Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


sábado, 10 de octubre de 2009

La fiesta


La fiesta fue un rollo. Salió fatal. La comida, una caca; se terminó la bebida prontísimo; la mitad de la gente no vino y la mitad que vino eran la más aburrida; el equipo de sonido se estropeó nada más empezar; no paró de llover.

Eso es lo que le escribí a mi hermana pequeña, que no pudo venir a la fiesta y me hizo prometerle que no lo pasaríamos demasiado bien. Dicho esto, lo cierto es que fue un fiestón, una fiesta fantástica, fantástica, que diría Raffaella.

No miento cuando digo que se acabó la bebida. Hubo que salir dos veces a comprar gaseosas y, haciendo un recuento, al final nos bebimos cincuenta botellas de champán, tres de vodka, dos de ginebra, una de güisqui y otra de ron y veinticuatro latas de cerveza. Éramos unos ochenta; faltó gente, incluso algunos cancelaron al último momento, y aparecieron unos cuantos "amigos de amigos", no previstos en principio, que aportaron su nota de color.

Mi selección musical funcionó a medias, pero funcionó. Mi casa no tiene el equipo de sonido de un bar y, después de la tarta, la gente empezó a mangonear la música, hasta que terminaron enchufando sus iPods. Curiosamente, no me importó nada. Porque cuando pasó eso, la fiesta ya había tomado vida propia y era un caos divertidísimo, en el que todo el mundo hablaba con todo el mundo. Ese caos propició que algunos ligaran, mi amigo el ex-Presidente del Gobierno dice que, por momentos, era como una sauna, con ropa, chicas y champán, pero como una sauna. Hasta hubo sexo en el baño. Vamos, un éxito. Además, bailamos, que era de lo que se trataba.

Recibí regalos. Un mapamundi polar del siglo XVIII fabuloso; un abanico pintado a mano, que no creo que se me hubiese ocurrido comparar nunca, pero que me gusta mucho; unos cuantos libros (The Disco Files 1973-78, una historia sentimental de Venecia, un recetario de asados) y cremas, muchas cremas. También terminaron apareciendo un imán de nevera en forma de paella, una flamenca y un abanico de fallera, con el que pienso completar mi disfraz de Halloween este año (¿puede haber algo más terrorífico que una fallera en Londres?).

Estoy muy contento de haber cedido a la presión de hace unos meses para que organizara la fiesta. No fue la fiesta ni que había organizado, ni imaginado, pero a esta altura de mi vida, ya tengo bien aprendida la lección de que you can't always get what you want, you get what you need, como dice la única canción buena de los Stones, que, como ya escribí aquí una vez, impera sobre la mejor parte de mi vida.

Estoy contento, además, de que haya pasado mi cumpleaños, de tener ya cuarenta y poder dejar de preocuparme por eso. Ahora puedo ocuparme de otras cosas. Bring it on!