Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


sábado, 19 de julio de 2014

Año Uno


Hoy, Madrid y yo hacemos un año. El 18 de julio de 2013, volví y aquí sigo.

No puedo decir que este año ha pasado volando: ha sido tan intenso y ha estado tan lleno de gente, de reencuentros y encuentros, de actividad, de música, que siento haberlo exprimido. No todo ha sido en si mismo positivo y todo lo bueno que he vivido ha tenido algún precio, pero hasta los peores momentos, esos en los que se me ha encogido el estómago, he sentido el corazón estrujado y me han ardido los ojos, han resultado en algo bueno.

Ya lo he dicho antes, estoy aquí y no tengo ganas de ir a ningún lado. Veo
fotos de amigos en lugares lejanos y extraños, que no conozco, o más cercanos y que siempre he pensado que quería volver a visitar, y no siento el más mínimo interés de seguir sus pasos. No es que no viaje: desde julio pasado he cruzado el Atlántico dos veces, he estado en Bruselas, Galicia, Salamanca, Ciudad Rodrigo, la Vera, y en Vitoria y Valencia; he pasado 4 días estupendos, y 4 noches intensas, en Maspalomas.

No fueron, esos, sin embargo, verdaderos viajes; fueron excusas para ver amigos, pasar tiempo con mi familia, disfrutar de la compañía de gente a la que quiero y veo poco, con la excusa de una cena o alguna celebración, en la que bailar hasta que me dolieran los pies y reírme hasta que me doliera la tripa. De aquí hasta que acabe el año, volveré a hacerlo, incluido el salto del Atlántico y, con un poco de la suerte que merece, me mojaré los pies en alguna de sus playas al sur.

Sin embargo, seguirán siendo excusas y no viajes, porque un viaje supone una disposición del espíritu que ahora no tengo, de evasión y escape, que no me interesa. Hay veces que escapamos del tiempo, de la falta de sol o de su exceso; otras, buscamos un paréntesis para escapar de una realidad cotidiana demasiado alejada de nuestros deseos; otras, queremos hacer algo distinto y ver algo nuevo. No pocas, intentamos escapar de nosotros mismos. 

Me he pasado media vida esperando, como he contado en alguna de las entradas más antiguas de este blog, y otra media escapando, como alguna vez he casi confesado a medias. Lo de esperar es un sino y diría que consustancial a la naturaleza humana -al final, simplemente esperamos la muerte, mientras matamos el tiempo viviendo-, pero lo de escapar es coyuntura y yo, en este momento, no sólo no quiero escapar de esta vida que vivo, sino que quiero más. Quiero más de Madrid, quiero más de las noches, quiero más de mis amigos y mis flores.

No hace mucho, mi amigo David, tras escuchar pacientemente un largo discurso sobre las jaulas antiguas tejidas con mimbres nuevos, me advirtió del peligro de proyectar el pasado en el presente. La realidad es un amasijo informe, que ordenamos para sobrevivir. Nuestro sentidos, y los procesos cognitivos, nos engañan para poner orden en el caos. Además, proyectamos el pasado en el presente; ya no sólo para comprender, aprehender, lo que nos rodea y nos pasa, sino también para comprender la confusión interna de sentimientos y pensamientos. Nos apoyamos en la memoria y la experiencia. De dentro a fuera y de fuera a dentro, le damos forma al presente con moldes del pasado. Por eso hay experiencias, personas, sentimientos que nos marcan, el alma y el cuerpo, y que nos precipitan a repetir errores antiguos y recordar los aciertos. Manoseamos lo nuevo con los dedos manchados de pasado, intuitivamente recortamos el presente con la silueta de lo que hemos vivido.

¿Cómo lavarse las manos, dejar a un lado los moldes, y lanzarse como un chiquillo en brazos del caos? Hay que ser conscientemente inocente, inconsciente a posta, y, con los ojos abiertos, lanzarse abriendo los brazos de par en par, y dejarse abrazar. Como hago cada vez que dejo que me trague Madrid por la noche. 

martes, 1 de julio de 2014

El Español del Sur. Barco.


Lo despertó la sed, la boca pastosa y las ganas de ir al baño. Eso le dijo a Amelia por la mañana, cuando le preguntó por qué se había ido de su cama. Pero fue el barco. Se despertó porque volvió a soñar con el barco. Soñó que el movimiento del barco lo despertaba y se volvía a encontrar en su catre de la litera, reconoció la respiración de los otros pasajeros y los ruidos del barco y el mar, familiares después de un tiempo, pero igual de indescifrables como al principio del viaje. Era un sueño antiguo, que conocía bien.

En el sueño llevaban meses navegando, aburridos, angustiados, incrédulos. El puerto de Buenos Aires les esquivaba: algunas mañanas, podían ver el mar ensuciarse del marrón del Río y volvían a ilusionarse, a pensar que el viaje se estaba terminado. Luego, las aguas se aclaraban y todos volvían al tedio de un viaje interminable.
Mediado el sueño, una vez más reconoció estar soñando y que estaba abocado a soñarlo entero: a dejar el catre y buscar la cubierta, porque podía entrever que ya era de día. El barco del sueño era mucho más grande que aquel al que subió en el verano de 1910, casi un laberinto. Sabía que iba a perderse, que subir una escalera lo llevaría a una cubierta inferior, que al empujar la puerta que parecía abrirse al día, se iba a encontrar con un pasillo. Conocía bien el sueño, pero eso no amortiguaba la angustia. Es más, cuanto más lo soñaba, cuanto mejor lo conocía, mayor era la angustia. Sabía que una de esas puertas que iba a abrir lo dirigiría a otro pasillo anodino y que, al empezar a caminarlo, escucharía detrás de él una respiración y unos pasos, y que era inútil darse la vuelta, porque no vería a nadie a sus espaldas, y que entonces lo escucharía sacarse el cinturón y que con eso se despertaría, angustiado, sudando.

Fue eso lo que lo despertó, lleno de ese terror antiguo y familiar. Se levantó, dejó la habitación silenciosamente. Dio una vuelta por la casa. Fue al baño, se sirvió un vaso de agua en la cocina y se fue a la biblioteca, donde, en su sillón, como antídoto al sueño, para conjurar el daño que seguía causándole, reconstruyó el viaje verdadero.
Lo había hecho muchas veces, incluso en los diarios que escribió en Santa Rosa y al volver a Buenos Aires. Sólo tenía que imaginarse a su madre, en la cocina del piso de Oviedo, mostrándole la carta de ese primo lejano, Julián Gutiérrez Gómez, en la que se mostraba dispuesto a acogerlo y darle trabajo en Buenos Aires. Hacía dos meses, le había vuelto a pedir a su madre que le escribiera, mientras ella le limpiaba las heridas de la última paliza de su padre. Esa vez, su madre accedió a sus súplicas; tal vez, ella se había convencido también que lo terminaría matando de una de esas palizas, cada vez más salvajes. Cuando, esa tarde, ella lo llamó a la cocina y la vio con la carta en la mano, sintió alivio, exhaló profundamente, y dejó salir una parte de la tensión y el miedo que sentía constantemente. Le prometió volver, al abrazarla. Sintió las lágrimas llenarle los ojos, y las convulsiones del llanto a penas audible de su madre. El alivio se le mezcló entonces con la pena y sintió lo mucho que la echaría de menos, y se prometió también a si mismo volver.
Los preparativos fueron rápidos, llevaba tanto tiempo imaginándolo que ya estaba todo medio organizado en su cabeza. No se despidió de su padre. Sus dos hermanas eran demasiado pequeñas para entender que se iba. Había poca gente de la que despedirse. De su madre lo hizo al salir de casa.
Fue un viaje largo y tedioso. Se embarcó en Gijón rumbo a Buenos Aires, con una maleta llena sólo a medias, la carta de Julián Gutiérrez Gómez y tan poco dinero que no le habría bastado para pagar el abrigo a cuyo forro iba cosido. 
Pasado la primera semana, se instaló el tedio. Habían desaparecido la emoción y el sentimiento de aventura, y se había acostumbrado, como los demás, a la vida rutinaria del barco de días casi iguales, de conversaciones repetidas sobre hacerse rico, volver a España, la abundancia de la Argentina. Sin embargo, lo que seguía recordando más intensamente del viaje, tantos años después, era la sensación de seguridad, de haber dejado atrás las palizas y el miedo. Tardaría muchos años en volver a sentirlo, cuando volvió en los pliegues de aquel sueño recurrente.
Desembarcó el 28 de septiembre de 1910, directamente al Hotel de Inmigrantes, donde los verificaron, revisaron, clasificaron.
Al bajar del barco, se sintió nuevo y adulto, señor de si mismo, capaz de todo y con ganas de hacerlo todo. El optimismo de un hombre 14 años sintonizó sin esfuerzo con el optimismo adolescente que había inundado la ciudad con las celebraciones del primer centenario del país y el comienzo de la primavera. El país no tenía límites y Valentín se sentía de ese modo.

El Español del Sur. Prólogo.



Desde la esquina de enfrente, Ramón se lo quedó también mirando unos segundos; los suficientes para darse cuenta de que, aunque le resultaba familiar, no conocía a Valentín. Después, se despidió expedito y enfiló hacia Alsina y San José, pensando ya en la partida, pero sin dejar de darle vueltas a los preparativos del viaje.

Valentín, en la puerta del café, volvió a mirar a la esquina del Español, extrañado por la sensación de familiaridad con ese hombre al que no había visto nunca. Sólo vio ya la espalda de Ramón y su ligero rengueo, con lo que se decidió a cruzar la Avenida de Mayo, intentando ocupar la cabeza en otra cosa y arrepintiéndose, como cada vez que iba al Iberia, de aceptar reunirse con esos nostálgicos ciegos, escuchar sus cábalas absurdas, que no hacían más que mantener una agónica esperanza, fría, fina y constante, como la llovizna de Oviedo. Se prometió, como cada una de las veces anteriores, no volver a aparecer por allí.