pasé en Vigo. En Vigo, como me dijo un compañero de clase al poco de llegar, "los tíos no bailan". Al menos, en esa época. De hecho, sí bailaban, pero muy tarde, hacia el final de la noche, cuando se justificaba por estar borracho. De pronto, me he acordado de "Tea And Sympathy", una película estupenda de Vicent Minnelli, con una Deborah Kerr maravillosa, pero, al mismo tiempo, una película espantosa de mediados de los 50, centrada en enseñar al protagonista, un chico de 17 años muy sensible llamado Tom Lee, a comportarse como un hombre. No hace falta explicar más, ¿no?
Perdón por la digresión, que, por otro lado, me ha estado bloqueando la continuación de esta entrada durante unos días. Mi intención era seguir hablando de lo mucho que me gusta bailar, exponer mi teoría sobre la continuidad de la música disco en el "house" -siguiendo la idea de Frankie Knuckles de que el "house es la venganza de la música disco"-, mencionar el fantástico libro "Love Saves The Day" de Tim Lawrence y terminar con algún momento sublime en una pista de baile, como bailar "Promised Land" una mañana de sábado en el "Space" de Ibiza, emocionarme hasta casi llorar bailando "That's The Way Love Is" o bailar en una sesión de David Mancuso.
Sin embargo, el recordar el paréntesis que se abrió al mudarme a Vigo me obliga a seguir por otro camino y dejar lo demás para una próxima entrada. Veamos, ese paréntesis es más largo de lo que quería recordar y abarca algunos años más, cuando ya había vuelto a vivir en Madrid, pero seguía sin bailar. No es que dejara de bailar totalmente, seguía haciéndolo en casa, con mis hermanas, en nuestra interpretación particular de los bailes de salón, al son de Frank Sinatra y Glenn Miller, o solo, como aquella primavera en Madrid, enganchado al "Never Gonna Give You Up". Pero fuera de casa, nada o casi nada. El mensaje de que "los tíos no bailan" caló hondo y tardé algún tiempo en rebelarme, ayudó bastante que en Madrid los tíos sí que bailaban, sobre todo en los sitios a los que empecé a ir: alguna vez a "Aire", aunque no lograba descifrar el código de los que revivían cada semana el último "verano del amor", y, bastante más seguido al "Alex" o el "Ras" -que es lo más-, aunque la motivación principal para ir a esos sitios era más ligar que bailar.
En definitiva, lo que ha pasado es que mi idea original para esta entrada me llevaba a construir e interpretar todos esos años bailando desde el presente, dejando de lado aquello que, por decirlo así, rompía la lógica del discurso; de esa manera, hacía como si no hubiese existido ni "Pachá", ni "Oh! Madrid", ni los bares de Malasaña, ni mi época (algo) "grunge". En definitiva, estaba siendo poco honesto conmigo mismo y recreando el pasado para que se ajustara al presente. Por eso, prefiero terminar esta entrada aquí, aunque no sin dejar de añadir el vídeo con el que, desde el primer momento, quería cerrar esta entrada.
Tenía dos canciones candidatas: "Bailar Hasta Morir", en la versión original de Tino Casal o en la versión de Fangoria+Madelman, y "Estoy Bailando", del que ya he hablado, pero no en la versión de las Hermanas Goggi o la (mediocre) versión de las Shimai, sino en la (fabulosa) versión de Nenita Danger y Caprichosi, porque me hace reír y porque, en mi próxima vida, yo quisiera ser una de Las Fellini.
2 comentarios:
Ah, pero, ¿tú no eres Nenita Danger? Té y simpatía era la peli favorita de mi madre junto a Imitación a la vida, que vimos juntos hace no mucho en la Filmoteca (¿te acuerdas?). Yo ya no bailo nada y en la clase de step aeorbic me doy cuenta de lo descoordinado que me he vuelto, que antes yo no era así. Mi problema es que sólo me gusta el disco y derivados, no soporto los ruidos o (me supera) la salsa-rumba-regetón-vallenato. Como diría nuestra amiga Notorious, no puedo.
querido, te leo y me remontas como un barrilete en esta maniana londinenese. bailo mentalmente mientras hablo con los clientes al telefono, mientras arreglo mis salidas de esta noche, mientras miro por la ventana y mientras tipeo esto, bailo.
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