Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


lunes, 29 de diciembre de 2008

Volvamos a jugar: soluciones

Espero que hayáis pasado unas buenas Navidades. Gracias a los que habéis participado. Estas son las soluciones.

1. "Baby, don't you want me to go. So honey, why dont you beg me to stay? For love and talk the way we used to talk, 'till we both know what we've lost. Never say the words we did before, when it was over."

Take That. "Love Ain´t Here Anymore". Pero no es por ellos que la he puesto: nunca fui fans y sólo durante su intento y fracaso en solitario, Gary Barlow fue guapo. Esta canción está aquí por Ruth Lorenzo. ¿Quién? Ruth Lorenzo: una murciana que participó en la última edición del "X Factor", que tiene un vozarrón -grita y grita y grita- y a la que estuve a punto de votar. Me hace gracia que en el Reino Unido 12 millones de personas la vieran quedar 5ª en el "X Factor", mientras que en España nadie sabe quién es. Juzgad vosotros si grita o no:




2. "... the time has come for my dreams to be heard. They will not be pushed aside and turned into your own, all cause you won't... "

Beyoncé (¿o ahora hay que decir Sasha Fierce?). "Listen". "Dreamgirls" es un exceso -aunque, comparada con cosas posteriores, parece "Interiores"-, pero a mi me encanta: resume fantásticamente la evolución del Soul y el R&B de los 60 a los 80 y, en su versión de teatro musical, fue una de las pocas buenas cosas de los momentos más duros de principios de los 80 -¡y salvó Broadway! Esta canción, que no está en el musical, tiene la mejor actuación de toda la película. Y es una canción fantástica: si alguien hubiese hecho una buena versión "bailable" o una mezcla decente -que no-, sería el "I Will Survive" de esta década (aún hay tiempo).



Si os atrevéis y bajo vuestra responsabilidad: hay una versión en castellano.


3. "Without love, there’s no reason to live. Without you, and what would I do with the love I give?"

Sister Sledge. "Thinking Of You". Después de los 2 sustos anteriores, nos ponemos más serios. Aunque es difilísimo elegir -y con perdón de Breckenbridge-, el mejor tema de las Sister Sledge; por supuesto, compuesto por Chic. Además, junto con "Love Sensation", el Roland TB-303 y la "canción escondida" número 10, es la base de algo así como la mitad de la música de baile desde mediados de los 80. Es un tema perfecto, del que es imposible cansarse de bailar. La linea del bajo -gracias, Bernard Edwards- suena en un punto indefinido entre el estómago y el corazón; al menos, yo es donde lo siento.




4. "Let me take you on a trip. Just a simple journey. A journey full of sound and beats. One that would lead you down, way out to... "

Celada. "The Underground". Uno de mis temas de "house" favoritos. Es oscuro, denso e hipnótico, como las mejores madrugadas, vampirizado por la noche, en el "after" de un "after" o en "La Démence", que fue donde lo bailé por última vez, entre un pediatra y un cardiólogo; pero esa es otra historia. Esta temporada, en la que el "house", que yo creo que se ha estancado, se dedica al "electro-estático", hay una especie de revival de la segunda mitad de los 90; por suerte, nadie ha destrozado (aún) este tema.




5. "Two people take a vow to be together and live and love each other forever. They promise to love a lifetime, funny thing, then they change their minds. They both go their separate ways and love is just a memory. But a young heart doesn't stay sad long, another love soon comes along."

Ten City. "That's The Way Love Is". Seguimos con el "house", pero vamos (casi) a sus incios: Chicago, finales de los 80. Uno de los primeros temas "pop-house" ("Ride On Time"es posterior). Es otro de mis temas favoritos de todos los tiempos y, como dije en una entrada anterior, es capaz de emocionarme hasta las lágrimas. Lo escuché por primera vez, si la memoria no me falla, en "Aire", un día que fui siguiéndole los pasos a un canario que me hacía caso a medias. Aunque fue unos años después, pero hace una eternidad, en una discoteca que ya no existe, con gente a la que hace muchísimo que no veo, cuando, en un momento de comunión cósmica, bailando este tema, me sentí tan plenamente feiz, que terminé llorando (un poquito).




6. "... pensando en no se qué, me tranquilizaré, mis huellas se desgastan, tus pistas me despistan. Dime ¿cuándo?... ¿Cuándo?"

Olé, Olé. "Voy A Mil". Creo que por llevar la contraria, siempre preferí a Olé, Olé a Mecano y a Vicky Larraz a Marta Sánchez. Esta canción y "No Controles" eran mis favoritas. Recuerdo cantar y bailar esta canción en el salón de casa y en alguna fiesta del colegio. Me sigue pareciendo una canción fabulosa, que no habla de nada, pero que resume la euforia que vivimos en los 80. Esto son los 80 que aún no han vuelto: hasta que no vuelvan las hombreras, seguimos en los 70. Vicky Larraz fue lo mejor y lo peor: demasiado buena para su ego, no debería volver nunca, por mucho que las modernas de la difunta ReMovida bailaran "Bravo Samurai" (¿tuvo alguien una chaqueta como esa?).




7. "But if you try sometimes, well you might find, you get what you need. Oh yeah!"

The Rolling Stone. "You Can't Always Get What You Want". La selección de canciones de esta edición es un mareo, lo reconozco, ¿qué hacen los Rollins -como se llaman en España- aquí? Pues que esta es, para mi, no es sólo su mejor canción, es la única que me gusta. Es por la letra, que me parece que resume la vida: no conseguimos lo que queremos, sino lo que necesitamos -a veces. Al menos, a mi me pasa una y otra vez. Además, mi mitad argentina se rebela de vez en cuando y me sale por peteneras, como en este caso. Me ha sido difícil elegir el vídeo que poner: hay un montón de vídeos de actuaciones en directo de las momias en que se han transformado los Stones -como se llaman en el resto del mundo-, que no me apetece poner. Hay una versión de Aretha Franklin, que no está mal, pero sería hacer tramapa. Así que pongo, literalmente, la versión del single del 68.



8. "¡Me equivoqué! Seguí las pautas de mi instinto animal y me entregué como instrumento de tu vanidad."

Alaska y Dinarama. "Un Millón De Hormigas". Gente que sabe más de música que yo, le da a "No Es Pecado" un 10 y no puedo estar más de acuerdo. Es el disco Berlanga-Canut que más me gusta -"Deseo Carnal" me gusta una mijita menos- y, por extensión, uno de los mejores del pop español. No estoy descubriendo nada, ya lo sé, aunque no esté de más recordarlo de vez en cuando. "Un Millón De Hormigas", que fue el tercer single y tuvo tan poco éxito como los dos anteriores, tiene la virtud de ponerme de buen humor. De hecho, todas las canciones -menos una- de esta lista son capaces de hacerme sonreír y levantarme el ánimo, en cualquier sitio y ocasión. Lo cierto es que es esta época y este estilo ("Yo Sólo Creo Lo que Veo", "Alto Prohibido Pasar", "Nacida Para Perder") mis preferidos de las carreras de Berlanga, Canut y Gara, sin menospreciar vulcanos, ángles y otras canciones profanas.




9. "¿Quién te ha dicho que voy volando por los tejados detrás de ti? ¿Quién me espía enmascarado desde las sombras de mi jardín?"

Olé, Olé. "Conspiración". Esta es la otra cara de la moneda. Alguien les debe de haber dicho que eran buenos y estos chicos decidieron hacer una versión pop de la Habanera de Carmen. No, no, no. Seguro que fue idea de Vicky Larraz, quien, ya en solitario, hizo una versión pop de la Danza Quinta de Granados: ¡en castellano y en inglés! ¿Cómo es posible que esta canción me ponga de buen humor? Porque contiene una de las estrofas más ridículas -y divertidas- del pop español: "¿Quién me manda vídeos anónimos? ¿Quién se bebe mi Pipermint?" Me río cada vez que la escucho -o leo o escribo- ¿Sería en esos años una bebida sofisticada?




10. "I've got a chip on my shoulder with you name on it. Knock it off. So don't just stand there foolin' if you don't want it. Knock it off."

Pointer Sisters. "Dare Me". Es mi canción favorita de las Pointer Sisters -y representa, otra vez, esos 80 que siguen sin volver. Siempre me ha gustado el vídeo, los aires años 40 y ellas, primero travestidas y luego disfrazadas de las brujas (ácidas) de Macbeth. Creo que las Pointer Sisters están inmerecidamente olvidadas -y no entro a hacerlas competir con las otras hermanas en esta lista- y eso que tienen un puñado de temas fabulosos y les salió mejor que a otras la transición de la música disco a otros estilos. Que conste que a punto he estado de poner "Automatic", donde ponen voz de tío -va a resultar que eran "queer" avant la letre- y que Alan X recuperaba en "Action" a principios de esta década.



11. "If I could only have one wish this holiday, without a second thought I'd have to say, that you can't find what I want in any store. I just want you to be mine and nothing more."

Gloria Estefan. "Love on Layaway". No me gustan los villancicos, sobre todo esas versiones blandas, cursis y dulzonas, cantadas por viejas que ponen voz de niño, que son las que más se oyen, como parte del "ruido ambiental" de las Navidades. Sin embargo, me encantan las canciones de Navidad, desde el clásico de Irving Berlin al rock de los Teleñecos. Sólo hay una canción de Navidad que detesto profundamente: esa de un grupo afro-alemán, que suena machaconamente en España en está época, y es una de las razones por las que prefiero no pasar Navidades en España.

Además, la Navidad, hoy por hoy, es exceso y se me ocurren pocas cosas más excesivas que esta canción de Dª Esfínter. Es una fantasía caribeño-navideña, con campanas, citas a un clásico navideño y una letra que vale tanto para Navidad, como para la Noche de San Juan. La Estefan ha sido capaz de lo mejor y lo peor: su regreso, después del accidente aquel, fue estupendo y supo recrear, mejor incluso que Cher, la música disco en los 90. Pero no sé si es posible perdonarle la Conga ciclista.





Esta es la última entrada de este año: mañana me voy de vacaciones y regreso mediado enero. Por eso, os deseo una buena entrada en el 2009.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Volvamos a jugar

En octubre, os propuse un juego: descubrir la canción por su letra. Por el número de comentarios, fue una de las entradas más populares. Así que, aquí vamos de nuevo. Incluso hubo quienes (Brecken y Pasaelmocho) me copiaron y mejoraron la idea -lo que es el mejor halago.
Yo, que soy muy clásica, repito el fomrato: así que, aquí vamos de nuevo.




1. "Baby, don't you want me to go. So honey, why dont you beg me to stay? For love and talk the way we used to talk, 'till we both know what we've lost. Never say the words we did before, when it was over."



2. "... the time has come for my dreams to be heard. They will not be pushed aside and turned into your own, all cause you won't... "



3. "Without love, there’s no reason to live. Without you, and what would I do with the love I give?"



4. "Let me take you on a trip. Just a simple journey. A journey full of sound and beats. One that would lead you down, way out to... "



5. "Two people take a vow to be together and live and love each other forever. They promise to love a lifetime, funny thing, then they change their minds. They both go their separate ways and love is just a memory. But a young heart doesn't stay sad long, another love soon comes along."



6. "... pensando en no se qué, me tranquilizaré, mis huellas se desgastan, tus pistas me despistan. Dime ¿cuándo?... ¿Cuándo?"



7. "But if you try sometimes, well you might find, you get what you need. Oh yeah!"



8. "¡Me equivoqué! Seguí las pautas de mi instinto animal y me entregué como instrumento de tu vanidad."



9. "¿Quién te ha dicho que voy volando por los tejados detrás de ti? ¿Quién me espía enmascarado desde las sombras de mi jardín?"



10. "I've got a chip on my shoulder with you name on it. Knock it off. So don't just stand there foolin' if you don't want it. Knock it off."



11. [Porque es Navidad.] "If I could only have one wish this holiday, without a second thought I'd have to say, that you can't find what I want in any store. I just want you to be mine and nothing more."



La solución, después de Navidad. Merry Christmas, darling.

martes, 16 de diciembre de 2008

Volver a Bruselas

Este pasado fin de semana, estuve en Bruselas, donde viví 5 años, del 2000 al 2005. Fueron esos unos años muy buenos, durante los que me divertí mucho, aprendí unas cuantas cosas, conocí a un puñado de mis mejores amigos y, una noche de febrero del 2003, empecé de nuevo, como bien lo sabía la ciudad, que amaneció totalmente cubierta de nieve al día siguiente.

Fue un finde estupendo, en el que "hacer", lo que se dice "hacer", hicimos muy poco. A parte de salir a tomar algo el viernes -a los sitios de siempre, incluida la casa de Mamá-, el sábado organizamos una fiesta, en la que, si bien no estaban todos, sí todos los que estaban eran de ese grupo de gente que echamos mucho de menos. Hablamos, bebimos, nos reímos y bailamos mucho -gracias a un gran pincha, capaz de mezclar clásicos de la italo-disco, con esa canción de las "Weather Grils" por la que hasta a los jugadores de rugby se vuelven locos.

El domingo, comimos -muy bien- en casa de unos amigos, que estuvieron, hace menos de un mes, en Argentina y Uruguay. Mirando sus fotos, me di cuenta de que me gusta volver a Bruselas, que volvería a vivir allí, que echo de menos sus mejores cosas y a mis amigos, pero que no siento nostalgia. Fueron 5 años fabulosos, que forman un periodo de contornos definidos, que viví intensamente, pero que recuerdo sin melancolía.

Me di cuenta de eso, porque viendo esas fotos sentí una pizca de la melancolía que me desborda cada vez que vuelvo a Buenos Aires -la ciudad por antonomasia para Volver (no descubro nada). Nostalgia de mi infancia -ese jardín perdido, al que le canta Fito Páez- y, lo que puede parecer extraño, de la vida que no he tenido.

Me considero, como ya he dicho alguna vez, un español de ultramar, lo que supone, entre otras extravagancias, tener un bagaje híbrido, que me hace emocionarme en un mismo grado con "Suspiros de España" y con "Adiós, Nonino" y que me permite reírme esperando la carroza o al borde de un ataque de nervios.

Nostalgia por las opciones no escogidas y por las posibilidades marchitas, intuición de lo que posiblemente he perdido. No por eso dejo de reconocer la gran suerte que he tenido y lo mucho que he ganado, pero todavía quiero todo -lo que me gusta pensar que es un rasgo adolescente-, por eso busco tener ya no sólo lo vivido y lo que me queda por vivir, sino, además, en una pirueta ucrónica -del corazón, más que de la cabeza- quiero tener los pasados, presentes y futuros que no han sido.

martes, 9 de diciembre de 2008

A vuelta con las décadas

Llevo no sé cuántas semanas dándole vueltas a esta entrada. Últimamente, escucho cosas contradictorias: unos dicen que volvemos a estar en los 70 y otros que vuelven los 80.

Cada vez más, pienso que las supuestas vueltas de las décadas no son más que estrategias de ventas, aprovechando que la vida es ahora más larga y que, a pesar de todo, tenemos más dinero, para permitirnos, 20 años después, comprar toda la moda, la música y los muebles de nuestra niñez y adolescencia.

Además, se trata de algo relativamente moderno. Que me corrija alguien, pero creo que la primera década en la que pasó fue, precisamente, en los 80, con su mezcla del estilo de los 40 -basta ver el vestuario de Oleg Cassini para Gene Tierney en "¡Qué El Cielo La Juzgue!"- y la moral de los 50. Porque los 80 fueron años de líneas rectas y limpias -y blancas, lo que también parece volver con fuerza. Sinceramente, a mi me parece que los 80 no empezaron de verdad hasta mediada la década, con la "revolución conservadora" y las ansias por hacer dinero, con las hombreras y los calentadores, el aerobic y el culturismo, los yuppies y la Bolsa, el SIDA y la monogamia, el ingreso en las Comunidades Europeas y el "morir de éxito" de Felipe González, la bella arruga de Adolfo Domínguez y los pelos cardados.

Antes, posiblemente gracias al Punk y, en España, a que se murió aquél señor, vivimos una continuación de los 70. ¿Pruebas? Esta foto y este vídeo. Los 70 fueron años convulsos y confusos, ambiguos, promiscuos, combativos y creativos, a espaldas a un sistema quebrado. Muertas las ilusiones de los 60 -el 68, en París, Praga o México; el 69, con la separación de los Beatles, la muerte de Judy Garland y las travestis del Stonewall.

Ahora, hay cosas que nos recuerdan a los 70: la crisis económica, Estados Unidos metido en una guerra extranjera impopular, la ex-URSS atacando -y no preventivamente- a un país vecino y, después del regreso de las barbas y las melenas, se anuncia el regreso del bigote.

Las pruebas de la posible vuelta de los 80 son una cantante nueva u otra o porque vuelve un cyborg u otra gente no se ha ido. Pero, por esa regla de 3, estarían volviendo los 50 y los 60 -entre Amy, Robson y Duffy- y los 90 -por Take That, por ejemplo.

Hace ya unos años, cuando todo el mundo decía que volvían los 80, Breckenridge y yo pensábamos que no, que lo que estaba volviendo eran los 70. Durante bastante tiempo, pensábamos que era una más de nuestras neuras -como el odio al entrenador personal gordo de nuestro antiguo gimnasio-, hasta que nuestras sospechas fueron confirmadas por La Prohibida, a la que hacemos muchos caso, desde que actuó para nosotros -de hecho, para Brecken- en junio del 97. En una entrevista -que ni conservo, ni sé cómo recuperar-, dijo que de revival de los 80 nada, que lo que estábamos viviendo era una repetición del final de los 70: a las drags asexuadas y asépticas, le sucedieron unas travestis sacadas de Laberinto -y eso nos parecía rompedor, si bien es cierto que algunas eran capaces de montar cosas rompedoras en el En Plan Travesti y mis admiradas Fellini le siguen volviendo las cosas del revés.

Así que, yo ya no sé qué pensar. No sé si dejarme bigote o afeitarme hasta las patillas, si comprarme unos calentadores o una cazadora de borreguito. Por eso, creo que lo mejor es preguntaros: ¿Vuelve alguna década? ¿Cuál? ¿Cuál es el indicio?

lunes, 1 de diciembre de 2008

El regalo

Vais a pensar que soy un coñazo, que después de una entrada sobre el 20-N y 12 días sin escribir, vuelvo a hacerlo sobre una efemérides. Quería haber escrito al menos una entrada, antes de publicar la de hoy, pero he estado más ocupado de lo que esperaba y, fundamentalmente, no terminaba de salirme.

Hoy es 1º de diciembre y es el Día Mundial de la lucha contra el SIDA. No puedo dejar pasar la fecha sin escribir algo, de la misma manera que, esta mañana, muerto de sueño por el madrugón inhumano que me he pegado, me he puesto un lazo rojo en la solapa. Sé que hoy se conmemora a los millones que han muerto de SIDA y que es importante recordar que hay 33 millones de personas infectadas, la mayoría de los cuales son demasiado pobres para tener acceso a las terapias triples anti-víricas, y que, cada año, hay más de dos millones de nuevas infecciones, así como denunciar la discriminación que sufren los seropositivos.

También se trata de insistir en la prevención. Se me escapa que, sobre todo en una sociedad opulenta y occidental, siga habiendo gente -mujeres, hombres, heterosexuales, homosexuales y todos los modelos posibles- que se infecta con el VIH, por ignorancia, inconsciencia o a propósito.

Como ya he contado, mi despertar sexual sucedió en los 80, por lo tanto, fue paralelo a la evolución de, digamos, la primera ola del VIH y el SIDA, que vino a sumar una dosis extra de confusión y miedo a mis dificultades para aceptar mi orientación sexual. Recuerdo también la ansiedad y el terror durante la espera del resultado de la primera prueba del VIH que me hice, y que no disminuyeron en nada ni con la segunda, ni con la tercera, ni con la cuarta prueba. Daba igual que hubiera practicado sexo seguro -o relativamente seguro-, porque siempre hay algo, por pequeño que sea, que no deberías hacer o no convendría que hicieras o que no es absolutamente seguro, pero que haces.

Hay un documental muy bueno, titulado "El Regalo" ("The Gift"), que trata sobre hombres que buscan infectarse. Se centra, sobre todo, en la historia de tres de ellos, todos más de 10 años más jóvenes que yo, que han participado voluntariamente en orgías, en las que ni hay condones, ni sexo seguro, ni se hacen preguntas -y que a mi se me antojan como especies de misas negras, de celebraciones del mal y la muerte, a pesar de sus ropajes de liberación y plenitud.

Personalmente, concibo la vida como una construcción, una "performance", por lo que soy capaz de entender la carga poética de seguir la llamada de la pulsión de muerte y conscientemente buscar la autodestrucción, con el alcohol u otras drogas, saltando del Viaducto, estrellando un coche contra un muro o a través del sexo, Pero, soy contradictorio y, en el caso del VIH/SIDA, me cuesta mucho entender que alguien decida infectarse o, al menos, decida ser un inconsciente. Posiblemente me cuesta por el miedo que le he tenido y porque, en el caso del documental, ninguno de los tres chicos parecen comprender del todo lo que están haciendo, salvo uno de ellos, cuando ya es demasiado tarde.

Quería terminar esta entrada con la escena final de "Longtime Companion", que me sigue pareciendo la mejor descripción de los primeros años del SIDA, pero no la encuentro -se ve que no todo está en Internet. He encontrado muchas otras cosas, pero no he encontrado ninguna con el mismo mensaje de esperanza, ni con la misma carga emocional. Así que no voy a poner nada y voy a terminar animándoos a ver la película -el documental, sinceramente, es tan deprimente como bueno.

Para el SIDA.

viernes, 21 de noviembre de 2008

20 de noviembre

El primer verano que pasamos en España, el del 80, vino a visitarnos mi abuela paterna durante 2 meses. No tengo muchos recuerdos concretos de ese verano, aunque sé que hice un viaje organizado con ella por Andalucía y que toda la familiar (mis dos hermanas, nuestra abuela, nuestros padres y yo) veraneamos en Vigo. Lo que sí recuerdo bien fue la parada que hicimos en el Valle de los Caídos a la vuelta de una excursión desde Madrid a El Escorial.

Mi abuela insistió mucho en ir. Mi padre cedió a su insistencia, aunque la visita a un símbolo fascista no le hacía ninguna gracia. Mi madre medió entre ellos, poniéndose de parte de su suegra, con la que siempre se llevó de maravilla, considerando más importante satisfacer los deseos de mi abuela, que atender a las objeciones de mi padre.

Las razones de mi padre era claras. Unos quince años antes, cuando repartía su tiempo entre la Facultad de Medicina y el contrabajo en los cabarets del Bajo, había militado en el Partido Comunista argentino. Felizmente, dicho sea de paso, antes de acabar la carrera lo expulsaron del Partido por heterodoxo y, poco después, un compañero de clase, que era en realidad un infiltrado de los servicios de inteligencia, destruyó su ficha de subversivo, con lo que, seguramente, le salvó la vida diez años después, en las primeras oleadas de desapariciones, tras el golpe del 76.

Además, mi padre tenía razones sentimentales para no querer ir al Valle de los Caídos. Su padre, que dejó España en 1908, con 14 años, escapando de la conscripción para la guerra en África, vivió con desesperación la Guerra Civil y la derrota de la República. En abril del 39, guardó en un cajón su pasaporte español, junto con sus ganas de volver a España, y prometió que no volvería hasta que volviera la República. Mientras tanto, aceptó que no tenía otra patria que la Argentina. Mi abuelo murió en 1974 y nunca volvió a Oviedo.

Curiosamente, mi abuela quería ir al Valle de los Caídos, precisamente, por la memoria de su marido.

Mi padre se quedó en la puerta de la Basílica; creo que mis hermanas y mi madre entraron. Yo entré con mi abuela. Sólo he estado allí esa vez y mis recuerdos no son claros. Creo recordar el contraste de luz y temperatura al entrar y dejar tras la puerta una tarde radiante y calurosa de julio en Madrid. También recuerdo el tamaño del espacio y, según nos contó alguien, esa parte sin consagrar y separada del resto por una valla metálica, que hace que la Basílica no sea más grande que San Pedro del Vaticano.

Pero lo que de verdad recuerdo es que mi abuela dejó para el final de la lápida de Franco. Nos acercamos, me hizo leer la inscripción. Cuando terminé, y sin previo aviso, levantó el pié derecho sobre el cordón de protección, y pisó la lápida, diciendo "Ahora te piso yo". Tras lo que se giró hacia mi y me dijo: "Tu abuelo no volvió nunca a España porque se murió antes que Franco, por eso lo piso ya ahora, en su nombre".

Entendí a medias lo que me estaba diciendo. En esa época, aún aprendiendo a vivir en España, no tenía una imagen clara de Franco y no sabía casi nada de la historia de mi abuelo, además me costaba casar lo que me decía mi abuela con el hecho de que mis otros abuelos viajaban regularmente a España, desde mediados de los 50.

Pero recuerdo con muchísima claridad su zapato derecho, negro y de medio tacón, sobre la lápida de Franco. Fue uno de los primeros momentos en los que fui consciente de que la realidad tenía pliegues, en los que se esconden otras realidades, y que solamente conocía una parte pequeña de la historia de mi familia. Además, empecé entonces a intuir que cuando mi padre hablaba de la Revolución de Octubre, la II República y la Guerra Civil, de Hipólito Yirigoyen, Perón y de la dictadura en la Argentina no me estaba dando una lección de historia, como yo pensaba, sino que me estaba hablando de si mismo y de mi.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Maximiliano. Epílogo

Max y Enrique siguieron en contacto a través del correo electrónico y, esporádicamente, por teléfono. Para Enrique, Max se fue transformando en un buen recuerdo, capaz de levantarle el ánimo y hacerle sonreír. A veces, fantaseaba con que las cosas hubiesen sido distintas y que, a ese fin de semana en Bruselas, le hubieran seguido otros. Incluso, más de una vez, se le cruzó la idea de ir a verlo a Los Ángeles, pero todas las veces terminaba por desecharla, porque no estaba seguro de que Max lo estuviera esperando. Sin embargo, siempre le quedaba la duda. Hasta que, casi un año después, surgió la oportunidad de volver a verse.

Enrique recibió un mensaje de Max, contándole que estaría en Madrid, por trabajo, en un mes. A Enrique le faltó tiempo para contestarle que tenía muchas ganas de verlo, ilusionado por la idea de volver a ver a Max. También le ofreció que se quedase en su casa, pero Max, que viajaba con unos compañeros de trabajo, prefería quedarse en el hotel que le pagaba su empresa.

Quedaron en el hotel de Max, para ir a cenar primero, con la idea de darse tiempo para que reapareciera la magia. Enrique llegó a la hora en punto, incapaz de controlar su excitación y muerto de ganas de subir directamente a la habitación de Max. "Baja enseguida" -le dijo, tras colgar el teléfono, la chica de recepción mecánicamente, aunque Enrique hubiese jurado que le sonreía con complicidad, capaz de intuir sus nervios y expectativas.

Al ver salir a Max del ascensor, durante una fracción de segundo, pensó que no era él, como si no lo reconociera del todo. "Tendría que haberle hecho fotos" -se sorprendió de pensar. Pero estaba tan contento y la sonrisa de Max era tan sincera y cálida, que dejó de pensar y se rindió -otra vez- a los brazos de Max, aunque no se atrevió a proponerle que se olvidaran del restaurante y subieran directamente a la habitación, que era lo que de verdad le apetecía en ese momento.

De camino, Enrique se fue tranquilizando y evaluando los cambios que creía ver en Max. Estaba más fuerte -lo que era bueno- y le seguía viendo algo raro en la cara -lo que lo desconcertaba-, aunque sus ojos continuaban siendo del mismo verde que lo había conquistado un año antes.

El principio de la conversación fue algo torpe, pero, al llegar al restaurante, ya habían recuperado la fluidez. Enrique estaba muy contento y sentía que a Max le pasaba lo mismo. Se sorprendió de la multitud de cosas que, de pronto, quería contarle y de las ganas con las que escuchaba a Max hablar de su trabajo y de su vida en Los Ángeles. Descubría así nuevas cosas de Max, como su afición a los caballos, que era algo vanidoso, que estaba muy volcado en su carrera y era ambicioso. Al terminar de cenar, Max le dijo, como de pasada, pero consciente del impacto de sus palabras, que tenía una oferta de trabajo en Madrid y que, tal vez, la aceptaría. Enrique sonrió, sorprendido y sin saber qué decir.

De vuelta al hotel, Max volvió a mencionar la oferta de trabajo en Madrid. Enrique, totalmente entregado al momento, le dijo lo mucho que le gustaría tenerlo en la misma ciudad, mientras volvía a pensar en el destino y las vueltas que los dos habían dado para estar en ese momento juntos en Madrid y tener, tal vez, una posibilidad de futuro.

Subieron juntos a la habitación de Max. Después de un año fantaseando con un reencuentro, Enrique era demasiado consciente de que estaba sucediendo como para dejarse llevar. La excitación de volver a estar con Max en la cama era más fuerte que la excitación de su cuerpo. Fue un buen polvo, pero algo mecánico, menos íntimo que los de Bruselas.

Al volver del baño, sintió cierta incomodidad y resurgieron sus dudas. Max estaba muy hablador y empezaba a hacer planes -ni del todo en broma, ni del todo en serio- para su mudanza a Madrid. "Me mudo contigo, a tu casa, claro" -dijo, con su mejor sonrisa, lo que acrecentó las dudas de Enrique. En ese momento, fue cuando creyó descubrir aquello que le desconcertaba al mirar a Max. "¿Se ha operado la nariz?" -pensó, pero fue incapaz de preguntar, y se sintió como un idiota al instante. En su interior, se alzaban los puentes y cerraban las puertas, ante la posibilidad de realización de su fantasías sobre Max y él del último año. Se abrazó a Max, que había dejado de hablar; eso le ayudó a tranquilizarse. Quería dejarse llevar por la sensación de estar abrazado a Max, que el contacto de su piel disipara las dudas y recortarse la distancia que crecía entre ellos. Se durmió pensando que, por la mañana, vería las cosas con más calma, que se sentiría contento porque Max quería mudarse a Madrid y que el polvo que echaran al despertarse les permitiría recobrar la ilusión.

Pero a la mañana siguiente no follaron. Ninguno de los dos se mostró dispuesto a dar el primer paso. Enrique intuyó que Max compartía sus dudas y que tampoco para él el reencuentro había estado a la altura de sus expectativas. Se despidieron sin planear volver a verse. Max se iba de Madrid esa noche y no parecía cómodo con la idea de que Enrique fuera al aeropuerto a despedirlo, delante de sus compañeros de trabajo -a Enrique le molestó pensar que, debajo de esa apariencia de seguridad, Max se escondía parcialmente en el armario.

Se pasó todo el día pensando en lo que había pasado. A ratos, sentía ganas de llamar a Max, proponerle que se volvieran a ver dónde fuera, para poder hablar de sus sentimientos -algo que se dio cuenta que no habían hecho- y solucionar los problemas. A ratos, pensaba que se habían equivocado al volver a verse, que no tendrían que haber intentado recuperar el pasado. En su memoria, pensó, ese fin de semana en Bruselas era perfecto y completo, diríase articulado por una lógica -romántica y circunstancial-, que le daba sentido a cada detalle, a todas las miradas, a cada beso. Era imposible que el reencuentro en Madrid hubiese estado a la altura, porque para Madrid el destino no había escrito ningún guión y los dos se habían encontrado perdidos, sin más actuación posible que la realidad de dos tíos algo desconcertados, al darse cuenta que, a pesar de las aparentes promesas de un año antes, se conocían poco, no tenían muchas cosas en común y empezaban a dudar de que el otro les hubiese gustado tanto como creían recordar.

El viernes, quedó con Tomás para tomar una copa y contarle todo. Aunque desde hacía unos meses no lo veía con frecuencia, Tomás seguía siendo su mejor confidente. Poco antes del verano, Tomás se había enamorado perdidamente de un estudiante de Físicas y, desde entonces, su vida se organizaba de acuerdo al calendario universitario, las fechas de los exámenes, los plazos de entrega de las proyectos. Enrique nunca lo había visto tan feliz y, pensando en el contraste entre la seguridad de Tomás al ponerse a salir con ese chico y sus dudas ante Max, consideraba que no había nadie mejor para ayudarle a aclarar las cosas.

Tampoco le hizo falta aclarar demasiado. A medida que se lo contaba a Tomás, se iba dando cuenta de que se había equivocado al olvidar que los amores de verano, aunque ocurran en marzo, son mágicos porque nacen sin tiempo y sin futuro. Es más, sentía que el Max que había vuelto a ver ni era el mismo de Bruselas, ni le llegaba a la altura. Empezó a hacer bromas sobre el fiasco del reencuentro, sobre todo sobre la nariz operada -posibilidad que fascinaba al novio de Tomás- y el Max de Madrid pasó, así, a engrosar la lista de "intentos fallidos".

Sin embargo, el recuerdo de Bruselas mantenía intacta toda su fuerza. Desde el otro extremo de la barra, un chico rubio lo miraba con insistencia. Enrique le devolvió la mirada y subió la apuesta con una sonrisa, antes de acercarse a hablar con él. Algo más tarde, al ir a besarlo por primera vez, Enrique pensó en Max, al decirse que Jorge, que así se llamaba el chico, le gustaba mucho, aunque no tuviese los ojos verdes.

jueves, 13 de noviembre de 2008

"Ortogay"

Eso me llamó hace años, en una cena, una chica al ver que su flirteo no daba resultado. Lo que me dijo exactamente fue "¿Pero tú no serás ortogay, verdad?", dando por entendido que eso era un rollo pasado de moda y que ella, por su parte, no era "ortohétero".

Me hizo gracia la palabra y terminé por asumirla. Me viene siempre a la cabeza cuando estoy en un ambiente "ortohétero" y me aburro, ya que considero ese aburrimiento como una prueba (más) de mi ortodoxia.

Nací demasiado tarde para participar en la "liberación homosexual" de los 70. Mi despertar sexual "adulto", por precoz que fuera, no se produjo hasta mediados los 80 -me acosté por primera vez con un tío en el 87. Sin embargo, siempre he tenido como punto de referencia esa primera etapa, desde la explosión de rabia y alegría del 69 al terror del SIDA de principios de los 80. Desde una perspectiva contemporánea, esos años establecen el paradigma -las reglas, la ortodoxia- del homosexual, en la sociedad occidental actual. Por cierto, hay un documental estupendo, aunque no para todos los públicos, sobre esa época. En todo caso, en mi adolescencia, aunque escondido y de forma oblicua, esa época era la única referencia.

Por otro lado, si bien no elegí que me gustaran los tíos, sí terminé eligiendo qué hacer con eso y qué vida llevar. Podría haberlo negado o podría haberlo reducido a su más casto mínimo, pero decidí, porque así siempre he entendido yo la parábola de los talentos, liarme la manta a la cabeza y abrazarlo. Sino, según lo veo yo, estaba reduciendo mis posibilidades de tener una vida plena y valiosa. De esa manera, cobraron coherencia muchas cosas de mi vida, ya no sólo la atracción por los hombres, sino cosas inconexas, como mi devoción por Barbra Streisand o Liza Minnelli o mi desinterés por los deportes de equipo.

Todo lo anterior -me temo que he leído, y asimilado mal, demasiada teoría "queer", constructivismo y filosofía barata- es para contar lo muy "ortogay" que me sentí el viernes pasado, cuando acompañé a mi santo, por cuarta o quinta vez, a la cena anual de su empresa. Evidentemente, cuando a uno le da por la ortodoxia, se vuelve un poco intolerante.

Como las otras veces, la parte más entretenida es al principio, con las presentaciones, cuando alguien me pregunta por qué estoy allí y le contesto que soy la pareja de M. Es todo muy educado y yo lo digo con delicadeza -no como aquél que, en situaciones parecidas, se presentaba como el sex partner de su novio-, así que las reacciones son educadas y medidas, aunque siempre sea posible adivinar el proceso mental del interlocutor, mientras intenta poner todas las piezas -incluidos los rumores que haya oído- en su sitio.

Pero el resto de sarao me suele aburrir bastante. Justo después de la cena, empieza el baile, que, por supuesto, tendría que divertirme. Pero no así. Por un lado, el modelo es un poco como de "discothèque" parisina de los 60, donde se bailaba en pareja -chica y chico-; por otro lado, la música mezcla esa música disco infame que hicieron Kool & The Gang -sobre todo hacia el final- o Boney M -siempre-, con alguna de mis canciones más detestadas, como "Time Of My Life". El viernes pasado, salvaron la noche, he de reconocerlo, "Good Times" y "Reach" (lo mejor y lo peor de lo mejor). Un problema adicional fue que, el viernes, me tocó bailar con K, una amiga de M, estupenda, adorable y divertidísima, pero que considera que "bailar agarrao" es una excusa para ejercer la violencia física, por lo que se pasó todo el rato zarandeándome y pegándome pisotones. Por suerte, se cansó pronto.

Así que, magullado, busqué a M en la zona de la barra, llena de gente, ya borracha, bebiendo. Yo bebo poco -lo que es un defecto- y no soy capaz de seguir el ritmo. Estar sobrio rodeado de gente cada vez más borracha es entretenido hasta cierto punto. El viernes pasado, para mi, ese punto fue cuando unos ojos azules de 26 años -muy monos, pero con novia- empezaron a hablarme de la influencia de la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Justicia en el sistema jurídico británico. Los primeros 5 minutos fueron soportables -de hecho, no le hacía demasiado caso-, pero los 10 minutos siguientes fueron un tedio. Me salvó un abogado español, colega de M, que se acercó a hablar con nosotros, atraído también por los ojos azules y dispuesto a hablar de lo que fuera, aunque la novia del chico -más bien feúcha- estuviera vigilando.

Fue entonces, ya algo cansado, cuando empecé a pensar en las alternativas a esa noche, desde haberme quedado en casa -hacer la cena, ver la tele-, hasta estar en Vauxhall, dando botes en una discoteca -oscura, sudorosa, ensordecedora- , y, lo cierto, es que todas ellas me parecían más atractivas. No me sentía con fuerzas ya para volver a explicar a qué me dedico en Londres o a escuchar historias de bebés y colegios o a tener que dar mi opinión sobre el traje horroroso de una pobre chica de la que todos se ríen. Hubiese tenido fuerzas, tal vez, para explicar porqué se están cargando la noche -y el día- en Ibiza o para escuchar algún chiste obsceno o para dar mi opinión sobre las faldas escocesas que llevaban un par de chicos; es decir, para algo más gay.

Así que, antes de empezar a poner mala cara, le dije a M que él se quedara, pero que yo me iba a casa, salí, cogí un taxi y, en menos de media hora, estaba metido en la cama. Cansado, con dolor de pies, contento de haber acompañado a M y volver a poner mi granito de arena en aras de la "normalización" y, al mismo tiempo, sintiéndome "ortogay" y un poco intolerante.

En todo caso, sé que el año que viene, el primer viernes de noviembre, volveré a ponerme el esmoquin y a acompañar a M a la cena de su empresa, porque, en el fondo, albergo la esperanza de que, el año que viene, M y yo abramos el baile y que el abogado de los ojos azules haya caído en la cuenta de que, con esa chica, no va a ninguna parte.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Estoy bailando

A estas alturas, ya ha quedado claro que me encanta bailar, ¿no? El rescate emocional, como lo calificó un buen amigo, desencadenado al empezar a escribir este blog, me ha hecho darme cuenta de lo importante que la música es en mi vida y lo muchísimo que me gusta bailar, y eso que ni sé tocar un instrumento, ni he ido a clases de ballet o de baile, salvo un par de veces en un club deportivo gay.

He bailado mucho, desde siempre y en todas partes. Había pensado hacer una cronología de mi vida, que iría desde aquellos bailes "Mata-Hari" en el salón de mis abuelos, a esas mañanas suspendidas en el tiempo, en el "after" de algún "after", oscuro, pegajoso, sudoroso y muy divertido. Pero me parece que sería excesivo y, sobre todo, aburrido. Tendría que encadenar los años y las décadas para ir, desde unas sesiones de discoteca infantil en el YMCA de Buenos Aires a, por ejemplo, una gloriosa mañana de un sábado de verano en la terraza del "Space" de Ibiza. Nada de especial, por otro lado, que a las fiestas del colegio y los bailes en el salón de casa, le hayan seguido discotecas y clubes -sitios fabulosos, clubes legendarios y antros infames-, desde unas sesiones de tarde en "Pachá" a otras tardes, 20 años después, continuación de alguna noche en Londres, Madrid o en alguna fiesta blanca, negra o roja.

Hubo un paréntesis importante: los años de adolescencia que pasé en Vigo. En Vigo, como me dijo un compañero de clase al poco de llegar, "los tíos no bailan". Al menos, en esa época. De hecho, sí bailaban, pero muy tarde, hacia el final de la noche, cuando se justificaba por estar borracho. De pronto, me he acordado de "Tea And Sympathy", una película estupenda de Vicent Minnelli, con una Deborah Kerr maravillosa, pero, al mismo tiempo, una película espantosa de mediados de los 50, centrada en enseñar al protagonista, un chico de 17 años muy sensible llamado Tom Lee, a comportarse como un hombre. No hace falta explicar más, ¿no?

Perdón por la digresión, que, por otro lado, me ha estado bloqueando la continuación de esta entrada durante unos días. Mi intención era seguir hablando de lo mucho que me gusta bailar, exponer mi teoría sobre la continuidad de la música disco en el "house" -siguiendo la idea de Frankie Knuckles de que el "house es la venganza de la música disco"-, mencionar el fantástico libro "Love Saves The Day" de Tim Lawrence y terminar con algún momento sublime en una pista de baile, como bailar "Promised Land" una mañana de sábado en el "Space" de Ibiza, emocionarme hasta casi llorar bailando "That's The Way Love Is" o bailar en una sesión de David Mancuso.

Sin embargo, el recordar el paréntesis que se abrió al mudarme a Vigo me obliga a seguir por otro camino y dejar lo demás para una próxima entrada. Veamos, ese paréntesis es más largo de lo que quería recordar y abarca algunos años más, cuando ya había vuelto a vivir en Madrid, pero seguía sin bailar. No es que dejara de bailar totalmente, seguía haciéndolo en casa, con mis hermanas, en nuestra interpretación particular de los bailes de salón, al son de Frank Sinatra y Glenn Miller, o solo, como aquella primavera en Madrid, enganchado al "Never Gonna Give You Up". Pero fuera de casa, nada o casi nada. El mensaje de que "los tíos no bailan" caló hondo y tardé algún tiempo en rebelarme, ayudó bastante que en Madrid los tíos sí que bailaban, sobre todo en los sitios a los que empecé a ir: alguna vez a "Aire", aunque no lograba descifrar el código de los que revivían cada semana el último "verano del amor", y, bastante más seguido al "Alex" o el "Ras" -que es lo más-, aunque la motivación principal para ir a esos sitios era más ligar que bailar.

En definitiva, lo que ha pasado es que mi idea original para esta entrada me llevaba a construir e interpretar todos esos años bailando desde el presente, dejando de lado aquello que, por decirlo así, rompía la lógica del discurso; de esa manera, hacía como si no hubiese existido ni "Pachá", ni "Oh! Madrid", ni los bares de Malasaña, ni mi época (algo) "grunge". En definitiva, estaba siendo poco honesto conmigo mismo y recreando el pasado para que se ajustara al presente. Por eso, prefiero terminar esta entrada aquí, aunque no sin dejar de añadir el vídeo con el que, desde el primer momento, quería cerrar esta entrada.
Tenía dos canciones candidatas: "Bailar Hasta Morir", en la versión original de Tino Casal o en la versión de Fangoria+Madelman, y "Estoy Bailando", del que ya he hablado, pero no en la versión de las Hermanas Goggi o la (mediocre) versión de las Shimai, sino en la (fabulosa) versión de Nenita Danger y Caprichosi, porque me hace reír y porque, en mi próxima vida, yo quisiera ser una de Las Fellini.


viernes, 31 de octubre de 2008

Sofía no entiende

La abuela de mi amiga Leonor se llama Sofía. Siempre he pensado que Sofía es una mujer inteligente, elegante, conocedora del mundo, capaz de ser cercana y entender los problemas y el dolor de los demás, aunque, en ocasiones, pueda parecer fría y distante. De hecho, siempre me he sentido bienvenido y apreciado en su casa, que ha sabido convertir en la casa de todos. Porque, de alguna manera, se podría decir que Sofía, junto con su marido, reina sobre una familia grande y caótica, compleja y contradictoria, que refleja todos los cambios que España y la sociedad española han vivido en los últimos 30 años.

En definitiva, digamos que Sofía siempre me ha caído bien e, incluso, en algunas ocasiones la he admirado. Como aquella vez que mi amiga Leonor me mostró las fotos de un viaje que hicieron sus abuelos a no sé qué país árabe, durante el cual, su abuela se negó a cubrirse el pelo y el rostro y a llevar faldas hasta los tobillos.

Sin embargo, hace poco pasó algo. Acompañé a Leonor a buscar unas cosas a casa de sus abuelos. Mientras la esperaba en el salón, aparecieron Sofía y una amiga suya, que creo que se llamaba Pilar. Nos pusimos a hablar. No sé muy bien por qué, tal vez porque esa señora, Pilar, que tenía pinta como de ser del Opus, no paraba de hacer preguntas inconvenientes, pero terminé por escuchar de boca de Sofía cosas que hubiese preferido no escuchar -y que no voy a repetir-, que me hacen pensar que es una señora más intolerante y con menos comprensión del mundo de lo que yo me imaginaba. Claro está que todos tenemos derecho a tener nuestras opiniones y a equivocarnos -sólo el Papa, sentado en la cátedra de San Pedro e iluminado por el Espíritu Santo, es infalible- y todos tenemos derecho a expresarnos, pero eso no significa que los demás estén obligados ni a oírnos, ni a escucharnos.

En el caso de Sofía, yo hubiese preferido seguir viéndola como una figura matriarcal, cálida, justa y algo severa, con una curiosa mezcla de toques mediterráneos, como si viniera de Grecia, y toques noreuropeos, como si viniera de Dinamarca. Además, conociendo lo compleja y variada que es la gran familia de Sofía, creo que hubiese sido mejor mantener una posición más neutral, capaz de incluir a todos, más allá de nuestras diferencias.

En el fondo, siento que Sofía me ha fallado. Seguiré yendo a su casa y, estoy seguro, seguiremos teniendo una relación cordial y de respeto, pero ya no me sentiré del todo bienvenido. Es una lástima, porque, hasta ahora, exagerando un poco, se podía decir que yo era "sofiísta".

martes, 28 de octubre de 2008

Max. 3

Se despertaron a la vez. Todavía duraba la magia. Un vaso de zumo, un poco de agua, una visita al baño y volvieron a la cama. El deseo era demasiado nuevo e intenso como para no dejarse llevar. No tenían prisa, nada parecía existir fuera de lo que pasaba entre ellos y más allá de esa cama. Enrique empezó a jugar con la pielv de Max, contando -sin llevar la cuenta- las pecas que, desde el pecho subían hacia los hombros, para dispersarse por la espalda. Enrique se perdió completamente en esa piel suave, blanca, de un ligero tono rosado, que acariciaba y besaba letamente, cada vez más excitado. "Cómo me gusta su culo" pensó Enrique, mientras descubría, como esperaba, una piel algo más oscura y rosada, en la que se detuvo. Max se dejaba hacer.

Max abrió un cajón, le pasó a Enrique un condón y el lubricante. "Esta es la posición que me gusta" -le dijo, poniéndose a cuatro patas. No hizo falta que hablaran más. Hay veces, como esa, en que el sexo ocupa todo y concentra el tiempo y el espacio.

Max se corrió primero y se recostó, recuperando el aliento, al lado de Enrique, que, de rodillas sobre la cama, se masturbaba. Un segundo antes de correrse, cuando sentía el mundo comprimido entre sus manos y el universo contenido en esa habitación, Enrique vió el tiempo detenerse sobre el filo de un segundo perfecto, único y completo. Se dejó caer sobre la cama, derribado por los espasmos del orgasmo. Cerró los ojos, aturdido y satisfecho, intentando retener ese instante infinito, de una lucidez absoluta, capaz de explicar el principio y el fin del tiempo. Tal vez se durmió.

"¿Te apetece que salgamos un rato?" -le oyó decir a Max. "Sí, vamos" -dijo en cuanto pudo reaccionar. Hacía un día estupendo, impropio de la fama de mal tiempo de Bruselas. Además, Enrique estaba contento y se sentía muy a gusto con la ropa que Max le había prestado.

Max quería enseñarle un par de rincones de la ciudad y aprovechar para comer algo. Siguiendo la etiqueta de ese tipo de ocasiones, hablablan un poco de nada y un poco de ellos mismos -sus familiar, sus ex-novios, el trabajo-, buscando equilibrar el conocimiento íntimo que tenían de sus cuerpos con el más mundano de sus vidas. Max le contó que en unos pocos días dejaba Bruselas. Se había mudado allí hacía menos de un año y la ciudad le gustaba, pero le costaba quedarse quieto en el mismo sitio y le había salido un trabajo -más interesante, mejor pagado- en Los Ángeles. Enrique, que no había podido evitar imaginarse algún plan fantástico de viajes mensuales a Bruselas, sintió el chasquido de las ilusiones tontas que se había hecho y que le dejaron un regusto agridulce en la boca. Optó entonces por dejarse llevar por el romanticismo de una historia tan bonita, que no tenía ningún futuro. De alguna manera, la falta de perspectiva le obligaba a concentrarse en el presente.

Volvieron al apartamento. Volvieron a follar. Más tarde, se pasaron por la casa de los amigos de Tomás, para que Enrique pudiera cambiarse e ir a cenar con ellos. Tomás, que lo había estado acribillando a mensajes, estaba algo cabreado, porque llevaba todo el día sin dar señales de vida, pero también contento por Enrique, a quien, desde la ruptura con Pablo, veía alternar periodos de euforia y de encierro. Ahora lo veía contento y, aunque sus amigos le habían advertido que Max era peligroso, sabía que no le iba a dar tiempo a romperle el corazón a Enrique.

Esa fue la última noche que Enrique y Max pasaron juntos. Aunque sabían que probablemente no volverían a verse, ni se quejaban, ni se dejaron llevar por la tristeza. Al día siguiente, la despedida fue rápida y sin promesas.

En el avión, Enrique pensó que era mejor así. Había pasado 36 horas perfectas, con un chico que le gustaba mucho. Había ido a Bruselas pensando que, con algo de suerte, terminaría echando un polvo, y se iba de allí, habiendo vivido algo tan romántico e intenso. Incluso meses más tarde, era capaz de convocar el recuerdo de aquel segundo perfecto, con Max desnudo a su lado, en el que sintió detenerse el tiempo. Era como el sol a finales del invierno, tibio y reconfortante, prometiendo un futuro donde todo es posible.

El verano siguiente, mientras iba de la ducha a su habitación, en el apartamento en Ibiza donde estaba pasando unos días, al tumbarse en la cama al lado de un alemán guapísimo, se dió cuenta de que se había acostumbrado a usar a Max como punto de referencia, cada vez que conocía a alguien nuevo. No tanto porque nadie le parecise tan bueno como Max, de hecho, más de uno -como ese chico de Hamburgo- estaba más bueno, sino porque recordaba que es posible encontrar a alguien con quien dejarse llevar sin esfuerzo. Enrique mimaba el recuerdo de ese fin de semana en Bruselas, capaz de calentarle el alma con el reflejo de una promesa total e intacta. Aún faltaba bastante tiempo para que Enrique sintiera la explosión definitiva de un sol en el estómago.

Max y él siguieron en contacto, a través del correo electrónico y, esporádicamente, por teléfono.

viernes, 24 de octubre de 2008

Tiro En La Cabeza

Ayer fui al cine a ver "Tiro En La Cabeza". Me gustó bastante.

La ponían, dentro del Festival de Cine de Londres, en un cine en Brixton, uno de los dos barrios tradicionalmente negros de Londres -el otro era Notting Hill, pero su aburguesamiento en los últimos 10 años ha terminado por expulsar a una gran parte de los afro-caribeños. Brixton está demasiado al sur del Támesis, por lo que sigue siendo mayoritariamente negro y de clase baja. Eso sí, dentro del cine, casi todo el mundo era blanco, de clase media y, porque la proyección de la película coincidía con un acto de Amnistía Internacional en favor de los "3 de Angola", engagé. Como decía Haro-Teglen (padre), el racismo es un problema socio-económico, de clases sociales.

La película es buena. Exigen atención y obliga a buscar una lógica a la acción. A estas altura, creo que casi todo el mundo sabe que la película está rodada a distancia y con sonido ambiente, pero sin que se llegue a oír las conversaciones de los personajes. Es decir, no hay un relato -nadie cuenta una historia-, sino que se muestra la historia y el relato, en su caso, tiene que construirlo el espectador. Es como ver a los vecinos de la casa de enfrente o a gente comiendo en un restaurante e intentar adivinar qué está pasando.

El ritmo es pausado, pero lo tiene, y bajo la superficie de la realidad "sin tratamiento" que muestra -gente andando por la calle, esperando un tren, etc.- hay mucha elaboración técnica. Parece casual, pero no lo es.

Por lo que sé, algunos han criticado la película porque "humaniza" a los terroristas. Es cierto que, durante casi una hora, vemos al protagonista hacer su vida [inciso: da la sensación que en España la gente se pasa el día comiendo, bebiendo y fumando], hasta que llega la escena del asesinato, que mostrada sin artificio -aunque lo hay-, es como un directo a la barbilla. Es un poco como uno de esos partidos de béisbol dominados por los lanzadores, en los que, aparentemente, "no pasa nada", hasta que un bateador hace un jonrón (vuelacercas, cuadrangular). Desde ese momento, creo yo, queda en evidencia el cortocircuito en el que viven los terroristas y que su vida es anormal.

Hay otra cosa que la película pone en evidencia (volviendo al Marxismo): el protagonista no hace ningún trabajo productivo, sino que "mata el tiempo" y, hay que deducir, es mantenido por su organización. Desde ese punto de vista, es como un parásito.

Evidentemente, a pesar de mis excéntricas ideas sobre el llamado "conflicto vasco", la descentralización autonómica, la nación y las lenguas -no por nada soy un español de ultramar viviendo en Londres-, no tengo ninguna simpatía por los terroristas, lo que hace que vea e interprete la película de una manera determinada. Soy subjetivo y parcial. Además, los actores que hacen de terroristas son un par de españoles de cincuenta años, barrigudos, fofos y descuidados, mientras que los que hacen de los dos Guardias Civiles tienen su punto -y yo tengo mis gustos.

He buscado en Youtbe algo para ilustrar esta entrada. Primero, pensé en el trailer de la película, pero no me gusta. Luego, en algún reportaje sobre la película, pero cuentan demasiado. Al final, me he decidido por éste, que tiene el mismo estilo que la película:

martes, 21 de octubre de 2008

El blog secreto

En la primera entrada, mencioné que hacía un tiempo había tenido otro blog, pero que aquél era un blog secreto. No voy a recuperar esas entradas, aquel blog está muerto y enterrado. Un "blog secreto" no deja de ser un diario personal electrónico. Siguiendo la lógica de esconder un elefante en la jaula de elefantes del zoológico, un blog del que no hablas es prácticamente inencontrable; es más seguro que un diario de esos con candado.

Mi antiguo blog era una vía de desahogo, en un momento en el que viajaba mucho, vivía entre dos ciudades, me sentía un poco extraño en la ciudad que considero mía y no estaba muy claro ni mi futuro profesional, ni cómo sobreviviríamos mi chico y yo a la distancia. Todas esas incognitas se despejaron: conseguí el trabajo que quería, me mudé a otra ciudad, dejé de viajar y mi santo y yo volvemos a vivir juntos. Sin embargo, me he dado cuenta que este nuevo blog es también una vía de desahogo. Cuando respondes a las preguntas que te angustian y despejas las incógnitas que te inquietan, aparecen otras -y, cuando eso deja de pasar, es que te has muerto.

Breckenridge, que tiene un blog estupendo, ha escrito cosas buenísimas sobre mi, que no merezco, y sabe mucho, dice que los blogs se escriben, en primer lugar, para uno mismo. Tiene razón, claro. Este blog me está permitiendo recuperar recuerdos, sobre todo buenos, que tenía enterrados, y me da un taburete, en un "rincón del orador" virtual, para opinar y contar mi vida.

Los blogs reflejan la personalidad de su autor, aunque no necesariamente toda. Si yo escribiera esto con 10 años menos, estoy seguro que sería más entretenido, tal vez menos reflexivo y, seguramente, estaría vertebrado por la sucesión de conquistas, derrotas, amores y desamores, alrededor de las que -me gusta pensar- giraba mi vida de soltero. Sería parecido, aunque peor, que el diario que escribió -y terminó publicando como libro- mi amigo Jota Ele. Si ahora me pusiese a escribir sobre mi vida cotidiana, tendría que hacerlo sobre lo que puse ayer de cena -una pierna de cordero asada con pesto de menta, muy rica, por cierto-, los paseos otoñales por la playa, lo mucho que me duele el culo después de 4 horas de bici, lo que me aburro en el trabajo o sobre uno chulo del gimnasio que me miró un día.

Así que, en vez de eso -sobre lo que no descarto del todo terminar escribiendo-, me está saliendo algo bastante introspectivo, un poco melancólico y con un punto petardo. Me está sirviendo de terapia y, como ya he dicho, ayudando a recobrar la memoria. Además, espero que sea el canal para compartir algunas obsesiones y dar salida a un par de cosas sobre las que quería escribir desde hace tiempo (la primera es "Max", claro).

Estoy teniendo una semana rara. Tal vez por eso, esta vez me ha salido una entrada circular y casi una presentación. Lo cierto es que tengo en la cabeza un puñado de entradas que "necesito" publicar -esta es una- y, hasta que no despeje el atasco, queridas y pacientes lectores, va a ver alguna otra entrada como esta. Me daré prisa.

sábado, 18 de octubre de 2008

Max. 2

Empezó entonces la coreografía de la conquista. Siguieron hablando, tanteando el terreno, buscando la confirmación de interés e intentando intuir su continuación. Cada pregunta, cada comentario, cada sonrisa les daba la excusa para acercarse o volver a tocarse.

Max le iba gustando más y más. Le había hecho reír un par de veces y se estremecía ligeramente –muy ligeramente-, cada vez que volvía a cogerlo por la cintura. Además, la pastilla flojita empezaba a hacerle efecto. Así que le propuso ir a la pista y bailar un poco. Buscaron al resto de grupo, que los recibió con miradas curiosas y divertidas. "¿Qué ha pasado?" -le preguntó Tomás. "Nada. Todavía nada. Hemos estado hablando." -le contestó Enrique, mientras empezaba a bailar, al lado de Max.

Se dejó llevar por la música y las sensaciones: La excitación que sentía cada vez que Max lo rozaba o deliberadamente se tocaban amplificaba los efectos de la pastilla. Se sintió deseado, porque sí y sin complicaciones. Sólo existía el presente y estaba contento.

El grupo empezó a dispersarse. Unos iban a pedir algo a la barra, otros al baño, a la otra pista o al cuarto oscuro. Enrique y Max, tras la señal de una mirada, se perdieron juntos en una esquina, donde, rodeados de extraños indiferentes, bailaron juntos, muy juntos, y se besaron. Fue un beso largo -confirmación del juego y fin de su primera fase-, que le sirvió a Enrique para bajar la última línea de defensa, al descubrir que la boca de Max sabía mejor de lo que esperaba.

"Vámonos" -dijo Max, en parte una orden, en parte un ruego. "Es temprano -contestó Enrique- pero sí, vámonos".

De camino a la puerta, se encontraron con uno de los amigos de Tomás, al que le dijeron que se iban. Enrique sacó el teléfono del bolsillo, escribió: "Me voy con Max. Hablamos. Bss" y le mandó el mensaje a Tomás. Apagó el teléfono y, ya en la calle, se abandonó al momento, a caminar por una ciudad desconocida, arropado por la noche, al lado de un chico que le gustaba mucho y con el que tenía muchas ganas de follar.

Durante el flirteo, habían descubierto que habían nacido en la misma ciudad, donde ninguno de los dos vivía ya. Durante un segundo, en uno de esos silencios nada incómodos, que puntuaban su conversación en la calle, Enrique sintió que estaban burlando al destino o, mejor aún, que Max y él estaban destinados a encontrarse en algún momento de sus vidas, indiferentes al tiempo y al espacio.

Enrique solía dejarse llevar por la anticipación y el deseo en los primeros momentos de un nuevo encuentro, cuando se sentía el protagonista del guión de una gran película romántica, en la que todos los detalles tienen un sentido y todas las promesas están intactas. No siempre un primer encuentro era tan romántico. En ocasiones podía ser más simple, dominado por un deseo inmediato y directo, pero incluso en el juego de estrategias de una sauna, Enrique siempre sentía la pulsación de una enana blanca en el pecho y el estómago.

Llegaron al apartamento de Max, donde se acabó el juego. De la puerta a la cama, todo sucedió muy rápido, "consumidos por el deseo" -pensó, más tarde, Enrique, riéndose de no encontrar otra forma de decirlo, que una expresión de folletín, cursi y en desuso.

Lo cierto es que se entendían muy bien en la cama. Cada vez más cómodos, hablaban muy poco, mientras seguían un código no escrito –con las manos, con la boca- tanteando los lugares, la presión, las caricias y atentos a las reacciones del otro. Max le hizo saber, con suavidad y firmeza, que quería penetrarlo y Enrique, que hacía tiempo había descubierto que algunos hombres necesitaban ser los primeros, se dejó llevar. “Ya me tocará a mi mañana” –pensó, más tarde, cuando se estaba poniendo la camiseta que Max le había prestado para dormir, después de ducharse y antes de quedarse dormido, cansado, tranquilo, contento, abrazado a Max.

viernes, 17 de octubre de 2008

Descubre la canción: soluciones

Muchas gracias a todos por haber participado. Estas son las soluciones:

1. "Un rey sin su corona no puede ser un rey; un hombre que no es hombre no tiene una mujer".
Yuri, "Este Amor No Se Toca". Está aquí por su exceso. A mediados de los 90, sonaba mucho en algunos locales de ambiente desenfadado de Madrid, pero, yo siempre recordaré el Festival de la OTI del 88, con "Dulce Maldición" de Alex y Cristina y Alaska haciendo los comentarios para TVE. Durante el intermedio para las votaciones, salieron Yuri, superceñida en sus licras, y cuatro "lederonas" -Alaska dixit. Lamentablemente, no he sido capaz de encontrar un vídeo de la actuación -no descarto que mis recuerdos, por muy vívidos que sean, estén equivocados. Así que, dejo esta actuación anterior, de 1982, en "Aplauso". No creo que sea posible verlo sin reírse.


2. "..., would you remember to tell me all the things you forgot when I was your man?"
Prince, "If I Was Your Girlfriend". Es una de las mejores letras de amor, de después del amor, que conozco. Si me desterraran a una isla desierta y solamente me dejaran llevarme música de un artista, sería la discografía completa de Prince -intentaría hacer trampa, para poder llevarme algunos discos de Ella Fitzgerald también. El año pasado, vi cuatro de sus veintiún conciertos en Londres. No hay vídeos suyos en la Red, la cual patrulla constantemente para evitarlo. Por suerte, las TLC -que eran lo mejor- hicieron una versión en "CrazySexyCool". Nunca fue single, pero hay vídeos:



3. "The stars have lost their glitter, the winds grow colder, suddenly you're older".
Judy, "The Man That Got Away", de Harold Allen. Es una canción sobre el abandono, tristísma, trágica y hermosa -perdón, perdón por la cursilada-, que Judy Garland, en su mejor momento, canta en "Ha Nacido Una Estrella" -la versión de Cukor, de 1954; una de las mejores películas de la historia. Vale la pena ser abandonado para, simplemente, llorar escuchándola una y otra vez.



4. "Me bebo tu Coca-Cola, te dejo el vaso vacío, y sigo bailando sola o con cualquier ligue mío".
Las Hermanas Goggi, "Estoy Bailando". Esta, como la de Yuri, la habéis acertado (PasaelMocho, Brecken, theodore). Lo que más me gusta es la letra: una traducción del italiano, un poco con calzador, que conjuga lo absurdo y la sublime. Pongo la versión de las Hermanas Goggi, en castellano, aunque sea un vídeo "estático"; la versión de Las Trillizas no me gusta tanto. Hay alguna otra, pero la reservo para una futura entrada.




5. "Natalia era un poco pija, libertina y sin manías, sus amantes mantenían su pisito de estudiante".
Albert Pla, "El Lado Más Bestia De La Vida". Lo que hace Albert Plá con "Walk On The Wild Side" es divertido y muy bueno. Además, ayuda contra el hastío causado por tanta repetición del original. Habría que establecer una moratoria y dejar de poner la versión de Lou Reed durante un par de años, también la versión de Marky Mark -se podrá seguir viendo el vídeo, eso sí, pero sin volumen.




6. "Porque, cuando tú jugabas, yo creía que lo que hacías era amar y, mientras, yo me enamoraba..."
La Casa Azul, "Como Un Fan". ¿Es posible hacer mejor pop que esto? Yo creo que no. El vídeo, como toda la serie de vídeos de La Casa Azul como grupo, es fabuloso. Conocí a La Casa Azul a través del "Amo A Laura" y me hice fans instantáneamente. De las mejores cosas que descubrí en mi último paso por Madrid.




7. "Some one left the cake out in the rain".
Donna Summer, "McArthur Park". El tema de la tarta en la lluvia, ya desde la versión de Richard Harris , como recuerda theodore, ha desconcertado a muchos. Sólo hace falta hacer una búsqueda en Google para encontrarse con cientos de páginas sobre el tema. Con lo que me gusta bailar, no es raro que me vuelva loco la música disco y, más allá de Larry Levan o Loleatta Holloway, esta canción es soberbia. Hay por la Red algunos vídeos con los maravillosos 17 minutos de la "McArthur Suite", pero aquí dejo la versión "sencilla".



8. "I don't want to be your prisioner, so baby, won't you let me free".
Madonna, "Borderline". Mi canción favorita de Madonna, de la época antes de la abducción por los extraterrestres, la clonación y la Madonna Corp. La única razón por la que hubiese ido a ver su última gira. Es una canción perfecta. ¡Qué buena fue Madonna!



9. "I was raised on the Good Book Jesus, 'till I read between the lines. Now I don't believe I want to see the morning".
Barbra Streisand, "Stoney End". Reconozco que esta era complicada; hay que haber escuchado mucho a la Streisand para conocer esta canción de los 70, cuando se las dio de moderna. Es la época que desemboca en "Woman In Love" y "Guilty". Luego, se le cruzaron (más) los cables y terminó pareciéndose a la Virgen.


10. "Take my love, I'll never ask for too much, just all that you are and everything that you do".
Whitney Houston, "I Have Nothing". Sé que Whitney se ha transformado en una debilidad inconfesable, pero es que ¡aún tengo el sencillo de "How Will I Know"! Y sigo esperando que regrese, porque, cuando regrese, el disco será buenísmo. El único pero a esta canción es que aparecía en "El Guardaespaldas". Todo hemos babeado con Kevin Costner, pero la película era mala, mala.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Descubre la canción

Os propongo un juego: Descubrir 10 canciones por sus letras. Sin buscarle tres pies al gato, todas están entre mis favoritas, aunque no es un top 10. Las respuestas, en la próxima entrada.



1. "Un rey sin su corona no puede ser un rey; un hombre que no es hombre no tiene una mujer".



2. "..., would you remember to tell me all the things you forgot when I was your man?"



3. "The stars have lost their glitter, the winds grow colder, suddenly you're older".



4. "Me bebo tu Coca-Cola, te dejo el vaso vacío, y sigo bailando sola o con cualquier ligue mío".



5. "Natalia era un poco pija, libertina y sin manías, sus amantes mantenían su pisito de estudiante".



6. "Porque, cuando tú jugabas, yo creía que lo que hacías era amar y, mientras, yo me enamoraba..."



7. "Some one left the cake out in the rain".



8. "I don't want to be your prisioner, so baby, won't you let me free".



9. "I was raised on the Good Book Jesus, 'till I read between the lines. Now I don't believe I want to see the morning".



10. "Take my love, I'll never ask for too much, just all that you are and everything that you do".

sábado, 11 de octubre de 2008

Max. 1

Cuando se le presentaron, no le hizo mucho caso. Enrique acababa de llegar a la casa de los amigos belgas de Tomás y, en unos pocos minutos, le habían presentado a una docena de tíos. Fue un poco después que le preguntó a Tomás por el nombre de "ese chico de la camiseta negra y los brazos grandes".

Ese viaje a Bruselas iba a ser uno más de los que Enrique había estado haciendo en los últimos meses. Un fin de semana largo, con algunos amigos, con la excusa de alguna fiesta, un cumpleaños o algo por el estilo, y la posibilidad de conocer gente. Desde que lo había dejado con Pablo, esos viajes formaban parte de su plan de "disfrutar de la soltería".

Esta vez, se había apuntado a los planes de Tomás de ir a Bruselas a ver a unos amigos de su época de Erasmus. El plato fuerte del viaje era, el viernes por la noche, ir a "La Démence"; una de esas fiestas casi interminables, llena de hombres de todos los tamaños y llena del mismo número de posiblidades.

Enrique había estado ya en Bruselas, pero no en "La Démence"; no conocía a los amigos de Tomás, pero eso era un aliciente. En estos viajes, en el fondo, conocer gente y pasarlo bien eran los instrumentos para, con algo de suerte, terminar echando un polvo.

La casa de los amigos de Tomás era el punto de reunión para tomar unas copas -tal vez, algo más- antes de ir todos juntos, en grupo, a la discoteca. Después de las presentaciones, Enrique se sirvió una copa y se puso a hablar con un belga no muy guapo, que había decidido utilizarlo para practicar el español que había aprendido en sucesivos veranos en Sitges. Era un coñazo, pero le permitía dar la impresión de estar ocupado y ser amigable, mientras valoraba las posibilidades de romance que había en la habitación. Fue entonces cuando se fijó en ese chico. Sus miradas se cruzaron un par de veces y a Enrique le dio la impresión de que el chico de la camiseta negra y los brazos grandes mantenía la mirada un segundo más de lo esperable, enviando, con suerte, el mensaje de un posible interés. También se dio cuenta de que tenía los ojos verdes.

Por eso, unas vez en la calle y de camino a "La Démence", Enrique se acercó a Tomás y le preguntó cómo se llamaba ese chico. "Max", dijo Tomás, con una sonrisa y una mueca rápida, que Enrique no supo interpretar. El resto del camino, se dedicó a planear el ataque e intentar decidir si valía la pena tomarse media pastilla o una entera.

Decidó, una vez dentro, tomarse una "de las flojitas" entera y esperar un rato antes de acercarse al chico de la camiseta negra y los brazos grandes; no mostrar demasiado interés, verlo más de cerca y también las dos o tres primeras tonterías que le iba a decir.

Sus planes se fueron al garete cuando, al cuarto de hora de estar dentro, el chico se le acercó para preguntarle de dónde era, mientras lo cogía por la cintura con su mano izquierda y, con el pulgar de la derecha, le tapaba el oído para que, al gritarle sobre la música, sus preguntas no le molestasen.

Enrique nunca fue especialmente difícil, pero nunca se había sentido tan rápidamente conquistado, salvo, tal vez, una o dos veces, hacía tiempo, cuando tenía menos experiencia y descubría que, ligando, el papel del más débil, del conquistado, podía ser muy excitante. Desde el momento en que sintió que lo tocaba, lo único en que Enrique pudo pensar fue en las ganas que tenía de irse con él a la cama. Para entonces, ya se había aprendido que el chico se llamaba Max y comprobado que sí, que tenía los ojos verdes.

miércoles, 8 de octubre de 2008

I Am What I Am

Escribir la entrada anterior ha tenido un efecto que no esperaba: una explosión de recuerdos, asociados a canciones, de mi infancia y primera adolescencia, sobre todo de buenos recuerdos. Pensé dedicarle una entrada a los tres o cuatros más intensos, pero creo que eso sería demasiado -es decir, un coñazo. Prefiero intentar hacerlo en una única entrada. Son tres canciones: "It's A Heartache", "Endless Love" y "I Am What I Am" (en ningún momento he dicho, querida lector, que fueran canciones buenas).

La casa -realmente, un piso- de mis abuelos maternos siempre ha estado llena de gente, entrando y saliendo a todas horas, cada cual contando todo tipo de historias -divertidas, dramáticas, psicoanalíticas, médicas- alrededor de la mesa de la cocina (naranja), en la que, a cualquier hora del día, se comía y bebía. Es fácil imaginar que en mi niñez, la casa de mis abuelos era un lugar fascinante y entretenidísmo, una especie de circo de tres pistas, con barra libre de Coca-Cola.

Uno de mis juegos preferidos era ir al salón -madera oscura, con apliques circulares en cuero blanco, espejos ahumados- y ponerme a abrir los armarios y cajones. Así fue como cayó en mis manos la primera revista porno que abrí; así fue como descubrí "It's A Heartache" de Bonnie Tyler, que me tuvo obsesionado durante años. Hubo una época en la que, después de haber saludado, como el niño buen educado que era, salía corriendo al salón, abría el armario del equipo de música y, capaz de sentir que la felicidad estaba encerrada en un disco negro de vinilo, ponía la canción, una y otra vez. Y la bailaba. Y la cantaba, mal, porque siempre he desafinado, y porque no tenía ni papa de inglés, así que terminé por inventarme una letra, que empezaba repitiendo "Mata-Hari, Mata, Mata-Hari".




"Endless Love" representa el final de mi inocencia. No he visto la película, que es de 1981, aunque recuerdo el revuelo, y la canción llegó a mi vida más tarde, en el verano del 84. Durante un año, hasta el verano siguiente, esta canción estuvo siempre presente. Posiblemente no sonó muchas veces durante ese año, pero en mi memoria está indisolublemente unida a mi primer amor, que era quien la cantaba; a la primera vez que me rompieron el corazón, la misma chica, claro; al divorcio de mis padres, que fue agotador emocionalmente; mis primeros momentos de lucidez sobre mi homosexualidad y el nacimiento de mi hijo, ya algo más tarde, en el invierno del 86.

Solemos tener una visión melancólica, algo romántica y risueña, de la pérdida de la inocencia, que es como suelen reflejarla la Literatura y el Cine. Yo recuerdo ese año, del verano del 84 al verano del 85, como una convulsas emocionalmente, durante la cual mi vida cambiaba radical e irreversiblemente, más allá de mi control. Dejaba atrás una infancia que fue feliz, en la que estuve rodeado de una familia grande, bulliciosa y dramática -medio italiana, medio gallega- y en la que, si tenía ganas de poner un disco y bailar y cantar, podía hacerlo sin preocuparme por lo que pensarían los otros.




El año anterior a todos esos cambios, me lo pasé bailando. "Funky Town", "You Can't Stop The Music", "No Controles", "Karma Chamaleon", "La Noche No Es Para Mi" y "I Am What I Am". Imagino que primero escuché a Gloria Gaynor cantando "I Am What I Am"en la radio -se me escapa qué radio madrileña pondría, en 1983 esa canción; tal vez Radio Vinilo, que era la que yo más escuchaba. En todo caso, a principios del 84, me compré el LP "I Am Gloria Gaynor" para poder escuchar esa canción tanto como me pidiera el cuerpo, que era mucho.

Mi inglés había mejorado algo desde la época de "Mata-Hari", pero, aunque entendiera parte de la letra y fuera capaz de cantarla sin inventarmela demasiado, no era capaz de entenderla de verdad. No sabía que la canción era de un musical y que, en el escenario, la cantaba un señor muy afeminado, estrella de un espectáculo de transformismo, frente al rechazo del hijo que ha criado. No sabía que era una canción de reafirmación personal. No sabía que era una canción estandarte para muchos homosexuales, en los momentos más negros de la primera ola del VIH y el SIDA.

¡Ojalá lo hubiera sabido! Fue en esa época, cuando empecé a sentir que me gustaban los hombres; fue en esa época, cuando algún compañero de clase me llamaba "marica" y me dolía; fue en esa época, cuando empecé a esconderme. ¡Qué bien me hubiese venido entender entonces de verdad esa letra y decirle "hey, Mundo, Soy Lo Que Soy"! Al final lo hice, me costó algún tiempo, unas cuantas lágrimas y algunas noches sin dormir, engullido por una soledad cósmica, pero, al final, mal o mejor, lo hice.

martes, 7 de octubre de 2008

América, América

Llevo mucho tiempo pensando en escribir un blog. Es más, hace un par de años, tuve un blog "secreto". Le he dado muchísimas vueltas a la idea, sin llegar a decidir qué quería hacer y cómo hacerlo. Sobre todo, no encontraba la forma de empezar. Me conozco lo suficiente como para reconocer que "no encontrar" quiere decir "tener miedo". Me da miedo empezar, escribir un par de entradas y, luego, no saber cómo continuar o actualizar de Pascuas a Ramos. También me da miedo que nadie me lea o que este blog termine siendo un coñazo. Hoy, he decidido superar ese miedo.

En gran parte, se lo debo a mi amiga Breckenbridge , que lleva tiempo animándome a que escriba y que, sin saberlo, me dio la idea de cómo empezar con su entrada sobre Karina. El blog de Breckenbridge, por cierto, es lo más.

Mi primera entrada no es una lista de gustos y disgustos, ni una declaración de principios, ni El Manifiesto Comunista. Estas son cosas que vendrán a su tiempo. Me primera entrada es sobre mi primer disco.

Un diciembre de mediados de los 70, me regalaron mis dos discos sencillos. Uno era de villancicos cantados por niños, el otro era "América, América" de Nino Bravo. Desde el primer momento, la canción me volvió loco -sé que también la cara "B", pero ya no la recuerdo. Empecé a poner el disco sin parar, en el tocadiscos de mi cuarto, cantándola a todo pulmón, hasta el extremo de que mis padres decidieron "racionarme" el disco.

No voy a descubrir a estas alturas a Nino Bravo, esta entrada no se trata de eso. "América, América" fue mi primer disco de adulto -y durante bastantes años, el único-, compartiendo estantería con discos titulados "Ruidos y Ruiditos", "El Reino del Revés" o "Manuelita la Tortuga". Por eso le dedico esta primera entrada.

¿Quién me lo regaló? La hermana pequeña de Rosa, quien trabajaba en casa de interna. No recuerdo su nombre y, lamentablemente, hace años perdimos el contacto con Rosa. Mis padres habían acogido a su hermana pequeña en casa, después de que se encontrara en la calle por quedarse embarazada sin estar casada (en casa de mis padres siempre se habló de todo en frente de los niños, aunque, claro, eso no quiere decir que me fuera capaz de entender el asunto).

Después de un tiempo, decidió volverse a su pueblo a dar a luz. Antes de irse, nos hizo un regalo a mi hermana y a mi. Recuerdo que me encantó el regalo y, al mismo tiempo, que se me hizo un nudo en el estómago, pensado que la pobre chica se había gastado su dinero en mi. También sentí que la situación de esa chica era injusta.

Así que, esta entrada no es sólo sobre mi primer disco, es también sobre el momento en que me nació la conciencia.