Si los viajes tiene vida propia, la lección es no emperrarse en seguir el plan original y dejarse llevar. Eso fue una de las cosas que hice mal en 'Upolu y de las que hice bien en Huahine.
El plan original era hacer senderismo durante el fin de semana: pero no era un buen fin de semana para hacerlo. El único guía de la isla, de las dos islas que forman Huahine, estaba ocupado con la actuación de uno de sus 5 hijos en la fiesta de inicio del Heiva, y del aniversario de la autonomía (29-06), y una barbacoa en casa. Así que, le alquilé un coche a una vecina, fui a la fiesta del Heiva y recorrí el perímetro de las islas, fui a la playa, visité los sitios arqueológicos (premoniciones de la Isla de Pascua).
Al final, se me hizo un poco largo. El domingo terminó siendo una repetición del sábado: me recordó a esos fines de semana en Puerto Príncipe en lo que no había nada que hacer y costaba tanto inventárse algo (no siempre, no todos; algunos). No conecté con los dueños de la pensión y su familia, ni tampoco con los otros huéspedes.
La primera impresión es que esto, la Polinesia Francesa, es tan francés como polinesio. Para muestra, este botón: El sábado, al final de la exhibición de baile que abrió el "Heiva", comí algo en las barracas cercanas. Las opciones eran la versión polinesia del ceviche (pescado crudo con leche de coco), steak frites, crêpes, sandwiches "jambon crudités" de media baguette, gaufres, chao mein con saucisson, churros aux chocolat y toneladas de azúcar en todas las formas posibles.
Si lo comparo con Samoa o Tonga, me parece claro que los lazos con Francia tienen muchas ventajas materiales: hay luz eléctrica y agua corriente por todas partes, carreteras asfaltadas, gendarmes, hospitales, educación gratuita y republicana ("nos ancêtres, les celtes", como hace años escuché de boca de un martiniqués), baguettes tan buenas como las metropolitanas. Eso no quiere decir que la convivencia sea fácil o que no haya partidarios de la independencia, claro.
Llevo 90 días viajando y más de una cosa ha cambiado. Hoy, me he dado cuenta de que he bajado el ritmo, que no siento la necesidad de estar todo el rato haciendo cosas. Me tiro a la calle a la menor oportunidad (cada vez soy menos casero), pero luego me paso un largo rato en un café, o el muelle o la playa, y miro la vida pasar (no paro de escuchar a Fangoria). He dejado de hacer planes -tengo idea de lo que me gustaría hacer aquí y allí, pero son cosas tan sencillas como: Estar. Ver. Ir a la playa. Hacer surf. Salir. No hacer nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario