El mundo lo vemos de dentro a fuera. Desde nuestro estado de ánimo. A nosotros mismos, con o sin espejo, nos vemos del mismo modo.
"Objetivamente" significa fuera de si mismo y fuera de cualquiera. Dios nos ve objetivamente. Nadie, nada más.
Vuelvo a pensar esto, después de zamparme un "chucrut" alsaciano en una esquina de Papeete, con vistas a esta ciudad tan fea, que se está portando bien conmigo y me tiene de buen humor. No diría que me gusta, ni que la veo bonita, pero sí que la veo con cierta ternura: es de esas ciudades que no se quieren a si mismas, como diría Almudena Grandes, y no tiene la culpa de que en los 70 de volvieran locos compitiendo por construir el edificio más feo.
Pensé lo mismo, eso de mirar con los ojos del ánimo, también después de comer, el domingo que pasé en Huahine. Miraba la laguna de azules de una belleza que quita el aliento, pero no me encontraba animado y casi no la veía bonita. Me sentía extraño y fuera y aburrido, diría, con un galicismo propio, que "enmierdado", un poco harto de la isla. Al final de ese domingo, mientras salí a cenar, entraron en mi habitación y me robaron los francos d'outre-mère que tenía en efectivo. Ni mucho, ni poco. Lo peor o, mejor dicho, tan malo como que me desapareciera el dinero (tendría que haberlo guardado mejor, teniendo en cuenta que ese día la casa se llenó de gente) fue que los dueños de casa y los otros huéspedes no mostraron ningún tipo de preocupación o simpatía. Como si hubieran escuchado llover. Luego me fui, rellené la cartera de estos billetes de pinta tan antigua, y me dio igual. Digan lo que digan, a veces, la mejor opción es irse y dejar el pasado atrás: espiritual, temporal, físicamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario