Después de darle un par de vueltas a mis opciones, decidí renunciar a mi vista a Moorea (otra razón para volver) y pasar los siguientes 5 días en Papeete, en Tahití. Era el vigésimo tercer vuelo de este viaje y el primero que me ha dado problemas. No me quejo.
Así que aparecí en Papeete a las 8 de la tarde (noche cerrada) sin reserva de hotel, ni nada. Fui al pequeño hotel del centro donde tenía reserva a partir del viernes y tuve la suerte de que tenían habitaciones libres (es temporada alta, dicen, pero yo lo veo todo un poco vacío).
Esperando mi vuelo (el pequeño aeropuerto de Bora Bora era un pequeño caos), me puse a hablar con un chico muy mono. Un americano de Florida, rubio como la cerveza, que trabaja de contramaestre en el barco (45 metros de eslora) de un ricachón que se dedica a viajar por el mundo: 3 meses en la Polinesia Francesa; otros tantos en el Mediterráneo o el Caribe.
No está mal como trabajo. No está mal como plan.
De los vestigios de mi activismo, yo asumo que todo el mundo es marica hasta que se pruebe lo contrario. Así que mi conversación no era inocente. Hablamos durante media hora: de surf y submarinismo, viajar, el trabajo, de España.
Lamentablemente, Thomas sólo hacía escala en Papeete: volaba a Miami (vía Los Ángeles).
Después de pasar un día haciéndome a estar de nuevo en una ciudad (Papeete, caótica y fea, parece más grande y más sucia de lo que cabría esperar de menos de cien mil habitantes), he organizado algunas cosas: Voy al inicio del Heiva y las competiciones de danza y canto, voy a recorrer un poco la isla (Tahití grande y pequeña, unidas por un estrecho istmo) y voy a hacer surf. También saldré algo alguna noche, veremos qué me deparan.
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