Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


sábado, 28 de febrero de 2009

Halitosis

Cuando empecé a escribir aquí, un amigo bloguero me dijo que escribir un blog era como mudarse a una ciudad nueva. Al principio, te invade la euforia por todas las posibilidades que se te abren, porque es un nuevo comienzo y vas a conocer al amor de tu vida. Luego, te desanimas un poco, porque muchas de las promesas del principio no se cumplen, te das cuenta que los adoquines te destrozan los tacones y que ese chico tan guapo, que parecía hacerte mucho caso, tiene un gran problema de halitosis. Por suerte, añadió, no hay dos sin tres, así que del desengaño pasas a una tercera etapa, en la que te reconcilias con la ciudad, vuelves a tener ganas de salir a pasear -porque has aprendido a dejar los tacones en casa y ponerte unas zapatillas- y recuperas el ánimo para besar sapos.

Imagino que no se os escapa que estoy en la segunda fase. Desde principios de año, me apetece poco escribir o, mejor dicho, me pongo a escribir, empiezo una entrada nueva, pero no la termino. Tengo media docena de borradores colgados como una paraguaya en el limbo electrónico. En parte, creo que es porque durante la semana que pasé en Río redescubrí todas las cosas que se pueden hacer desconectado de un ordenador. Así que, cuando vuelvo a casa del trabajo, ni se me ocurre encenderlo -aquí es cuando digo la pedantería de que estoy enganchado a los "Episodios Nacionales" y los documentales de la BBC.

Hay, seguramente, otras razones; como la época del año o que he tenido algo más de trabajo y estoy más cansado.

También siento que he agotado la lista de temas que mentalmente había preparado y, cada vez que empiezo una nueva entrada, me da la sensación de que me repito. Luego está un relato que se me resiste muchísimo.

Es decir, que estoy un poco de vacaciones. Pero, volveré -¡claro que volveré!- y seré sillones.

Por si alguien se lo pregunta, me afeité el bigote después de cuatro semanas. Claudiqué a la presión: a mi novio sólo le faltaba decir "o el bigote o yo". También es cierto que me convencía a medias. Me seguía haciendo gracia, sobre todo porque descubrí que, aunque se tratara de pelo facial, no me daba un aire "hiper-masculino", sino más bien "hiper-marica". Tal vez, por ser pionero o por el referente de los primeros mari-clones de los 70 o porque, como me dijo un amigo, "no te hace más guapo, pero es muy sexual". Durante este casi mes, me han comparado con un futbolista alemán, una versión "mari-clona" de Tom Cruise y un actor porno de los 70, lo que no dejan de ser diferentes maneras de decir la misma cosa.

sábado, 14 de febrero de 2009

De verdad ocupado

Más de 10 días sin escribir. La última, ha sido una de esas raras semanas en las que estoy de verdad ocupado. Al mismo tiempo, ha sido una semana en la que no ha pasado nada, al menos, nada digno de una entrada, a diferencia de la semana anterior, que es sobre la que escribo. No tanto de la semana, como del fin de semana, del sábado pasado.

El sábado pasado, mi hermano pequeño, al que llevo 22 años, se volvió a Buenos Aires, donde vive, después de pasar un mes en Londres, en casa, con nosotros. Mi familia, se trace el círculo donde sea, está desparramada por el mundo, lo que quiere decir que rara vez pasamos mucho tiempo juntos, aunque nos veamos varias veces por año. El mes que mi hermano ha pasado en casa es el tiempo más largo que yo he pasado con alguien de mi familia desde noviembre de 1994. No incluyo aquí a mi novio, con el que llevo 6 años, porque él está en la categoría de "familia elegida", como están esos amigos que son también mis hermanos, mis primos, mis sobrinos.

Tener a mi hermano en casa durante un mes me ha enseñado mucho. Me ha enseñado cosas de mi mismo. Posiblemente por sentirme responsable de la vida cotidiana de otra persona, he descubierto una serie de tics extraños: una tendencia sobreprotectora, un lado pasivo-reflejo, un punto ligeramente intolerante cuando mis planes no se cumplen del todo. Por suerte, también he descubierto que soy capaz de darme cuenta de esos tics y reírme un poco de mi mismo al descubrirme refunfuñando porque una cacerola no estaba lavada "como a mi me gusta".

Más importante que todo lo anterior, ha sido estar con mi hermano. Ver, con cierta envidia retrospectiva, que es mucho más maduro y seguro de si mismo de lo que yo era a su edad, que tiene las cosas muy claras -cosas como quién es o dónde está parado, que a mi me han costado aclarar y a las que últimamente les doy muchas vueltas.

Tener a mi hermano en casa, en cierta forma, me ha "descongelado". Unos meses después de mudarnos a Madrid, en diciembre de 1979, mi acento porteño desapareció casi por completo en favor de un acento madrileño, sólo traicionado por alguna ese demasiado líquida y por la "enie" que se resistía, además de alguna expresión rioplatense, como "añares", por "muchos años", o "recién", por "acabar de". Pero mi "ej´que" era perfecto-lo perdí luego, cuando me fui a vivir a Vigo-. Tal esfuerzo hice por adaptarme a vivir en España, que ni tan siquiera mantuve el acento argentino ni en casa, ni en los viajes a Buenos Aires, en esa especie de "bilingüismo" del acento, que suele ser corriente en casos parecidos.

Pues bueno, durante el mes que mi hermano ha estado viviendo en casa, mi acento se ha ido liando y, si ningún orden, iba del "tú" al "vos", del ceceo al seseo, del "vosotros" al "ustedes" y el yeísmo castizo se "rioplatenisaba" y viceversa. Hace tiempo, hubiese intentado controlarlo, pero ya no. Me he dejado llevar y disfrutado de la incoherencia. Ahora que mi hermano está de vuelta en Buenos Aires, he recuperado mi acento español "no del todo neutro" y a él lo echo de menos y extraño.

lunes, 2 de febrero de 2009

El bigote. Primera semana


Así está mi bigote después de una semana creciendo. He de reconocer que no es una imagen especialmente alentadora, sobre todo porque se parece mucho al bigote de ese señor que hace unos años lo hacía todo en España.

Sin embargo, a pesar de ello, estoy contento. Me está divirtiendo dejarme crecer el bigote. Me divierte que, en mi lugar de trabajo, la única persona que me ha dicho algo es una compañera con la que me llevo bien; los demás me miran, ponen alguna cara, pero no se atreven a preguntar o decirme nada. Lo mismo me pasaba hace un tiempo con las fotos de mi novio, mis hermanos y mi hijo que tengo sobre la mesa: la gente las miraba, pero no hacía preguntas.

Pero, más que eso, me divierte la imagen que me devuelve el espejo. Es el mayor cambio en mi apariencia desde hace mucho tiempo e, incluso, es el único posible: no voy a volverme a dejar el pelo largo hasta los hombros, ni a hacerme la permanente, ni a teñírmelo de rojo; soy demasiado lampiño para dejarme barba y ya hice la experiencia, durante mi época (casi) grunge -"casi", porque iba demasiado limpio para serlo del todo-, de dejarme una especie de perilla, en un vano intento de imitar a Johnny Depp.

Esperaba que esa imagen en el espejo me recordara a mi padre, que lo ha usado durante muchos años, pero mis hermanos están de acuerdo en que no me parezco demasiado. Tienen razón. De hecho, la imagen que más me viene la cabeza al verme en el espejo es la de los "clones" de los años 70 o, como dijo el sábado Emilio P, de los "Village People".

Entre mis recuerdos más tempranos, están imágenes como esas, de esos hombres que, en los 70, incluyeron los bigotes en su uniforme de masculinidad, como parte de su juego para romper estereotipos -y crear otros nuevos-. Era un ejercicio "camp", que diría Susan Sontang.

Rendido como estoy, desde que mi amigo Emilio G me regalara hace 10 años "Vigilar y Castigar", a Foucault, Butler y el postestructuralismo, estoy convencido de que la "masculinidad", como la "feminidad", son construcciones sociales. Un conjunto de reglas, ritos y signos aprendidos, basados en aspectos considerados naturales, constantes y unívocos, cuya función es someter a los cuerpos. Por ello, es a través de los propios cuerpos, y dándole la vuelta a las reglas, que es posible la resistencia.

En el caso de la masculinidad, su definición es, en gran parte, negativa. La importante para ser un hombre es no hacer lo que se considera femenino: no llorar, no bailar, no llevar faldas, no maquillarse o no acostarse con otros hombres. Esto último es más importante que acostarse con mujeres, como demuestra que, en el "juego del armario", no hace falta afirmar que a uno le gustan las mujeres; lo importante es negar -o callar- que te estás acostando con otros hombres. Más vale ser soltero, quer marica. Pero, como dice la expresión centroamericana, "soltero maduro, culero seguro". Hay que releer a Kosofsky Sedgwick.

Claro que hay homosexuales masculinos y que es posible definirse como hombre en positivo, pero no sin perder de vista que, con las reglas en la mano, somos todos una panda de locas.

Volviendo a mi bigote. A parte de que a mi me guste y me esté divirtiendo, las opiniones están divididas. Son los menos los que creen que me queda bien, unos pocos le dan el beneficio de la duda y aceptan esperar, otros tantos ya lo aborrecen. Lo peor es lo poquísimo -por no decir "nada"- que le gusta a mi novio, que ya ha empezado su campaña para que me lo quite. Yo sigo resistiendo, pero me temo que, al final, esto será como el Borg: "resistence is futile."