Por otro lado, nada tiene que ver la suerte en todo esto, es el propio viaje. Después de casi 3 meses viajando, me he dado cuenta de que los viajes tienen vida propia, responden a una lógica más allá de nuestro entendimiento y capacidad de control. De hecho, planeamos los viajes para mantenernos ocupados y porque nos da sensación de seguridad. Pero, no tenemos control sobre lo que va a pasar.
En un viaje largo, cuando no puedes simplemente trasladar tu rutina geográficamente, hay tantas cosas que se desarrollan por si solas, los planes cambian tanto, que lo único posible es relajarse y dejarse llevar. Siempre es para mejor: el viaje sabe mejor que tú lo que conviene hacer y suceda.
En Tonga, que ha sido de lo mejor del viaje (continuo escribiendo una vez fuera del país, en Auckland), ha sido donde definitivamente he dejado de intentar controlar y organizar, y me he dejado llevar.
Además, se han terminado por disipar todas las dudas que desde el principio, incluso antes de empezar, tenía (¿no sería mejor dedicar este tiempo a instalarme ene Madrid, ver a mi familia y prepararme para el nuevo puesto; no sería mejor ahorrar lo que me va a costar; no es demasiado tiempo?). Ahora estoy convencido de lo estupendo que es este viaje, aunque, a toro pasado, haya cosas que haría de manera diferente.
¿Qué fue mal en Tonga? ¿Qué no salió según mis planes?
Un par de horas después de llegar, me encontré con que nadie abría la puerta de la pensión en la que iba a quedarme. Terminé en otra, a la que me llevó quien me había llevado a la primera, pero en la que no podía quedarme la siguiente noche. Gracias eso, dormí el domingo en un pequeño hotel precioso, cuyo restaurante es uno de los únicos tres abiertos los domingos en Nuku'alofa (el apóstrofe marca la acentuación). Los domingos, por tradición y por ley, todo está cerradísimo (del desayuno a la cena, no comí otra cosa que unas galletas "crackers", "de agua", que había comprado por casualidad el sábado).
El domingo, salí a bucear. No por la mañana, como había organizado, sino por la tarde (eso me facilitó encontrar el hotel). Las inmersiones en el arrecife de Nuku'alofa no fueron nada del otro mundo, salvo porque tuve que cambiar una vez de BCD (la chaqueta) y dos de regulador.
Al día siguiente, tenía pensado dedicar la mañana a ver la ciudad (dos calles, un palacio real, montones de iglesias) y mandar postales, porque el ferry a 'Eua salía al final de la mañana. Pero no, esa noche me llamó Tukía, la dueña del centro de buceo, para decirme que habían cambiado el horario y salíamos a las 8 de la mañana. Ella, y tres de sus cinco hijos y una amiga (una profesora de inglés canadiense en un colegio local), también venían aprovechando las vacaciones escolares.
Me quedé, y ellos también, en la pensión que tienen aneja al centro de buceo: cinco cabañas y un comedor general construidos por entero en cedro local por Wolfgang, el encargado, cocinero e instructor de buceo. Un alemán en la cincuentena, algo misántropo. Él mismo se compara con Robinson Crusoe y, después de rodar por medio mundo durante más de 20 años, dice que se queda en 'Eua. No sólo ha construido la pensión y el centro de buceo, sino que se las ha ingeniado para que haya agua caliente, construir un horno de leña, recoger y filtrar el agua de lluvia; y cultiva un huerto, y tiene panales de abejas y gallinas ponedoras (al lado de un pequeño aserradero).
Ese día, lunes, había previsto hacer una inmersión, pero el tiempo era malo y el mar estaba demasiado revuelto. En vez de eso, Tukía me invitó a acompañarlos a hacer una excursión al sur de la isla.
El buceo vino el martes. Fui con Wolfgang a "La Catedral", una cueva submarina inmensa y preciosa. El agua es clarísima y la viabilidad supera los 40 metros. En la bóveda, de más de 20 metros de alto, hay tres agujeros que dejan entrar la luz y a través de los que se ven todos los azules posibles. Uno de ellos está justo debajo del rompiente de las olas, lo que permite verlas desde abajo: es como un cielo de tormenta, cambiando a toda velocidad constantemente. Por monentos, por el juego de la luz bajo el agua, las paredes de la cueva parecían un cielo nuboso congelado en un cubo de hielo, al iluminarse de un celeste límpido y luminoso. Además de todo eso -y del primer pez león que veo nadando, con todas sus "velas al viento"-, hay en la cueva un rincón de oscuridad absoluta, donde viven peces luminiscentes. Se entra a ciegas, porque la luz de las linternas los asusta; de hecho, entré cogido del brazo de Wolfgang. De rodillas en el fondo (se está a menos de 20 metros), ves las pequeñas luces moverse. Es mágico.
Esa misma tarde, hice una excursión de un par de horas con Wolfgang a una playa a los pies de un acantilado. La excursión se transformó en un cursillo de supervivencia: aprendí a abrir (mal) un coco con el machete y me hizo ir delante en el camino de vuelta desde la playa a lo alto del acantilado, intentando no perder el sendero.
Me fui de 'Eua queriendo ver más. De hecho, me fui de Tonga con ese mismo sentimiento. Lo que he visto me ha gustado mucho y me he sentido muy a gusto. La gente es maravillosa. Su hospitalidad calurosa y pausada, capaz de desarmar a cualquiera.
Termino de escribir esto en el avión que me lleva a Tahití desde Auckland, donde hice una conexión de 36 horas, y lo publico al poco de llegar a Bora Bora.
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