Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


martes, 22 de diciembre de 2009

Cuento de Navidad

Un día, a finales de noviembre, al salir de la oficina sensiblemente más tarde que de costumbre, un chico me paró a 10 metros de la puerta. Alterado y nervioso, intentaba decirme algo, pero tartamudeaba tanto, que no se le entendía nada. Me paré para escucharle. Le pedí que repiteria lo que estaba intentando decirme. Aunque sin calmarse del todo, fue capaz de contarme, con cierta coherencia, que lo acababan de llamar para contarle que su madre se estaba muriendo en un hospital en Reading. Necesitaba coger un tren y no tenía dinero para el billete. No conseguía dar con su padre. Estaba tirado, sin tiempo para pensar en otras opciones. Necesitaba cuarenta y dos libras para el billete de tren.

El famoso timo de la madre moribunda. Tal vez sí, pero yo me lo creí. Algo en su azoramiento y en su manera de hablar, de moverse, me convenció de que su madre se estaba muriendo en Reading y que no tenía el dinero para pagar el billete de tren. Alguna vez he estado así de desesperado. Fue a lo mejor eso lo que me convenció. No me cabía ninguna duda de que necesitaba el dinero, es posible que no fuera para ir al lado de su madre, es posible que necesitara pagar una deuda o comprar una dosis o que fuera cierto que necesitaba coger un tren, pero no para acompañar a su madre en sus últimos momentos.


Me dió igual. Desde hace mucho tiempo, en una época en la que no tenía ni un duro, estoy convencido de que lo mejor que se puede hacer con el dinero es compartirlo. Imagino que hay muchas razones para ello. Como dice Prince, en "Diamonds And Pearls", he doesn't have respect for money, it's true, that's why he never wins. El dinero hay que respetarlo, pero no endiosarlo, y el ser generoso con el dinero es la mejor forma de hacerlo.


Tuve la suerte de tener un abuelo muy generoso. Para mi abuelo Moncho, el dinero no era más que un medio para ayudar a la gente, conocidos y desconocidos. Muchas veces escuché la historia en la que, mientras una pareja intentaba decidir qué alcanzaban a comprar para el asado con el que pensaban celebrar alguna cosa, mi abuelo Moncho le pagó al carnicero un pollo y dos kilos de asado. También he escuchado mucho las quejas de aquellos a quienes dolía el dinero que, por su generosidad para con otros, no les llegaba, pero las quejas no me interesan. También fue muy generoso conmigo, porque era, además, su manera de demostrar el cariño. Me voy por los Cerros de Úbeda, una vez más.


Volviendo a esa noche de noviembre, al salir del trabajo. El chico me contó su historia y yo me la creí. ¡No! No era guapo, ni me ofreció nada a cambio. Mejor dicho, me ofreció su reloj, su mochila, su cadena, pero no me ofreció ningún favor sexual. Porque le creí, y porque hubo una época en la que contaba hasta la última peseta y cien duros me sacaban de un apuro, abrí la cartera y le di cuarenta y cinco libras -no tenía cambio-. Me dijo gracias varias veces y salió corriendo: a coger el tren o darse un pico o a reírse de mi ingenuidad. Eso ya no era mi problema. Yo hice lo que sentí que era lo correcto.


Ya de camino a casa, pensé en qué continuación iba a tener todo esto. Es posible, pensé, que en unas semanas, aparezca un sobre a mi nombre, con el dinero y una nota de agradecimiento. Menos probable, pero mucho más interesante, sería que el chico fuera el heredero de una gran fortuna y que en el sobre también hubiese metido un vale para una vacaciones a todo tren en Santa Lucía o la oferta de un trabajo maravilloso, en el que me pagaran una millonada por no hacer nada, es decir, por hacer las cosas que más me gustan: la mezcla exacta de dormir, comer, ir al gimnasio, escuchar música, tomar copas y ver hombres atractivos en ropa interior.


También pensé que ni volvería a verlo, ni nadie me repondría el dinero, que me habían timado o, al menos, que mi decisión de darle el dinero había sido irracional e ingenua, y que nada le obligaba, salvo su conciencia, a devolvérmelo. Pero, una vez más, eso es lo de menos, lo importante es que, en vísperas de Navidad -era ya casi Adviento-, abrí la cartera y, en el fondo de la manera más sencilla y menos comprometida, ayudé a un extraño.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Puede que sea invierno en la calle

Tengo debilidad por las canciones de Naidad. No por lo villancicos, en especial esas cosas cantadas por viejas poniendo voz de niño que suelen escucharse en España a todas horas en diciembre (y noviembre y enero). A mi lo que me gusta, es ese género norteamericano de pop navideño, cuyo arranque, por que me da la gana, lo pongo en el "White Christmas" de Irving Berlin, cantado por Bng Crosby en la película "Holiday Inn" de 1942 (según algunos, el sencillo más vendido de todos los tiempos, con más de 50 millones de copias).



Desde entonces, todo el mundo ha grabado canciones y álbumes de canciones de Navidad. Sinatra, Gladys Knight and the Pips, The Pretenders, la loca de Mariah, Tracy Chapman, Cher, las Destiny's Child, Ru Paul. Algunos han grabado canciones maravillosas ("The Christmas" de Galdys y los Pips, esa que todos conocéis de Mariah y que tiene unas segundas voces desternillantes de interpretar); otros algunas de las canciones más odiadas de la historia, como esa de Wham! que no pienso ni nombrar.

A mi me gusta tanto este (nada religioso) género que, de vez en cuando, sea la estación del año que sea, hago sesiones de canciones de Navidad. Luego, como por esta época del año, dejo de escuchar ninguna otra cosa (hago una excepción en el gimnasio, eso sí). Una de mis grandes favoritas, que permite unas coreografías estupendas, dignas de cualquier noche en "Chez Maman") es esta, que cantan las "Love Unlimited", las vocalistas de Barry White. Es del 72, pero podría ser del 65 o del 2007, via Robson y Winehouse.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Amelia

Amelia se levantó temprano. Quería adelantarse a sus hermanas en el baño. Los dos días anteriores, habían tardado tanto en arreglarse, que la hicieron llegar tarde. A propósito, pensaba Amelia. La competencia entre las tres era feroz y sin descanso. Competían por los cuidados de su madre; competían, incluso con ella, por la atención de su padre; competían por ser la más linda, la mejor vestida; competían para que las sacaran a bailar el más buenmozo. Era agotador, pero, al mismo tiempo, era lo que las mantenía unidas. Eran unos lazos tal vez extraños, pero fuertes como el amor y capaces de mantenerlas firmemente unidas. No se odiaban, al menos no todo el tiempo, al menos no de manera profunda. Navegaban entre el amor y el odio. Eran capaces de herirse, de jugarse malas pasadas. Derrotas y victorias, que momentáneamente establecían una jerarquía entre ellas. Nunca por mucho tiempo, en cualquier momento, la vencida tendría su oportunidad para voltear la situación. Sus padres, José y Clelia, seguían viendo a sus hijas como niñas. Les parecía que sus luchas constantes eran la prolongación de sus juegos y peleas de chicas. No dejaba de ser cierto, las tres competían desde pequeñas.

Las tres eran guapas y habían conseguido buenos trabajos: Amelia era maestra; Olga, secretaria de un abogado, Elvira trabajaba en ENTEL, la compañía de teléfonos. Seguían las tres solteras, aunque no les faltaban pretendientes. Ya tenían edad de estar casadas, pero a Clelia, que veía a los hombres voltearse en la calle para verlas mejor, le gustaba que siguieran un poco más en casa. Las tres juntas, algún domingo en que se acompañaban al baile, eran capaces de parar los trolebuses. Elvira era la de rasgos más finos, a Clelia le recordaba a una de sus tías, que se había casado con un primo lejano rico y regresado con él a Piamonte. Olga tenía unas piernas largas, que terminaban en unas caderas anchas, muy del gusto de los hombres; para hacerla rabiar sus hermanas la llamaban Pototín, que ella terminó abreviando en Pin. A Amelia, la llamaban Tatona y nunca peleó demasiado su apodo; en el fondo le gustaba, estaba orgullosa de sus pechos.

Ese día de finales de septiembre, ya era del todo primavera, aunque la mañana era fresca. Amelia se puso un vestido ligero, ceñido a la cintura, que completó con un cardigan oscuro. Una vez en la escuela, se pondría por encima el guardapolvo. Estaba orgullosa, en eso se parecían mucho las tres, de su trabajo y de llevar un sueldo a casa, Su madre trabajaba todo el día en la casa, su hermano, el más pequeño de la familia, seguía sus estudios de contador a trancas y barrancas. Su padre trabajaba en un taller mecánico, cerca de casa, pero era más conocido a la vuelta de la esquina, en el "Bar Los Valientes".

Unos días antes a esa mañana de septiembre, en la reunión del sindicato de maestros, Amelia había conseguido que finalmente Valentín le propusiera tomar un café. Él había sido profesor suyo en la Escuela de Magisterio y a Amelia siempre le había gustado. No era el más guapo, pero sí muy inteligente, con aspecto de estar siempre abstraído en sus pensamientos. Le hacía gracia, además, que mantuviera ese acento español tan claro, aunque llevase ya 20 años en Buenos Aires. Ella estaba muy orgullosa de ser argentina, casi tanto como de ser porteña. Ese año, 1928, la Argentina seguía siendo uno de los países más ricos del mundo, moderno, avanzado, lleno de oportunidades y capaz de dar de comer a toda Europa.

Meses antes, al poco de haber comenzado ese curso, una compañera la había arrastrado a una reunión del sindicato. No sabía que Valentín fuera a estar allí. Cuando lo escuchó hablar en la reunión, le descubrió una pasión que no esperaba. Ese día, se dio cuenta de que le gustaba, que algo quedaba de ese enamoramiento adolescente de cuando fue su profesor en la Escuela de Magisterio, en el que se encerraba la posibilidad de un sentimiento profundo, más verdadero. Ese mismo primer día, se inscribió en el sindicato y empezó a asistir a todas las reuniones, para verlo a él, para que él se fijara en ella. Lo saludaba y trataba como a los demás, pero siempre alababa algo que hubiera dicho. Alguna vez, le pidió que le explicara alguna cosa que fingía no haber entendido. Un par de veces le llevó la contraria, sólo para que el volviera a encenderse con esa pasión que tanto le había sorprendido.

Él estaba ensimismado y preocupado por su trabajo y la lucha de los maestros, pero terminó proponiéndole un café, después de una de las reuniones. Ella no podía aceptarlo, pero fue capaz de transformar esa invitación en un "vení a buscarme el jueves que viene a la salida de la escuela". No era lo más apropiado, pero tampoco quería que lo vieran aún en casa.

Por eso se levantó temprano esa mañana, no quería llegar tarde y quería tener tiempo para arreglarse. Al final del día, cuando sus alumnos ya habían salido, se sacó el guardapolvo, se arregló frente al espejo del baño de profesores y se dirigió hacia la puerta del edificio. Caminaba despacio, al lado de una compañera que no paraba de hablar y a la que no era capaz de seguirle la conversación, estaba nerviosa y expectante. Cuando, en la entrada, vio a Valentín, perceptiblemente mejor vestido que de costumbre y unas flores en la mano, supo que lo tenía en el bolsillo. Pensó por un instante que, con tiempo y un poco de habilidad, hasta podría conseguir que le pidiera que se casaran. Sería la primera, se casaría antes que sus hermanas.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Radio Vinilo


En algún momento de 1984, dejé de escuchar los 40 Principales, me aburría la radio fórmula y, se me ocurre ahora, lo poco que sabían de música los presentadores –y de inglés, me sigo riendo aún con aquella traducción de “Walk Like An Egyptian” como “me gusta caminar por Egipto”; inciso: las Bangles son lo peor y odio “Eternal Flame”.

Dejé de escuchar los 40 Principales y empecé a escuchar Radio Vinilo. Radio Vinilo ya no existe, su lugar (madrileño) en el dial lo ocupa ahora “Intereconomía”. Sigue siendo la misma empresa.

En esa época, en Radio Vinilo ponía “música de importación”, básicamente lo que se llamaba soul y, a veces, R&B. Anita Baker, Luther Vandross, Narada Michael Walden, Melba Moore, Chanté Moore, Regina Belle, Gladys Knight sin los Pips. Toda una rama de la música negra norteamericana que, mirándola desde el presente, parece extinta. Era, tal vez, música negra para blancos y, por eso, muchos grupos blancos, como The Style Council, hacían una música tan parecida. A mi me gustaba mucho y uno de los grandes dramas de dejar Madrid en el verano del 85 fue dejar de escuchar Radio Vinilo. Cada vez que volvía, me abalanzaba al 95.1, pero, como todos, Radio Vinilo fue cambiando, se fueron algunos de los disc-jockeys, llegaron otros (el horrible Quique Supermix, por ejemplo) y, cuando volví a vivir en Madrid, en el 87, me di cuenta de que ya no nos reconocíamos. Creo que volví a escuchar los 40 Principales, antes de caer en Radio 3, pero eso es otra historia, claro.

Además, a finales de los 80, el soul había desaparecido. 

La música negra norteamericana, en todas sus variantes y ramas, es una música de resistencia; y su historia es la historia del conflicto entre la resistencia y la popularización, que en este caso quiere decir “cross-over”, es decir su apropiación por los blancos.

Mireia Sentis publicó en 1998, "En el Pico del Águila", un estupendo libro de entrevistas con personalidades afro-americanas, que sigue siendo igual de bueno, aunque el Presidente de Estados Unidos sea “negro” –es negro, porque una gota de sangre negra, en Estados Unidos, te hace negro, como una gota de sangre blanca te hace blanco en el Caribe, pero es, sobre todo, un norteamericano de primera generación, hijo de un inmigrante-. En la introducción de su libro, Mireia Sentís, que es una fotógrafa estupenda, afirma que los afro-americanos son la metáfora de los Estados Unidos (es una frase del escritor Richard Wright), en cierto modo, los verdaderos norteamericanos, porque son los únicos verdaderamente producto del país y su historia –sus cuerpos están marcados por ella y las marcas del cuerpo son marcas en el alma- y porque no tienen a dónde volver, sus raíces son genéricas, no están atadas a una aldea moldava, calabresa, bávara, holandesa, noruega. El caso de los hispanos es distinto, ya hablaré en otra entrada de Jennifer Lo, Gloria Es y ¡Selena!

Porque son los norteamericanos verdaderos, sigue la idea de Mirella Sentís, este es el punto que me interesa hoy, su producción cultural, nacida de la resistencia, es verdaderamente norteamericana y termina, por ello, dominando. La producción cultural del oprimido se hace dominante y se desnaturaliza, sus productores originales pierden su autoría y se ven obligados a producir algo nuevo. La idea me atrae mucho. El soul desapareció porque los blancos se apropiaron de él y por eso fue barrido por un nuevo tipo de música, por el rap.

No me gusta el rap -no estoy citando a nadie-, pero lo reconozco como la música más importante de las ultimas décadas del siglo XX. Evito decir "estilo musical", porque es más que eso, es más que la música del baile, la electrónica, el pop, el rock. Por eso, ha permeado a todos ellos.

El rap, rythm and poetry, me decía una antigua profesora de inglés, aparece en las zonas urbanas deprimidas, porque los anteriores canales de expresión se habían cerrado a los marginados.

Su carácter marginal hace que sus primeras expresiones se mezcle con otros estilos marginados. El primer "house" de la rama "Chicago/disco" -aquí hay otra entrada: qué le pasó a la música disco para transformarse en "house"- está lleno de partes rimadas, como aquí [No soy capaz de encamar vídeos, así que tendréis que pinchar en los enlaces]: "Gotta Have Your Love", "Let The Beat Hit'Em".

Gente muy lista se dio cuenta enseguida de su potencia, como los Aerosmith ("Rock Your Way") o Blondie ("Rapture", que se supone fue el primer video con rap emitido por la MTV: blancos apropiándose de la producción cultural negra). Por no hablar de Vanilla Ice, "ice, baby" o Los Simpson.

No toda la música negra de la segunda mitad de los 80 fue rap (Breckenridge tiene una entrada buenísima que lo prueba y enlazaría muy bien con la mía sobre el "house"), pero el rap es la única que se mantiene y, de a poco, toda el resto lo fue incorporando. Casi todos los artistas soul que menciono más arriba sacaron al menos un single con una parte rimada. Las Zanhé, las En Vogue, las Eternal.

La música masiva por antonomasia, lo que llamamos pop, es hoy, sobre todo en Estados Unidos más "hip-pop" que otra cosa. El rap ya no es cosa de negros, aunque haya estilos "underground" que sí parecen serlo en exclusiva, tal vez por eso no aparece un estilo nuevo y, además, los marginados (¿marginales?) de otros países lo adoptan (esa racaille francesa o su equivalente español, que agitana sus orígines, para parecer más marginal; nada de fusiones). El resto del rap norteamericano, el que vende y vende, es una parodia de si mismo: 50 Cent de los "gansta", Puff Daddy de Tu-Pac. Mientras las Sasha Fierce, las Mariah, las Rihanna se contonean a su alrededor.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Ardillas


Mi querido Breckenridge se casó en verano y dejó Madrid para instalarse en Estados Unidos. Como eso era poco, decidió que ya no podía ser Breckenridge y que tenía que ser otro. El problema de una trans es que, hecho el camino de ida, hacer el camino de vuelta sabe a poco. Por eso, imagino, Myra/Myron decidió que, en vez de un cambio de sexo, lo que necesitaba era un cambio de especie. Así que, ahora, Breckenridge es una ardilla y, tal vez por el matrimonio, escribe de cosas más serias. Eso dice ella. Tiempo al tiempo.

La ardilla publicó (¿a principios de octubre?) una entrada de prueba, totalmente consumida por sus dudas entre el blanco y el negro. Yo me quedé ahí, en esa entrada de prueba. Hasta hoy, que he descubierto que lleva desde entonces publicando como una loca y que yo no me había enterado. Me fastidió mucho enterarme, porque me gusta lo que cuenta la ardilla y el atracón de entradas -y comentarios- que me he pegado hoy me va a costar los ojos.

Me fastidió también darme cuenta lo ensimismado que sin duda he estado todas estas semanas, como para que se me haya pasado algo como eso. Por eso, me puse a pensar en las razones. He estado viajando más que antes, lo que siempre te desconecta, aunque esta es la segunda semana entera seguida que paso en Londres. También está el tiempo de perros que está haciendo y me está quitando las ganas de todo -con los años, el tiempo cada vez me afecta más- y, además, no estoy durmiendo bien.

Luego está el trabajo o, mejor dicho, los trabajos. Desde la última vez que hablé del trabajo, no han cambiado mucho las cosas: Sigo a dos bandas y es la primera vez en mi vida que estar a dos a la vez no me divierte. La verdad es que he hecho un negocio redondo aceptando la oferta de Madrid y estoy haciendo dos trabajos por el precio de uno y por amor al arte. La culpa es mía. Como le dijo a una amiga común el jefe de mis jefes: "será porque quiere". En algo he mejorado, hay menos presión por parte de mi jefe de Londres -después de unas llamadas de Madrid- y he conseguido dejar de estar en medio, pero la situación está lejos de ser la mejor. Posiblemente, no me vaya unos meses a Madrid, lo que es bueno -porque me soluciona algunas papeletas conyugales- y es malo -porque me apetecía pasar algo de tiempo en Madrid y coger unas vacaciones de Londres. Por suerte, me voy de vacaciones "de todo" en tres semanas.

Tengo a medias medias media docena de entradas, con las que no termino de estar contento. Terminarán saliendo, en una forma u otra, pero no con la rapidez que me gustaría. Ya no puedo acceder al blog desde la oficina. Hay maneras de circunvalar el bloqueo, pero hay que hacer más kilómetros.

Escribo esto -y ya termino- mientras escucho el nuevo disco que me obsesiona. Hace dos días me compré dos discos: el nuevo de Shirley Bassey, que es muy bueno, y otro, por una especie de corazonada, "Lungs" de Florence and the Machine. Me gusta mucho y no paro de escucharlo (lo estoy escuchando ahora, por sexta o séptima vez en el día). Lo gracioso es que no me debería de gustar, es una especie de rock folk cantado con acento de Londres. Me tendría que horrorizar. Pero no, me encanta. Tiene algo de 10.000 Maniacs, de Lilly Allen, de Astrud/Hidrogenèse e, incluso, de Violeta Gómez. No me extrañaría que os esté descubriendo la pólvora; no sería la primera vez, me pasó con Nirvana, a los que descubrí, alucinado de que nadie los conociera, después de que vendieran un millón de discos. Me da igual, yo sigo a lo mío.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Stanwyck

Cuando empecé este blog intermitente, pensaba que iba a escribir mucho de cine. Pero, salvo aquí y aquí, nada.

Hubo una época de mi vida, bastante larga -de los 15 a los 23-, en la que el cine fue mi mejor amigo y ocupaba mucho de mi tiempo. Iba mucho al cine, sobre todo solo. A cualquier hora. Muchas veces, como alternativa a salir de copas, para lo que hacía falta tener unos amigos que no tenía. El cine es la afición de los chicos solitarios.

Sin embargo, a diferencia de la música, que sigue tan presente como entonces, el cine ya no lo está con la misma intensidad. Dejé de ir al cine. En parte, porque pasé unos años de vida retirada -"ora et labora"-; en parte, porque hice amigos y, en paralelo, me iba encontrando conmigo mismo.

Ir al cine era puro escapismo; dejar de ser y vivir la realidad, e intercambiarlo por algo mucho mejor. Como se suele decir que era la función de los musicales Rogers-Astair y el "cine de teléfono blanco" del fascimo y la posguerra italianos. "La Rosa Purpura del Cairo".

No sólo iba mucho al cine, sino que terminé siendo un aprendiz de brujo. De los multicines de la Vaguada, pasé a los multicines de Mesón de los Heros y, de ahí, a mi fase definitiva, a la Filmoteca, justo en su época trashumante (Reina Sofía, Cine Infantas -hoy día el Dia de la calle Infantas-, la actual Sala Heineken, que yo no sé cómo se llamaba), antes de llegar al cine Doré.
Recuerdo perfectamente las dos películas que propiciaron mi conversión: "Undercurrent", un drama ejemplar de la mejor época del cine de estudio, sólo posible porque lo interpretan Katherine Hepburn, Robert Mitchum y Robert Taylor, y "The Lost Horizon" de Capra, su
película incomprendida, porque no responde al modelo de comedia de costumbres americana.
Vi muchísimos cine de los 30 y 40, y cine mudo y cine del final de los estudios, sobre todo cine norteamericano, pero también el cine europeo clásico y del clacisista de la "nouvelle vague".

Aprendí mucho de ese cine, que sigue siendo mi preferido. Por eso, cuando me tocó elegir un pseudónimo, elegí Stanwyck, por seguir la idea de mi admirada Breckenridge de usar un apellido "femenino" y por la escena final de "Stella Dallas", en la que Bárbara Stanwyck, feliz de poder haber visto, desde la calle, la (buena) boda de la hija a la que renunció, camina llorando y orgullosa bajo una lluvia torrencial. Me sigue emocionando hasta las lágrimas.

Es ese cine el que más me gusta ver, casi siempre en casa, aunque sigo haciendo mis escapadas a la Filmoteca de guardia ("Pandora" y "Cristina de Suecia", no hace mucho). Al cine voy poquísimo. A mi querido Breckenridge le gusta decir que la TV vive un época de oro, lo que es cierto. Creo que la razón de que la ficción en la TV sea tan buena o, mejor dicho, que haya tan buena ficción en la TV, es que se ha transformado en la forma de entretenimiento de los adultos. Cuando yo era pequeño, los niños veían la TV y los adultos iban al cine. Esos niños de la tele, cuando se hicieron adolescentes y empezaron a ir al cine, propiciaron un cambio de temas y estilos, establecieron nuevas pautas de consumo de cine, que empezó a parecerse a la TV que ellos miraban, en forma y fondo. El cine de la gran época de los estudios era un cine para adultos. Recuerdo ser pequeño y "vestirme para ir al cine", cuando me llevaba mi abuela, porque se trataba de un acontecimiento; ¡qué bien lo describe Allen en "Radio Days"!

Hoy, los adultos vemos la TV y nos gusta ver ficción en la TV, mientras los niños y adolescentes ven tele-realidad y pasan de la ficción -de hecho, yo creo que ven menos TV que antes, porque se han pasado a otras pantallas-, pero siguen yendo al cine.

Otra manifestación de ese cambio generacional y de patrones de consumo, a mi parecer, es que en nuestros días es posible para los actores pasar de la TV al cine e incluso intercalarlos. Antes, la TV era el refugio de los olvidados del cine (la propia Barbara Stanwyck en "The Big Valley", que no sé si se llegó a emitir en España; en la Argentina, sí y era una de mis series favoritas, por encima de "Bonanza"). Claro que se siguen haciendo películas para adultos, pero son las
menos, las que menos dinero dan. Dan premios, pero poco dinero.

Me he ido por los Cerros de Úbeda, con mi sociología de alpargatas, pero he explicado el por qué de Stanwyck y he declarado mi amor nostálgico por el cine, que era lo que quería contar en esta
entrada. No creo que, como pensaba al empezar a escribir este blog intermitente, vaya a escribir del cine clásico, explicando por qué hay que ver, o por qué vi, "The Crowd", "Sunrise", "La Nuit
Américaine", "Surcos", "Imitación a la Vida" o "Qué el Cielo la Juzgue". Podría, al hacerlo, contar una anécdota, un sentimiento de esa época, pero tampoco conviene agitar demasiado algunos recuerdos agridulces.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Batiburrillo

8. Con la venia de Notorious y Breckenridge, a los que les escribí lo siguiente, desde Barajas, esperando a embarcar en un vuelo casi de madrugada de vuelta a Londres.

Estaba sentado frente a un grupo de turistas madrileños, discutiendo qué iban a hacer en Londres estos días (fotos a la comida en Harrods' incluidas). Eran seis, cuatro chicas y dos chicos maricas. En vez de una "gorda líder", en ese grupo había tres (las dos chicas ni gordas, ni delgadas del grupo y uno de los chicos). Cuando empecé a prestarles atención, ya habían organizado todo, todo, todo lo que iban a hacer en Londres, aunque se podían entrever los puntos de fricción (una de las chicas no quiere ir a los museos de "Chelsea", decía). Nunca se me había ocurrido pensar qué pasa cuando dos gordas líderes se encuentran en el mismo grupo. Imagino que, primero, se huelen, se reconocen; luego, colaboran, mangoneando al resto, siempre en la vanguardia, mientras se evalúan; y al final, el desenlace, la lucha dramática por la preponderancia. Estos chicos eran unos turistas del montón, pero me encantaría coincidir con ellos en un Prêt-à-Manger hacia el final de su viaje y ver cómo ha evolucionado el grupo.

El concepto de "gorda líder" no es mío, lo tomo prestado de Grog-Er, quien lo propuso hace unos
años, en el celebrado ciclo de conferencias "Planta 11, Planta 14".

9. Nunca he sido capaz de seguir la política nacional al detalle. Hay demasiado ruido, los ciclos superficiales son demasiado cortos (una semana eterna, parafraseando a Churchill) y suelen tener poco que ver con los problemas reales, con el trabajo que los políticos tendrían que estar haciendo. Hay mucha más preocupación por los procesos (la discusión entre políticos, sus ataques e insultos) que por los contenidos. Viviendo en el extranjero es más fácil desentenderse de la política nacional, lo que es una ventaja.

Dicho esto, que nadie piense que me desentiendo del todo. Cada vez que paso por España, echo un vistazo a ver cómo está el patio. Esta ultima pasada, que ha durado 18 horas, me ha bastado para hacerme pensar que, como consecuencia de la actual crisis económica -el fin del ciclo crediticio expansivo-, la sensación que da la política española, con la acumulación de casos de corrupción destapados, es de descomposición y desconcierto. Ya no quedan enanos por crecer en ninguno de los circos que son los partidos políticos -qué estructuras de poder tan horribles- y aumentan las deserciones y criticas. En el último -creo- "Vanity Fair" (España), le hacen una entevista a Carlos Solchaga -por qué Solchaga, por qué ahora-, en la que se muestra profundamente critico del Gobierno y de la situación económica, aunque sosegadamente y complaciente con el pasado, no anti-sistema. Inciso: ese mismo número incluye un reportaje sobre Tiffany's que se abre con dos fotos publicitarias de los 70 de Liza y Sofía Loren impresionantes y actualísimas. Real Stardust.

En el Reino Unido, hay una sensación de descomposición y desconcierto parecida. Aquí tiene más sentido, es más fácil de explicar -y todos necesitamos explicarnos la realidad y el presente-, ya que, a una situación económica no especialmente mejor que en España, se une el aparente final del ciclo político laborista, después de 12 años, y con unas elecciones generales dentro de unos meses. Pero en España, el ciclo está mediado, no terminado -la idea de que los políticos españoles se sigan arrastrando así hasta marzo del 2012 da miedo y asco-, así que las razones serán otras. ¿La mediocreidad, la cortedad de miras, el egoísmo, la avaricia? De los políticos.

10. Todas esas noticias politico-corruptas y económico-torpes no dejan ver en su importancia la noticia más terrible de lo que está pasando en España. Hay cosas peores, pero son "realidades" y no cosas que pasan, "noticias".

Lamentablemente, no me sorprende que ni las primeras páginas no muestren a diario, ni los noticieros no se abran todos los días con el incendio del subsuelo de las Tablas de Daimiel. Es espeluznante y muestra nuestra indiferencia e inutilidad a la hora de frenar la destrucción constante del planeta. Qué vayan todos a Copenhague, qué la gente siga confundiendo el tiempo con el clima -y pensando que veranos más largos e inviernos menos fríos es lo que nos espera-, mientras se queman las Tablas de Daimiel, que tendrían que estar inundadas de agua (lo están de fuego en vez de agua).

Se sofocarán los incendios en algún momento, la destrucción no será total, se dirá que hay un plan de recuperación -que no es posible- y que se gestionará mejor el acuífero 19 -que se usa para regar cereales en el secano manchego-, y con todo eso, pensaremos que no ha sido para tanto y que todo se puede arreglar. Es mentira. No se puede arreglar. Simplemente no reaccionamos, no nos damos cuenta, estamos demasiado ocupados con otras cosas. ¿Reaccionaremos alguna vez?

sábado, 10 de octubre de 2009

La fiesta


La fiesta fue un rollo. Salió fatal. La comida, una caca; se terminó la bebida prontísimo; la mitad de la gente no vino y la mitad que vino eran la más aburrida; el equipo de sonido se estropeó nada más empezar; no paró de llover.

Eso es lo que le escribí a mi hermana pequeña, que no pudo venir a la fiesta y me hizo prometerle que no lo pasaríamos demasiado bien. Dicho esto, lo cierto es que fue un fiestón, una fiesta fantástica, fantástica, que diría Raffaella.

No miento cuando digo que se acabó la bebida. Hubo que salir dos veces a comprar gaseosas y, haciendo un recuento, al final nos bebimos cincuenta botellas de champán, tres de vodka, dos de ginebra, una de güisqui y otra de ron y veinticuatro latas de cerveza. Éramos unos ochenta; faltó gente, incluso algunos cancelaron al último momento, y aparecieron unos cuantos "amigos de amigos", no previstos en principio, que aportaron su nota de color.

Mi selección musical funcionó a medias, pero funcionó. Mi casa no tiene el equipo de sonido de un bar y, después de la tarta, la gente empezó a mangonear la música, hasta que terminaron enchufando sus iPods. Curiosamente, no me importó nada. Porque cuando pasó eso, la fiesta ya había tomado vida propia y era un caos divertidísimo, en el que todo el mundo hablaba con todo el mundo. Ese caos propició que algunos ligaran, mi amigo el ex-Presidente del Gobierno dice que, por momentos, era como una sauna, con ropa, chicas y champán, pero como una sauna. Hasta hubo sexo en el baño. Vamos, un éxito. Además, bailamos, que era de lo que se trataba.

Recibí regalos. Un mapamundi polar del siglo XVIII fabuloso; un abanico pintado a mano, que no creo que se me hubiese ocurrido comparar nunca, pero que me gusta mucho; unos cuantos libros (The Disco Files 1973-78, una historia sentimental de Venecia, un recetario de asados) y cremas, muchas cremas. También terminaron apareciendo un imán de nevera en forma de paella, una flamenca y un abanico de fallera, con el que pienso completar mi disfraz de Halloween este año (¿puede haber algo más terrorífico que una fallera en Londres?).

Estoy muy contento de haber cedido a la presión de hace unos meses para que organizara la fiesta. No fue la fiesta ni que había organizado, ni imaginado, pero a esta altura de mi vida, ya tengo bien aprendida la lección de que you can't always get what you want, you get what you need, como dice la única canción buena de los Stones, que, como ya escribí aquí una vez, impera sobre la mejor parte de mi vida.

Estoy contento, además, de que haya pasado mi cumpleaños, de tener ya cuarenta y poder dejar de preocuparme por eso. Ahora puedo ocuparme de otras cosas. Bring it on!

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Mercurio en retroceso

Volví de vacaciones en la segunda semana de septiembre. De unas vacaciones formidables, de las de dolce far niente. Sol, playa, un libro, comer, ejercicio ligero. El regreso fue brutal. No porque me diera la depresión pos-vacacional, sino porque todo se puso del revés. Exagero, pero algo de eso hay. Pasaron dos cosas.

Primero, el mismo día en que volví al trabajo, me ofrecieron dejar Londres y volver a Madrid, a un trabajo muy interesante y perfecto para mí. Dije que no, las prioridades las establecí hace algún tiempo y el trabajo, aunque haya momentos que me pique la ambición, no es la primera. Me hicieron una contra-oferta, que suponía volver a Madrid unos meses, trabajar de lunes por la tarde a viernes al mediodía –para poder pasar los findes religiosamente en Londres– y una par de dulces más. Acepté la contra-oferta, a pesar de las caras largas iniciales de mi novio. Todo parecía indicar que, a principios de octubre, volvía a Madrid.

No había contado con el amor de mi jefe. Mi jefe me quiere mucho y no puede vivir sin mí. Esa es la conclusión a la que terminé llegando, después de que removiera Roma con Santiago, que llamara a medio mundo y le dejara mensajes al otro medio, para que yo no me fuera. Consiguió aplazar la decisión final, consiguió imponer su voluntad –y demostrar lo mucho que manda e influye– y que “probáramos un par de meses” una solución "a control remoto", en la que me quedo en Londres, haciendo mi trabajo de aquí, y añado “esas cosillas para Madrid, que tampoco son para tanto.” No hay que decir que, por ahora, voy más bien de culo: él, de pronto, ha descubierto que, sino me da algo nuevo que hacer cada día, empiezo a dudar de su amor, mientras yo ando muy fuera de onda de lo que está pasando con “esas cosillas de Madrid.”

Sé, porque algo he aprendido en esta vida, que es cuestión de ser paciente y esperar a que las cosas caigan por su propio peso. Satisfecho su ego, con el “experimento a control remoto”, terminaré yéndome a Madrid en dentro de no mucho. “De algún culo saldrá sangre”, como dice el dicho argentino; por ahora, lamentablemente, sangra el mío.

La otra cosa que me ha trastocado la plácida vida que llevaba en Londres es una fiesta. A principios de julio, empecé a organizar una fiesta para el primer sábado de octubre. Es que hoy es mi cumpleaños, ¿no lo había dicho? Pues eso, hoy cumplo años, por lo que decidí hace unos meses celebrarlo (entiéndase “decidí” como “no tuve más remedio que plegarme a la presión a la que me sometían por todas partes para que organizara una fiesta para celebrar que cumplo 40 años”). Pues eso, decidí celebrarlo. Se me ocurrió hacerlo en un bar de copas. Me apetecía que fuera como quedar a tomar algo con unos amigos y terminar bailando en una pista minúscula. Eso es mejor hacerlo en un bar que en casa.

Busqué bares, encontré uno, con un sótano estupendo (una barra, luces de colores, una bola de espejos, sofás en los rincones). En 1º de julio, ya lo tenía reservado. Mandé las invitaciones (emilios y Facebook) y me puse a elegir la música. Eso era fundamental, no sólo porque hay canciones que “tenían” que sonar, sino, sobre todo, porque hay muchas otras que no debían de sonar bajo ningún concepto. Me ha quedado una lista chulísima, con dos partes: una “de copas” y otra “de baile”. 7 horas. Si consigo entender cómo se hace y cuelga un podcast, aquí la tendréis dentro de poco.

Al volver de las vacaciones, me puse en contacto con los del bar, para terminar de organizar la fiesta (la comida, la bebida, probar que mi iPod era compatible con su equipo de música). Mis emilios no tuvieron respuesta. Cuando llamaba, un mensaje grabado me decía que “este número no admite llamadas”. Así que me pasé por el bar: estaba cerrado. Pregunté a los vecinos: “ese bar lleva cerrado desde finales de julio”.

Cabreo. Pánico. Desesperación. Soluciones. 10 días antes de una fiesta para 80 personas y con el culo al aire. Encontré, ese mismo día y cerca, otro bar. Sin sótano, pero ya me daba igual. Todo solucionado. Eso fue el miércoles pasado. El jueves, me dicen que no, que se habían equivocado y que tenían la sala reservada. Me encogí de hombros, respiré profundamente –¡!lo que ayuda el yoga!– y decidí hacer la fiesta en casa. Hoy, miércoles 30 de septiembre, todo parece estar bajo control (bebidas, comida, mi selección musical sigue siendo fabulosa, los vecinos están avisados e invitados). Además, Mercurio –el planta Mercurio– salió ayer de su fase de retroceso, que parece ser que es la razón de que todo se haya puesto patas arriba y del sinvivir de las últimas semanas. Así que, salvo la previsión del tiempo que no es muy buena, el asunto pinta bien. Ya os contaré la semana que viene.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Los cónyuges

Breckenridge me pidió, justo después de la boda, que escribiera la crónica. Agradecido y emocionado, lo hago. Eso sí, no será ni especialmente rosa, ni muy cómica; me sale más bien política y romántica.

Se casaron a las ocho menos veinte de la tarde, en la Casa de la Panadería, en la Plaza Mayor de Madrid. Éramos diez: los novios, que estaban muy guapos –sobre todo el flamante Sr. de Breckenridge- y felices, y ocho invitados: la hermana de Breckenridge, unas cuantas de sus grouppies y servidor. Se suponía que una amiga de la infancia y yo íbamos a ser los testigos, pero fuimos reemplazadas. Nos dieron miles de explicaciones técnicas, sin embargo, como las dos testigas eran más jóvenes, más guapas y, sobre todo, más altas: quedaban mejor en las fotos.

Llegamos todos juntos a la puerta del edificio, pedimos la vez y nos pusimos a esperar. Teníamos dos bodas heterosexuales delante. No voy a criticarlos -si no tienes nada bueno que decir de alguien, mejor cállate, decía mi abuela Tatona-, pero tengo que reconocer que nos hicieron la espera más amena. Notorious lo hubiese pasado fatal: la segunda boda unía a dos familias de cuellicortos, lo que me llevó a preguntarme: ¿Tendrán sus bares y páginas de contactos? ¿Qué música bailan? ¿Tienen un código especial o se reconocen fácilmente? ¿Cuál es su modisto preferido?

La ceremonia fue perfecta. La sala es bonita, la vista sobre la Plaza Mayor estupenda y nosotros estábamos contentos y emocionados. Fue una ceremonia muy administrativa; el Presidente de la Junta del Distrito Centro se debe de saber los artículos 66, 67 y 68 del Código Civil del derecho y del revés. Los dijo sin especial interés, pero llega a tener que leer uno más y yo termino llorando. Hace 12 años, yo también me los sabía de memoria, pero era una versión peor. Impresiona que algo tan sencillo, y un poco feo, como la palabra “cónyuges” pueda tener tanta fuerza y decir tantas cosas. Luego vino el “sí, quiero”, que los dos dijeron alto y claro.

Después de la boda, los esposos nos convidaron a su casa, a brindar con champán del bueno y ponernos tibios de jamón y croquetas. Dijeron unas palabras. Breckenridge habló muy bien; nos dio las gracias por venir y reconoció que estaba muy feliz de haberse dejado convencer de casarse. Su marido, que es un hombre alto, inteligente y de pocas palabras, suele decir la palabra justa. Hace años, en una comida de gente dispar y mucho vino, en el momento álgido de una acalorada y alocada discusión sobre canciones con letra ridícula, dijo simplemente “I say to Thee, Respectfully” y nos calló la boca.

En su casa, el día de su boda, nos dijo que Breckenridge y él se quieren mucho, son muy felices juntos y son lo mejor que le ha pasada el uno al otro. Por eso, añadió, era lógico aprovechar que vivían en un país que les permitía expresar ese amor y ese compromiso plenamente. Qué razón tiene.

Mucha gente dice eso de que el matrimonio es sólo un papel. Yo no estoy de acuerdo, el matrimonio o, mejor dicho, la ceremonia de contraerlo es la máxima expresión social de amor y compromiso. Es cierto que, en todo lo demás, una pareja de hecho y una pareja casada no se diferencian especialmente y que se puede hablar de “marido” y de “mujer” sin necesidad de estar casados. Sobre todo, si eres heterosexual, porque si eres homosexual, cuando lo haces, suenas un poco a “mariloca” hablando en femenino o “camioneuse” después de la quinta cerveza. Respeto mucho a quienes deciden no casarse, porque entiendo que eligen dejar de lado una institución –y un contrato, que la discusión jurídica quedó en tablas– que les parece caduca y no les interesa, pero, en el caso de las parejas de personas del mismo sexo, lo “tradicional”, lo “de toda la vida”, lo “normal” es, precisamente, no casarse o, mejor dicho, no poder hacerlo. Por eso, ¡hay que casarse! Es lo verdaderamente subversivo. A ver si convenzco a mi novio.

Después del champán, el jamón y las croquetas, y los discursos y las fotos buenas, nos fuimos a Las Visitillas a comer pollo al ajillo. ¡Gran elección! ¡Qué bueno estaba! Fue una cena divertida, pero no terminamos sobre la mesa, descamisados, subastando corbatas, ligueros, sujetadores. Eso sí, gritamos “¡Vivan Los Novios!”, que es la parte que más me gusta de las bodas. En el fondo, la boda fue como una de esas noches de verano en las que quedabas a cenar con ellos y te llevaban a Las Vistillas, aunque mejor, más divertida, más bonita; hasta a la pobre Almudena se veía casi bonita. Nos recogimos antes de la media noche. Breckenridge y su marido tenían que madrugar, por temas de papeles y porque se iban a Sevilla de luna de miel. Se me pasó preguntarles por qué Sevilla. Sé que algo sé, que Breckenridge alguna vez algo me contó, pero no logro acordarme. También es posible que me confunda y que eligieran Sevilla porque les dio la gana.

Ahora están en América, dejando atónitos a los saudíes que se esconden bajo la piel de un “caballero español” o una “wasp liberal”. Breckenridge y su marido son ya muy felices –y comen de todo–, así que lo que se les puede desear es que sigan siéndolo.


domingo, 13 de septiembre de 2009

Chanclas

Las chanclas en la ciudad me parecían fatal. Las entendía en la playa y sus aledaños, pero en la ciudad me parecían mal. Por algún motivo, las había convertido en el símbolo esencial del informalismo que nos ahoga.

Eran las culpables de la desaparición del “usted”, y no por camadería fascista o internacionalista, lo que tendría un pase, sino por una dejadez ignorante, que también está dejando en el desuso el “gracias”, los “de nada” y el “por favor”. Del empujar y no dejar salir antes de entrar, y de no sostenerle la puerta a nadie. Del masticar con la boca llena, del llevar la boca al plato, y del sorber sin ser japonés. De esa actitud de tener derecho a todo, pero no tener ni una responsabilidad, ni un deber, de que todo viene dado y, por eso, ni hay que dar las gracias, ni pedir las cosas por favor. De la violencia social y agresividad hacia los demás, porque su mera presencia nos molesta, impide el disfrute ilimitado de nuestros derechos inherentes a “pasarlo bien”, a hacer ruido, a mearnos en la calle. En Madrid, Londres o Hamburgo.

Creo que exageraba. Releo esa lista de “cosas que me desagradan” y no puedo dejar de sentir que los tiempos han cambiado y yo no he cambiado con ellos, que, en un restaurante, yo me fijo si me sirven por la izquierda y recogen por la derecha -en casi ninguno-, pero que eso ha dejado de ser importante.

Sobre todo, exageraba con las chanclas. Los pies desnudos o medios desnudos en la ciudad son una guarrada, porque las calles no están limpias, y un peligro, porque puedes abrirte un dedo con el pico de una losa suelta. Además, las chanclas no amortiguan la dureza del asfalto y no sujetan para nada los pies, ni el arco, ni los talones, lo que es malísimo para los pies y la columna. Es una de mis obsesiones, desde que tuve problemas de inflamación de las pantorrillas el año pasado.

Sin embargo, cuando a mediados de los 80 se pusieron de moda las sandalias (urbanas) para hombre, me parecían el colmo de la elegancia y buscaba desesperadamente el par perfecto. Es más, uno de mis mitos eróticos de entonces era Tony Cantó, tal y como salía en el programa “La Tarde”, con sus polos y bermudas de Adolfo Domínguez y su sandalias de Farrutx. Las chanclas son, posiblemente, más cutres y populares que las sandalias, pero no son tan diferentes. Alguien más inteligente que yo dice que son democráticas e igualitarias y las defiende por encima de todo. Esta fue una de las dos razones por las que, este verano, decidí darles una oportunidad.

La otra razón fue que, después de dos veranos otoñales (2007 y 2008), la previsión del tiempo prometía un verano seco y caluroso en Londres -que no lo fue tanto-, por lo que, en los primeros días templados de mayo, sentí la necesidad de que hiciera calor, saliera el sol y fuera verano. Así que me puse las chanclas.

Empecé despacio. Un par de veces, después del trabajo, fui al súper de la vuelta de la esquina en chanclas; unas “hawaianas” azules, compradas en Río, ¡por supuesto! Lo hice riéndome de mi mismo, convencido de que mi sonrisa dejaba traslucir la transgresión que me estaba permitiendo. Después, las usé para ir al gimnasio, en bici, durante el fin de semana. Entonces, se me ocurrió que las gente lleva chanclas en la ciudad -y bañadores y camisetas de tirantes- por puro voluntarismo y como un ritual pagano: en lugares de veranos ambiguos y esquivos, como un rito de invocación al sol y el calor; en lugares de veranos omnipotentes y con vocación de permanencia, como una protesta por el aire que no corre, por las tormentas que no descargan. En todos, además, se hace por escapismo: si me visto de playa, estoy en la playa.

A finales de junio, cuando en Londres disfrutamos de una “ola de calor” (5 días seguidos de 30º y cielos despejados), que fue en lo que de verdad consistió el verano, decidí que las “hawaianas” no eran suficientes, que no sujetan ni el arco, ni el talón, y que te expones a cortarte un dedo en cualquier momento. Me compré otras, más urbanas, según mi concepción: más gruesas y menos duras, con cierta sujeción del arco. No he parado de ponérmelas, sobre todo las dos semanas que he pasado de vacaciones en las Baleares.

Me he convertido -tendría que hacer la lista de las conversiones de mi vida; los nombres son un sino: yo no hago más que caerme del caballo. Las chanclas en la ciudad son estupendas. Total, diría mi amiga Breckenridge. No son elegantes y son la parte esencial -eso lo sigo pensando- del uniforme veraniego de la informalidad que no me gusta, pero éste es el presente. Terminamos saliendo a la calle más desnudos que cuando estamos en casa, y muy poca gente se ve bien a medio vestir, y la mayoría va hecha un adefesio, pero lo hace -hacemos-, democrática e igualitariamente.

lunes, 6 de julio de 2009

Al final, yo también


No iba a escribir sobre Michael Jackson; esta última semana, sólo se ha hablado de eso. Pero, esta mañana pedí la devolución del dinero que pagué por unas entradas para el concierto de 19 de agosto y me ha dado tanta pena, que algo tengo que escribir. Además, pasado mañana, tendrá lugar el concierto de homenaje y no paro de darle vueltas qué y a quién me gustaría ver sobre el escenario grapadora.

Cuando en marzo pasado, mi amigo Ol me propuso ir a ver a Michael Jackson, mi primera reacción fue pensar "para qué; si yo no soy seguidor". Luego -me paso la vida volviendo sobre mis primeras reacciones, como ya os habréis dado cuenta-, se me ocurrió que sí, que tenía que ir, que era de la poca gente que me faltaba por ver en concierto.

Más tarde, después de pasarme una mañana entera pegado al ordenador, hasta que conseguí 4 entradas bastante buenas, empecé a darme cuenta de que, tal vez no soy seguidor, pero soy capaz de recordar dónde y cuándo me compré "Thriller" -Multicentro del Pº de la Habana, en septiembre de 1983- y lo mucho que escuchaba el album, que aún conservo. También recuerdo ver el estreno de "Bad" en la MTV en septiembre de 1987, en Hilton, NY. Evidentemente, en el futuro podré también decir dónde estaba cuando me enteré de que Michael Jackson había muerto -volvía a casa, de ver un espectáculo fantástico y divertidísimo "Simply Barbra and A Slice Of Minnelli Live!". Así que, empecé a ilusionarme con el concierto. Llevo una semana desilusionándome y, hoy, pedí que me devuelvan el dinero.

Esta última semana, imagino que todos hemos acabado hartos de ver y escuchar sobre Michael Jackson. Los medios de comunicación ya no dan noticias, sino que hacen ruido. He intentado ver lo menos posible y ya estoy empezando a temer los resúmenes de fin de año: de todo puede pasar aún, pero la noticia del 2009 es esta, ¿no?

El martes, tendremos el concierto de homenaje. Seguramente, no será como a mi me gustaría, pero yo voy a pegarme a la televisión a ver si, primero, vemos algo como esto:



Además de La Toya, espero que también salga Pía Zadora, para cantar con Jermaine esto:



Ya sé que este temazo no tiene nada que ver con Michael Jackson, pero, al final, casi todo lo que ha salido en los medios sobre "Michael Jackson" tampoco tiene mucho que ver con él.

domingo, 28 de junio de 2009

jueves, 25 de junio de 2009

Los Boy-os


El viernes, fui al concierto de los Pet Shop Boys, de los Boyos, como los llama miManolete. Gente que sabe más que yo dice que no fue su mejor concierto. Es cierto, que el sonido no era brillante y que Neil no parecía tener su mejor día. Tocaron 8 de sus canciones nuevas ("Did you see me coming?" fue la segunda; tal vez, demasiado temprano), un par de temas menos conocidos ("Two Divided By Zero", "King's Cross", "Why Don’t We Live Together"), una versión de Coldplay ("Viva La Vida", sobre la base de "Paninaro") y un puñado de sus mejores temas ("Heart","Love Comes Quickly", "Go West", "Always On My Mind", "Left To My Own Devices" -en honor de Breckinridge, claro-, "Jealousy", "It’s A Sin", "West End Girls"). Siguen haciendo música relevante y buena.

A mi, el concierto me gustó muchísimo. Es la primera vez que los veía en directo y tuve ese momento de gracia en el que te dejas llevar, desgañitándote cantando con ellos.

Desde que vivo en Londres, me los he cruzado, una vez en el teatro y otra cenando en los intervalos del ballet. Las dos veces, el cuerpo me pedía acercarme y decirles lo muchísimo que me gusta su música, pero me dio vergüenza. No vi a nadie hacerlo. Tal vez, la próxima vez no sólo me acerque y les diga lo mucho que los admiro, sino que los invite a cenar -cada vez que, en una entrevista, leo la pregunta "¿Quiénes serían tus invitados para una cena perfecta, Tita?", pienso que yo invitaría a Neil y a Chris, y a Breckin, y a Notorious, y a Pandora, ....

Los Boyos están, para mi, en un pequeñisimo grupo de gente que empecé odiando, hasta que los escuché sin prejuicios, por usar la frase de George Michael. También me pasó con Prince, por poner el ejemplo del mejor músico de todos los tiempos. En los dos casos, creo que no me gustaban nada al principio porque (1) a todo el mundo le volvía loco "West End Girls"/"Purple Rain" y (2) porque eran raritos. Prince, porque era demasiado abiertamente sexual -en mi pubertad, yo era un hipócrita puritano-, y los Boyos, porque eran claramente maricas. Curiosamente, con el tiempo, terminé adorando a uno y otros, precisamente, por eso mismo. Por supuesto que me gustaban las canciones, pero había decidido que no, que no me gustaban.

Por suerte, son gente con talento y, pasado el tiempo, sacaron temas tan buenos que no pude más que rendirme y, como cuando una ciudad asediada al invasor, hacerlo incondicionalmente. Con Prince, me pasó con "Pop Life", con los Boyos con:



"It's A Sin" de "Very" de 1987. Algo me ganaron con "Loves Comes Quickly", que es de "Please" (1986), pero nunca me había sentido tan Roberta Flack hasta que escuché "For everything I long to do, no matter when or where or who, has one thing in common too, It's a, it's a, it's a, it's a sin, It's a sin."

Además, me pasé el final de 1990 viendo una y otra vez -lo tenía grabado de la tele- "Being Boring" y no por la chica cubierta de espuma. Era el monento de empezar a aceptar las cosas cómo eran, y son.

miércoles, 17 de junio de 2009

Batiburrillo
























4. Echadle la culpa a mi jefe, que pensó que andaba yo algo aburrido y que lo que necesitaba era más trabajo. Eso sí, a mis compañeros de trabajo, que deben de estar pasándoselo bomba en la oficina, los dejó como están, incluso a los que cobran más que yo. Ya sé que tendría que estar contento, por tal muestra de confianza y de valoración de mi trabajo, pero es que yo, respecto del trabajo, me creo a pies puntillas los que dice el Antiguo Testamento: es un castigo divino. Y prometo que, por el momento, no me estoy divirtiendo nada y se me quitan las ganas de sentarme delante de la pantalla del ordenador fuera de horas de oficina -porque yo, este blog, lo escribo en la oficina.

También echadle la culpa al tiempo. Primero, porque hemos tenido dos semanas de mal tiempo, que me quitaron las ganas de todo. Después, porque ha vuelto el buen tiempo y, justo en estos días tan larguísimos del final de junio, lo que apetece es estar en la calle, en los parques, en las terrazas, contagiado de la alegría del principio del verano y admirando a todos esos chicos ligerísimos de ropa.

Entre mi jefe y el tiempo, he dejado el blog abandonado. Pero, desde la última vez que escribí, han pasado algunas cosas que no puedo dejar de reflejar aquí -sobre todo, porque a finales de esta semana pasará otra que merecerá una entrada.

5. Hace una o dos semanas, y por eso la foto, fui a uno de los conciertos que dio la Britney en Londres. Fue un desastre y fue divertidísimo. El público éramos, en un 80% chicas prepúberes y púberes, con algún padre o madre o novio cabizbajo, y en un 20% grupos de hombres especialmente sensibles a la música y el espiral de autodestrucción en que se embarcó esta chica.

La caradura sólo cantó una canción en directo -una balada absurda sobre sus alas, que todas esas chicas prepúberes y púberes se sabían de memoria y cantaron a todo pulmón. El resto del tiempo, Britney bailó mucho e hizo mimo. De su repertorio, agotó sus dos últimos discos y añadió "Slave For You", "Toxic" y "Baby, On More Time", en una versión hipnótica, que resaltaba los aspectos S&M de la canción, porque la canción debería ser el himno de la comunidad S&M. Todo era muy sexy, atrevido y susurrante. La chica está perdida en un bucle "yo hago con mi chichi lo que quiero", que está muy bien, aunque es poco nuevo y, en mi humilde opinión, lo hace sin gracia. Madonna, la VHP, con aquel beso, la gafó para siempre.

La producción del espectáculo es buenísima; los músicos parecen buenos -no se los ve a penas- y los bailarines son estupendos, sobre todo o cuando bailan sin la Britney -cuando bailan con ella se cortan e intentan no hacerle sombra- o cuando bailan medio en cueros.

El problema es que, después de un rato, uno empieza a pensar que esa rubia que da saltitos en el escenario -las tres pistas de un circo- podría ser la Britney, una prima suya o Soraya. Da un poco igual y, eso me pareció a mi, a ella también. ¿Le gustan a la Britney sus canciones? Está claro que hay alguien que sigue haciendo dinero con ella. No voy a entrar en el tópico "pobre niña rica", pero sí da una mijita de pena. Muchas luces, al final, no parece que tenga y, cada una somos cada una y sus circunstancias, en el concierto queda claro que sus puntos de referencia son Marylin Manson -hace una versión, que proyectan en vídeo, de la versión de "Sweet Dreams" de la Manson- y los "Cheetos". Y, además, no cantó "Sometimes".

6. Unos días antes, un sábado que no iba a salir. Me fui a casa de unos amigos a pasar el rato, mientras en la tele destrozaban a Susan Boyle y bebíamos algo. Terminamos en una discoteca de chicos sensibles, lejos de todas partes, en la que vimos actuar a Kelly Rowland. La Rowland, una de cuyos mayores puntos a favor es que es la "Destiny's Child" favorita de la Breckinridge, cantó tres temas de los suyos, en directo, pero con música pregrabada. Cuando la vi bajando por una escalera altísima, con guardaespaldas delante y detrás, camino del escenario, pensé en una entrada sobre la suerte, el éxito y las injusticias del mundo del espectáculo. También sobre las "divas del arroyo". Pero, a media canción, perdí el hilo: se me puso a hablar el amigo de un amigo que es guapísimo y ya ni me enteré si la Rowland cantaba "Dilemma", "Work", "Daylight" o "Yes, Sir, I Can Booggie".

7. Ayer, volviendo a casa, tras haber terminado diligentemente mis tareas en la oficina, pasé por delante de la Embajada de Irán. Había un par de cientos de iraníes gritando y protestando; de manera ordenada, como es la norma aquí, que para algo esto en Inglaterra. Mi primera reacción -mejor dicho, mi segunda reacción, porque la primera fue sentirme molesto por que relentizaban el tráfico- fue pensar que hacían bien, pero que era otra manifestación más frente a una Embajada en Londres. Pero, luego, me di cuenta que una buena proporción de los manifestantes eran unas locas loquísimas, incluso maquilladas iban algunas, y fue entonces cuando caí en que, en Irán, cuelgan a los maricas -las bolleras no existen porque, como las mujeres son de segunda clase e impuras, su cuerpo no es suyo- y que esa gente no se manifestaba, simplemente, porque no se sabe dónde han ido a parar sus votos, sino porque el régimen iraní es una mierda y quieren cambiarlo. Ahí me di cuenta de que lo que pase en Irán me importa y me dio cierta vergüenza haberme olvidado que votar en unas elecciones limpias es, más que nada, un privilegio, y que subirte en una carroza el 28 de junio -o antes o después-, un orgullo.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Emilio


En la primavera de 1997, me sucedieron cosas fundamentales en mi vida, en especial dos: Después de intentarlo durante 3 años, conseguí entrar a trabajar en la institución en la que aún sigo (internado) y, dos, fui por primera vez a la peluquería de Emilio, a la que sigo yendo, 12 años después, cada vez que estoy en Madrid. Se ha convertido en una especie de chiste a mi costa que viajo a Madrid a cortarme el pelo. ¡Qué se rían; qué saben ellos! Emilio es el mejor peluquero que me he encontrado nunca.

Según me dijo uno de mis "peluqueros de emergencia", en Bruselas, los hombres tendemos a ser muy fieles a nuestros peluqueros, le demos o no importancia, sean tradicionales o modernísimos. Al menos en mi caso, es cierto. He tenido dos "peluqueros de cabecera".

Antes de Emilio, fue Mª Jesús, a la que me llevó mi madre, que era clienta, ante mi "desesperación" por no encontrar a nadie en Vigo que me hiciera un "corte moderno" -un "corte moderno circa 1985": pelo corto de punta y patillas afeitadas por encima de las orejas-. El flechazo fue mutuo y fulminante -como son los flechazos-. Durante casi 10 años, no dejé que nadie más me tocara la cabeza. Viajaba de Madrid a Vigo a cortarme el pelo. Hacia el 93, Mª Jesús se mudó a Fuengirola, donde vivía su hermano, y yo me quedé más perdido que un arenque en una convención de focas.

Creo que Mª Jesús y yo nos caíamos tan bien porque los dos estábamos a disgusto en Vigo -ella se había mudado siguiendo a un tío, que la terminó dejando, y no podía con el mal tiempo- y porque, según me decía a veces, yo le recordaba a su hermano. Durante todos esos años, me hizo los cortes de pelo que le dieron la gana. Salvo mechas y permanente, sobre lo que insistía mucho en los 80, le dejé raparme al 1, me convenció de llevar una media melena tipo "Bono", llevé la nuca rapada y flequillo por delante; llevé todas las modas capilares de la época, con ese toque "de Provincias" que hace que vayas siempre un poco desfasado y no cojas del todo el punto, aunque ella era una peluquera buenísima.

Volviendo al 97, que en mi recuerdo era una época más sencilla e inocente; como diría Jack "Just" McFarland: Madonna era relevante, Fangoria hacía buena música y nos divertíamos bailando a Mónica Naranjo (Mónica who?). La alegría de vivir que sentí esa primavera tenía el trasfondo del principio del "mari-boom", cuando empezaron a abrir "locales de día" (librerías, tiendas, cafeterías, restaurantes) en Chueca y los "locales de noche" abandonaban el timbre, en favor de cristaleras a la calle. Las cosas cambiaban y nos parecía que era, simplemente, la extensión de la confianza en nosotros mismos que sentíamos. Yo aún seguía con mi ligero activismo, era miembro del COGAM y usaba la tarjeta, que daba derecho a descuentos en tiendas y cosas por el estilo, en toda ocasión.

Así que, después de unos años sin peluquero, decidí que era el momento de volver a hacerme "un corte moderno". Busqué en la revista del COGAM las peluquerías que hacían descuento -no eran más de 4; que no todos los peluqueros son activistas- y elegí Xiquena. No sé por qué, no me acuerdo; quiero pensar que fue el destino, que también hizo que me atendiera Emilio y no su socio Fernando.

Emilio es un peluquero buenísimo y muy serio. Por algún motivo, cuando hablo de él, la gente se imagina una locaza parlanchina y un poco gritona. No sé por qué, porque no es para nada así. Habla poco, lo que yo agradezco, porque me entra sueño cuando me andan por la cabeza, y se concentra en lo que está haciendo. Habla poco, pero habla. Emilio está más que de vuelta de casi todo. Si ese día tiene ganas de hablar, te puede regalar un par de anécdotas del "Ku" de Ibiza o hacerte reír con sus comentarios sobre la gente (famosísima, pero que él no reconoce) que se cruza en su gimnasio o reírse de sí mismo y de nosotros ("esas lycras que llevan 10 años pasadas de moda").

Recuerdo el lunes después del Orgullo de 2001, cuando se produjo la explosión final y la manifestación -mira que soy antigua- del Orgullo Gay se transformó irremediablemente en la fiesta popular callejera por antonomasia de Madrid. Empezamos a hablar de cómo se había puesto el Centro -y recordar las primeras competiciones de lanzamiento de bolso y carrera con tacones-, hasta que, muy serio, me dijo: "soy homófobo, odio a los maricas". El jueves por la tarde, no había podido sacar a su perra a la calle, porque la puerta de su edificio estaba bloqueada por la cantidad de gente que había en la calle -la calle Pelayo, tan centro de Chueca como la plaza, donde lleva viviendo como 20 años-. Desde entonces, cada año, su madre se queda con la perra durante esa semana y él hace el chiste de su homofobia.

No le soy totalmente fiel -ni él a mi-, sobre todo porque en estos 12 años no he vivido siempre en Madrid. He tenido algún "peluquero de emergencia" bueno. En Puerto Príncipe, sólo había un peluquero que sabía "cortar nuestro pelo", como decían las señoras bien, queriendo decir "el pelo de los blancos", aunque ninguna de ellas lo fuera. No era mal peluquero, aunque lo mejor era que su peluquería era lo más parecido a un bar de ambiente en la ciudad: siempre estaba animado, con gente que se dejaba caer para tomar un café y charlar un rato -es decir, a ver si pillaban algo. Pero, siempre que viajo a Madrid, voy a que Emilio me corte el pelo.

Después de todos estos años, evidentemente, no sólo voy a su peluquería porque me haga unos cortes estupendos y me deje guapo -"se te queda cara de niño bueno", suele decirme; se lo dice a todas, he terminado por descubrir-, sino porque ir a Xiquena es parte de lo que, para mi, ha sido y es Madrid; como las calle regadas en verano.

martes, 19 de mayo de 2009

Batiburrilo

1. He ido a un concierto de la Orquesta Nacional de España, con un repertorio muy cañí: Falla, Turina, Rodrigo y, de rondó, Ravel (masacraron el "Bolero", en mi humilde opinión). Hasta ahí, todo dentro de lo previsible. Había mucho español en el público, pero también guiris locales y de otras partes. Tampoco nada en especial.

Menos esperable, al menos para mi, ha sido: que sonara un móvil dos veces -el mismo móvil, dos veces-; que aparecieran cámaras y teléfonos-cámara todo el rato, a pesar de que los ujieres repetían que no se podía sacar fotos y que alguna de esas cámaras hicieran ruido al sacar la foto; que una de las señoras justo detrás de mi canturreara prácticamente todo el concierto y que su amiga se dedicara a pasar muy lentamenta y con cuidado -de hacer ruido, imagino- las páginas del programa.

No hace mucho, Breckinridge publicó una entrada sobre este mismo tema -perdona, gonita, pero no la encuentro para poner el enlace- y sé que es un poco el signo de los tiempos. Sin embargo, no termino de entenderlo. No es una cuestión de que los conciertos se democraticen y "vaya todo de mundo", achacárselo a eso sería clasista y presupondría aceptar que, con dinero, la mona vestida de seda deja de ser mona. Creo que es más bien un síntima más de la infatilización de los adultos: la gente piensa -pensamos- que todo lo que hace está bien de por si y, sobre todo, que tiene -tenemos- derecho a hacerlo; nos hemos olvidado de que hay ciertas reglas de comportamiento y nos hemos olvidado de enseñárselas a la generación siguiente. Nos va a pasar como esas familias que dejan de cocinar y en las que, en media generación, sus miembros sólo comen pizzas y hamburguesas para llevar.

2. Mientras sonaba el "Concierto de Aranjuez" -que no por sobado deja de ser precioso-, se me ocurrió que, la próxima vez que alguien empiece una campaña para ponerle letra al himno -con lo bien que nos viene que no la tenga-, habría que defender que cambiásemos directamente la "Marcha Real" -por algo se empieza- e nos hiciéramos un "Niño Judío" y, como hace Ciralina Quijano en este video -sin tilde-, grabado en "Bellas Artes, Miami", gritásemos:



Con un par de arreglos, para darle más brío, la romanza quedaría estupenda y, así, podríamos cantarla cada vez que haya un partido de fútbol o en las Olimpiadas, que es para lo que sirve un himno.

domingo, 10 de mayo de 2009

Siria. 1 (escrito el 7 de mayo)





















He estado de vacaciones en Siria. Volví hace más de una semana, y escribo esto de camino a Venecia; no he encontrado el momento de escribir antes. He estado ocupado en el trabajo -y me niego a hacer horas extras; es decir, hago unas pocas-, he tenido poco acceso a Internet y, no voy a negarlo, por vagancia. Que quede claro que no ha sido porque no me haya gustado Siria, porque me ha gustado mucho; algunas cosas, muchísimo, aunque no vuelvo enamorado.

He querido ir a Siria durante muchos años. En mis primeros 20, me enamoré de la reina Zenobia, y Palmira, la capital de su reino, encontró su lugar en mi lista de deseos, junto a Pompeya, Tívoli, Atenas, o el Panteón

A finales de mi adolescencia, cuando mi karma me castigaba en la Aldea, mi interés tardo-infantil en la antigüedad clásica -tuve una maravillosa profesora de Historia en la EGB- se transformó en pasión. Un mundo pasado y perdido, aunque sus trazos pudieran seguirse en el presente, con dioses pasionalmente antropomórficos, donde el deseo sexual podía tener cualquier sexo. Además, otra profesora maravillosa, ya en BUP, me recomendó las “Memorias de Adriano”, de quien caí rendido. Evidentemente, me enamoré del Adriano literario de Yourcenar -se me llenaron los ojos de lágrimas al ver, abriendo la exposición del Museo Británico sobre Adriano, el manuscrito “final” del libro-, de la misma manera que me enamoré del busto de Antinóo de El Prado. Hubiese caído igualmente rendido entonces del Alejandro de Renault, pero tuve que esperar muchos años para descubrirlo, cuando mis enamoramientos y pasiones eran ya mucho menos inocentes.

Esa pasión, con los años, se fue ampliando. En parte, hacia atrás, sobre todo por la contundencia de los argumentos en “Atenas Negra”, a favor del reconocimiento de las raíces levantinas, egipcias, africanas (no arias, no septentrionales, no blancas) de la Grecia Clásica. En parte, y sobre todo, hacia adelante: las invasiones bárbaras, Bizancio, Venecia, Sicilia, la Edad Media. La Historia como un continuo, con muchas más conexiones e influencias recíprocas de las que solemos reconocer. En el proceso, descubrí la figura de Federico II Hohenstaufen, stupor mundi, que considero uno de los personajes históricos más fascinantes, desde su nacimiento público, en la plaza mayor de Jesi, hasta su derrota frente al Papado. El hombre más poderoso de un mundo, totalmente pasado, olvidado, barrido por el viento. La mejor biografía de Federico II es la de Georgina Masson, publicada en 1957 -hay alguna posterior, italiana, no tan buena.

Así, con el paso de los años, fue completando la lista de deseos: la Acrópolis, Pompeya, Paestum, los pasos de Adriano (el Panteón, que es el mejor edificio de todos los tiempos; el Arco de Constantino, que incluye unas escenas de caza de Adriano y Antinióo; la Villa Adriana en Tívoli), Venecia, Estambul/Constantinopla/Bizancio, Sicilia (antigua: Agrigento, Eraclea Minoa, Selinute, Siracusa; normanda: Palermo, Monreale, Cefalú; imposible: Noto), Apulia (Otranto, Castel del Monte), San Juan de Baños, el pre-románico asturiano, Palencia (el románico; la villa romana de La Olmeda lleva años cerrada). En el camino, he tenido algunas sorpresas, como Akritori, en Santorini, Pompeya antes de Pompeya, enterrada por la explosión de un volcán, en la época minoica.

Palmira es un elemento central de mi historia de amor con el Mundo Antiguo. Palmira es un oasis en el desierto sirio, puerto de paso de las caravanas, ya activa en el 2º Milenio antes de nuestra era. Pasó a formar parte de Roma en la época de Tiberio (14-37), pero su época de esplendor se inicia con la visita de Adriano, en 129, que la rebautiza como "Palmyra Hadriana". Palmira florece, ayudada por la derrota de los nabateos por Trajano, y se transforma en una ciudad riquísima, con barcos en el Adriático y el control de la Ruta de la Seda, sofisticada, poderosa y sincrética, abierta a las influencias de la Ruta de la Seda y de la Arabia Feliz, del Mediterráneo y de Roma. Nunca verdaderamente romanizados, los palmerienses jugaban a parecerlo. En gran medida, es eso lo que me fascina de Palmira: su originalidad y capacidad de absorción de las influencias, la existencia de una sociedad consciente de si misma, ávida de cosas nuevas y exóticas.

Una de las salas del Museo de Palmira está repleta de las esculturas funerarias (bustos) con los que los palmirenses tapaban los nichos de sus tumbas. Rodeado de todos esos retratos, que representan a individuos concretos del siglo II y III, es posible comprobar la complejidad de sus ropas, de sus joyas, la mezcla de la toga romana y los pantalones persas, su preocupación por las modas, por su imagen, su hedonismo y gusto por la vida. Rodeado de esos retratos, quiero creer que intuí el eco de sus conversaciones: hablaban de la llegadas de las caravanas, hablaban del romance clandestino descubierto por un marido celoso, hablaban de dinero, hablaban de sus pasiones, hablaban de política y de conquistas. Porque no sólo eran económicamente poderosos, sino que, durante el reinado de Zenobia (267-274), quien asumió el poder, en nombre de su hijo, a la muerte de su marido, Palmira llegó a dominar Siria, Palestina, Egipto y le plantó cara a Roma.

La reina Zenobia, que se reclamaba descendiente de Dido y de Cleopatra, aprovechó el vacío de poder durante la llamada "crisis del siglo III" (235-274), para extender el poder de Palmira. Si bien se hacía llamar "Reina del Este" y mantenía la ficción de la unidad del Imperio, a medida que se fue sintiendo más fuerte, fue mostrándose más independiente: comenzó a acuñar moneda y, su hijo, asumió el título de “augusto”. Gibbon dice que Zenobia "mezclaba las formas populares de los príncipes romanos, con la pompa de las cortes de Asia y exigía de sus súbditos la misma adoración que se debía a los sucesores de Ciro".

El final vino de la mano del emperador Aureliano (270-275), uno de los más grandes generales romanos, quien fue capaz de reunificar y pacificar el Imperio, y prepara el terreno para las reformas de Diocleciano (284-311). La superioridad tecnológica y de táctica de los romanos le dieron la victoria, en Immae y Emesa. Palmira fue asediada. La reina Zenobia, consciente de haber perdido su apuesta, aceptó rendir la ciudad, con lo que salvó su vida y evitó el saqueo de la ciudad. Llevada ante Aureliano, quien le pregunta cómo osó enfrentarse a los emperadores de Roma, Zenobia le responde que no se rebajó a considerar como emperadores a un tal Aureolus o Gallienus; solamente a ti te reconozcon como mi conquistador y soberano". Zenobia fue una de las principales atracciones del desfile triunfal de Aureliano -uno de los mayores de la historia del Imperio- y terminó sus días en una villa en Tívoli, dedicada a la filosofía y las artes.

Palmira no sobrevivió a la derrota. Poco después de que Aureliano y sus tropas hubieron desaparecido en el horizonte, los palmirenses se levantaron en armas y masacraron a los 600 legionarios de la guarnición romana. La reacción, la venganza, de Aureliano fue inmediata e implacable y la ciudad fue saqueada y destruída. Ese fue el fin de Palmira. Más tarde, en la época de Diocleciano, se transformó en una guarnición militar, y, ya después de la llegada del Islam a Siria, en un villorrio en un oasis en el desierto sirio. Eso sí, los beduinos acampaban en el inmenso patio del enorme Templo a Bel y sus cabras pastaban entre las columnas que flanquean la calle principal de la ciudad. Algunos terremotos, muchas tormentas de arena, y la ciudad fue olvidada hasta su redescubrimiento en el siglo XVII.

¿Qué queda ahora en Palmira? De la ciudad, queda lo suficiente del Templo a Bel como para sobrecoger, parte de la columnata de la calle central de la ciudad, el teatro, un Templo a Baal y algunos muros que permiten imaginar unos baños y otros edificios públicos, incluido un templo de la época de Diocleciano. De la necrópolis, quedan varias torres, aunque la mayoría está en ruinas, de hasta cuatro pisos y varias tumbas subterráneas, algunas muy completas. Muchas de las ruinas de Palmira, como en otras partes de Siria, han sido reconstruidas, recobrando su sitio los trozos caídos de las columna, las partes de un frontispicio, los sillares de los muros. No es algo que me guste especialmente, pero no se trata del horror -para nuestros refinados gustos del siglo XXI- de las reconstrucciones dieciochescas en Pompeya, y la impresión profunda que me causó estar allí, ver la extensión de las ruinas e imaginar la ciudad viva me hacen, en este caso, incluso lamentar que no se haya excavado y vuelto a levantar más.

Con Palmira, cierro la lista mental de mis primeros 20, he completado un ciclo, como subraya, al menos en mi cabeza, que escriba esto de camino a Venecia, que en su esplendor bizantino está en el otro extremo temporal de la Antigüedad Clásica. Me quedan cosas maravillosas por visitar: Rávena, Lipsius Magna, Las Médulas, la villa romana de La Olmeda -por seguir con el “continuo” greco-latino-, pero ya no será para cumplir una promesa del final de mi adolescencia, para satisfacer un deseo de participar de un pasado idealizado, que es lo que ha guiado mis pasos hasta ahora.

Siria. 2





















He estado de vacaciones en Siria. Volví hace ya casi dos semanas. Empecé a escribir una entrada sobre el viaje, pero me fui por otros derroteros y me terminó quedando una entrada larguísima y con dos partes. Así que la publico en dos partes, pero la segunda, que habla del viaje a Siria, antes que la primera, que empieza hablando de Palmira. Es decir, esta es la segunda.

Siria me ha gustado mucho, algunas cosas me han gustado muchísimo, pero no he vuelto enamorado.

Junto con Palmira, hay otras maravillas; Siria es un país de superlativos:
  • La fortaleza de Bosra, que esconde un gran y muy bien conservado teatro romano;
  • Shaba, fundada como Philipolis por el emperador Philipo el Árabe (siglo III), donde 6 mosaicos fabulosos -comparables a los mosaicos imperiales de Estambul- dan para un pequeño museo;
  • El pueblo de Maarat an Nuaman, con uno de los museos de mosaicos más fabulosos que he visto nunca: Una serie muy extensa de mosaicos pavimentales de iglesias del siglo V y VI, de una época aún de transición de los motivos paganos hacia los cristianos, coronados con tres escenas, bastante completas, de lo que cabe imaginar como un más completo ciclo de Heracles, del siglo III, y que son de los mejores mosaicos antiguos que he visto en mi vida;
  • Serjilla y Ali-Bara, las más extensas “ciudades muertas” al sur de Alepo;
  • Apamea (en la foto), que es el complemento perfecto a Palmira; queda el cardo -la calle principal, el eje norte-sur de todo asentamiento romano- larguísimo, flanqueado de columnas de granito. En origen seleucida, floreció en el siglo II, como una gran y próspera ciudad romana; no hay aquí sincretismo, sino pertenencia directa a Roma (SPQR), como prueba, para mi, la “ingeniérica” rectitud de esa calle, en comparación con la improvisación y quiebro de su equivalente palmeriense;
Los Museos Nacionales de Damasco y Alepo -con un 5% de sus fondos expuestos, el Museo Británico o el Louvre serían capaces de hacer más de una de sus “exposiciones-evento”, que llegan a ser visitadas por cientos de miles de turistas.

No es todo Antigüedad Clásica. Damasco y Alepo pueden ser fascinantes, sus barrios antiguos son tan exóticos y orientales ahora, como en el siglo XIX. Las dos son parecidas, pero muy distintas.

Me gustó más Alepo que Damasco, aunque recuerdo intensamente un paseo vespertino por el barrio cristiano de Damasco, después de un baño turco. Imagino que mi preferencia alepina se debe, en parte, a nuestro guía en la ciudad: Ahmed Modallal, un ingeniero agrónomo septuagenario, con quien paseamos por la ciudad, sus bolsillos repletos de anécdotas y caramelos, que comparte con alegría con todos. Alepo es como Barcelona, Milán o Amberes: una “segunda ciudad” orgullosa, comercial, opulenta, capaz de competir en igualdad -y superar, si se tercia- a la capital del país. Alepo tiene, junto con un bario viejo dominado por una fortaleza imponente y más presente que la de Damasco, un barrio nuevo, cristiano (griegos y armenios) de la época otomana, elegante y bullicioso, con casas volcadas a sus patios interiores -andalusíes, diría si fuera chovinista-, pero que asuman celosías a la calle.

En las dos ciudades hay un zoco, extenso y vivo, no sólo turístico, aunque todo se andará. Los zocos atestiguan el carácter industrioso, comercial y negociante de las ciudades, que vivan, por otro lado, bajo un régimen pseudo-socialista en lo económico -las dos ciudades son muchísimo más viejas que el régimen y, con seguridad, le sobrevivirán. Alrededor del zoco de Alepo, es posible encontrar fábricas de jabón, forjas de metales, talleres de artesanos agrupados por actividades, que aún existían en nuestras ciudades no hace tanto y que la lógica socio-económica de nuestras mentes condena a la extinción. Mientras los visitaba, se me ocurrió dudar que, cuando el progreso industrialice esas actividades, esos artesanos independientes vayan a salir ganando.

Fuera de las ciudades, en el camino de Palmira a Damasco, paramos a saludar a uno beduinos amigos de nuestro conductor. Desconfiamos, nos veíamos abocados a comprar baratijas, pero nos equivocamos. El cabeza de familia, que tenía 18 años, nos acogió en el “salón” de la tienda, nos ofreció té, yogur, mantequilla, pan y azúcar y no se nos pidió nada a cambio. Nos fuimos lamentando no llevar puesto un reloj para, en agradecimiento, regalárselo.

En este viaje, he vuelto a comprobar que el fútbol es verdaderamente el deporte universal -me dio la sensación de que los sirios son o madridistas o culés- y que el español más conocido internacionalmente sigue siendo Julio:



Hay cosas del viaje que me gustaron menos. Nos tocó visitar algunas ruinas (San Simeón) e iglesias (Seidnayya, Santa Tecla, San Ananias) por el sólo hecho de ser cristianos o, mejor dicho, por la presunción de que lo éramos y, por supuesto, de que nos interesaba ir. Me hizo gracia, eso sí, que nos llevaran con pías intenciones a la Iglesia de San Sergio y San Baco, construida en donde la tradición señala como el lugar de su martirio, en Maalula -donde se habla arameo, la lengua de Cristo, como insistentemente nos informaron. San Sergio y San Baco eran dos soldados romanos, que eran muy, pero que muy, amigos; tan amigos eran que hay documentadas ceremonias de bendición de amistades entre dos hombres, bajo la invocación de estos dos Santos, en la Iglesia Ortodoxa. Escribo “amigos” y “amistades” y no quiero decir otra cosa, no vayáis a pensar cosas raras, que no existen ni en la Iglesia, ni en Siria, ni en el Islam. Por las calles de Damasco y Alepo, puede ser que me cruzara con miradas intensas, ansiosas como los ojos de una fiera enjaulada, pero es sólo mi mente degenerada, inventando lo que no hay.

No volví enamorado, creo yo, por dos razones principales. Me resultó agobiante la presencia constante de la imagen de Bashir Al-Assad y de sus difuntos padre y hermano. El régimen es el que es, y eso ya lo sabía yo antes de ir, pero terminé teniendo la sensación de estar enjaulado. No se trata de sentirse inseguro -más bien lo contrario- o de sentirse vigilado, sino de sentir la presión que el régimen ejerce sobre la población. Me está bien empleado por saltarme mi regla de no visitar países en los que, si fuera local, estaría en la cárcel o muerto -lo hice por Palmira, todo tiene su precio.

También me resultó agobiante, he de reconocerlo, que todas las mujeres, salvo las cristianas y las turistas, anduvieran tapadas: todas el pelo y muchas, sobre todo en Alepo, completamente. Tal vez, yo sea un habitante de la Isla Mofobia, pero, al verlas, no podía dejar de pensar que no se trataba de una elección, sino de una imposición, debido a que se considera que su mera existencia tienta y distrae a los hombres, es decir a una culpa directa e ineludible de cada una de ellas. No digo más, aunque pensaba comentar que nuestro guía en Damasco me argumentó seriamente la razón por la que no creía en la Teoría de la Evolución: el Corán dice que Dios creó el Mundo y el Corán, todos sabemos, fue dictado, no inspirado.

Así que he vuelto fascinado y feliz de haber visto Palmira, muy contento de haber descubierto algunas otras maravillas, pero no enamorado. Mejor dicho, sí que he vuelto enamorado -y no sólo de M- sino que el viaje a Siria me ha hecho valorar más el que hicimos al Líbano, en junio de 2006. Beirut nos cautivó, porque es una ciudad abierta, cosmopolita, sofisticada, orgullosa, donde nos divertimos mucho, y porque, con todos sus problemas y muchos fallos, el Líbano es el mejor, aunque no el único, experimento de democracia y tolerancia en Oriente Próximo.

Cierro esta entrada en Venecia, una noche de luna llena, cuando la zafiedad del mundo moderno y los turistas -y compris moi- resbala de la superficie de los edificios, para hundirse en el agua de la Laguna.