Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


martes, 30 de abril de 2013

Campamento

El bus hizo una parada en un bar de carretera. Los bares de carretera se parecen todos, por muy distantes que estén, y a pesar de la idiosincrasia local. Son únicos y el mismo. Lugares de paso, metáfora de la vida.
En este, a unos kilómetros de Newcastle, en el camino que hice de Sidney al campamento de surf, me llamó la atención que los graffitis del baño llenaban las paredes de discusiones políticas, insultos al gobierno laborista, desprecio a los inmigrantes y faltas de ortografía. Eché de menos, debo confesar, los dibujos obscenos y las notas solitarias ofreciendo sexo, que antes solían ser tan comunes, hasta que, imagino, la tecnología ofreciera mejores paredes donde dibujarlos y colgarlas.
Dejé Sidney el lunes por la mañana, después de una semana. Sigo sin decidir qué pienso de Sidney. Es magnífica, sin duda, y tiene todo como para haberme conquistado. Sin embargo, como alguna otra ciudad que conozco, e incluso quiero, es de esas que se esconde, que exige perseverancia y tiempo. El centro, a falta de las callejas de Melbourne, es estéril, inhóspito para quien se aventure sin la intención pasajera de hacer dinero o gastarlo. Hasta la zona de Las Rocas, a la sombra del Puente y frente a la Ópera, no deja de ser una manera de vestir de pintoresco una zona comercial y de oficinas.
Sólo cuando he dejado el centro, siguiendo el consejo de mis amigos, y paseado por Surry Hills, Darlinghurst y Paddington, me he encontrado con zonas urbanas vivas. Es decir, en las que viviría.
La segunda parte de mi semana en Sidney, después de las Montañas Azules, fue una sucesión de placeres urbanos: caminar sin rumbo, tomar un café viendo las idas y venidas de la gente en la calle, ir a la piscina y a la playa, también a distraerse viendo las idas y venidas de la gente, salir por la noche, incluso hasta muy tarde, para volver a casa de día, y dejarme llevar por los planes de mis amigos.
Tal vez no soy del todo justo, y Sidney no se esconde. Tal vez, son mis ojos. Llevo casi un mes de viaje y, como le he escrito a un bien amigo, no es posible estar todo el rato maravillado y contento de realizar un sueño. Este viaje, en la forma que sea, lo llevo muchos años imaginando y, como acertadamente me ha contestado ese amigo, citando a Iván Zulueta, una de las realidades de la vida es que todo decepciona, nada es tan bueno como uno pensaba que iba a ser: el amor, el sexo, los viajes.
Este viaje está siendo todo lo que esperaba, pero la realidad se despliega según sus caprichos y no los nuestros.
El campamento de surf es exactamente eso: un campamento para hacer surf, al borde de una playa maravillosa, con las incomodidades de un campamento, lleno de gente mucho más joven de lo que me esperaba. Si soy sincero, pasado el primer susto, no está nada mal: me fuerza a dejarme llevar; el surf se trata de eso.


miércoles, 24 de abril de 2013

Reitero

No tendría que haber llamado a la entrada anterior "Aborigen" [blogger no publica todas las entradas en el orden en que las escribo: "Mochila" es anterior a "Aborigen"].
Ese tendría que ser el título de esta o, incluso de otra posterior. Hoy, de vuelta en Sidney después de las Montañas Azules, he ido a la Galería Nacional de Nueva Gales del Sur y al Museo de Arte Contemporáneo. Las dos exponen arte moderno y contemporáneo de raíz occidental junto con el de raíz autóctona. Ya no es arte aborigen desde una perspectiva etnográfica o antropológica o histórica, sino como arte contemporáneo y lo cierto es que, en ese diálogo o competencia (según quiera el curador), la fuerza reside en el aborigen. Al menos, para mis ojos.
El arte aborigen tiene la capacidad de ser abstracto y figurativo, de describir, a través de la sensación y la emoción, un paisaje o una historia de manera abstracta. Líneas que (re)crean la superficie ondulante del desierto rojo del centro del país; topos blancos y ocres, que son ese mismo desierto en flor; más líneas en blanco y negro, que muestran las olas del mar. O, por supuesto, nada de eso: simplemente líneas y topos, colores y texturas. Espirales que son la serpiente de fuego o sólo espirales. Troncos totémicos, estelas funerarias, que hablan del muerto, o son simplemente esculturas en madera, con pigmentos naturales y mucha paciencia.
El arte de raíz occidental australiano me ha llamado menos la atención. Con excepciones, como Russell Drysdale, Tim Johnson, Brian Blanchflower. Se me ocurre que la falta de referentes reconocibles para mi es lo que me atrae del arte aborigen, me resulta de verdad nuevo y fresco y no necesito bagaje para verlo (interpretarlo).
El resto del día turístico, lo he pasado dando vueltas y cruzando el Puente. Es impresionante. Sidney no es íntima como Melbourne, no hay callejas llenas de vida (callejas que sobrevivieron gracias al declive de Melbourne en las últimas décadas del siglo XIX, al terminar la fiebre del oro que desarrolló la ciudad en las décadas anteriores), sino grandes avenidas, calles amplias, edificios altos y altísimos, todo moderno. Sólo en las Rocas, en frente la ribera opuesta a la Ópera, se conserva algo del Sidney antiguo, y hay cafés, restaurantes, calles peatonales y tiendas de souvenirs: el barrio vive del turismo.
Puede que Sidney, fundada en una bahía magnífica, sobre la que se vuelca y marca su estilo de vida, decidiera competir con ella en grandeza y se llenara de construcciones emblemáticas e imponentes.
En muchas cosas, empezando por su geografía y la playa, me recuerda a Río. Le falta la sensualidad del trópico (el tiempo es muy bueno; en pleno otoño luce un sol espléndido en un cielo casi tan azul como el de Madrid, y tenemos de 22 a 25 grados). Sidney y Río serían perfectas, sin embargo, si miraran al oeste: en ninguna de las dos el sol se pone en el océano.
Esta noche, salgo. Mañana, en el aniversario de la batalla de Gallipoli, se conmemora el Día del ANZAC y es festivo. Toca quemar la ciudad.
Las obras más abajo son de Doreen Reid Makamarra, Yukultji Napangati, Elizabeth Nyumi, John Mawurdjul, George Tjingurrayi; y están expuestas en la Galería Nacional de Nueva Gales del Sur y el Museo de Arte Contemporáneo de Sidney.





















Mochila

Viajo con una mochila y no con una maleta. Una mochila que ya era casi demasiado pequeña al empezar el viaje y que me exige maña y paciencia para que todo me quepa.
Podría haber cogido una maleta, no hay muchas ocasiones en las que se verdad necesite cargar con mis cosas al hombro.
Sin embargo, la mochila es más un estado de ánimo que una necesidad. Cuando me toca cargarla, me siento ligero y sin límites. Soy menos un turista y más un viajero (diría caminante, pero tantos años y vueltas después, casi me resulta cursi la referencia a Machado y Serrat).
Al mismo tiempo, como el viaje es tan emocional como geográfico, una mochila con sólo lo "esencial" (no haré la lista de lo que llevo, porque entraríamos a discutir si una hidratante es esencial), me permite ir dejando por el camino las partes de mi vida que no me llevo a Madrid. Es, claro, un proceso triste y de duelo. Ayer, cuando iba de camino al aeropuerto de Melbourne, sonó esta canción en la radio, y no pude dejar de pensar que, más allá de lo que pase en el futuro, ya no tendrá del todo sentido: www.dailymotion.com/video/x27atk. Evidentemente, es parte de un proceso, que me devolverá a Madrid más ligero, aunque cargado con los recuerdos.
De Melbourne, Sidney (llegué ayer, domingo) y las Blue Mountains (donde duermo esta noche de lunes), hablaré en la próxima entrada.

martes, 23 de abril de 2013

Aborigen

Melbourne me abrió los ojos al arte (a la vez contemporáneo y tradicional) de los aborígenes (primeras naciones, habitantes originales, etc.) australianos. Fue en la Galería Nacional de Victoria, en la Plaza de la Federación sobre el río Yarra ("Nacional de Victoria" y "Federación", insisto).
Fue de lo mejor de mis 5 días en Melbourne, y la vista a los museos y galerías con colecciones de arte aborigen se ha colocado en los primeros puestos de mi lista de visitas turísticas en Australia.
Junto a eso, la otra gran cosa de Melbourne fueron las callejuelas ("laneways") y galerías, que hacen más humano e íntimo al centro, totalmente entregado -en ese típico urbanismo "anglosajón" y también "estalinista" de separación por actividades- a las oficinas y grandes edificios públicos. En estas callejas, hay de todo: algunas no son más que la parte de servicios y trasera de grandes edificios, y han sido tomadas por los graffitis, otras hierven de gente gracias a sus cafés y restaurantes y tiendas.
La misma dimensión humana tiene Prahran (se pronuncia: pran), una zona acomodada al sur de la ciudad, igual de planificada en cuadrículas, con edificios bajos, y que a mi me recordaba todo el rato al Palermo Viejo porteño.
Mis 5 días en Melbourne fueron días urbanos, divertidos, en los que vi a los amigos que tengo allí, con los que compartí el arte y los paseos y cafés por las callejas. Sin duda, aunque arriba digo otra cosa, lo mejor fue verlos.
El domingo, dejé Melbourne por Sidney. Esta vez, me quedo en la casa de unos amigos. El lunes, hice turismo y creo que me impresionó tanto ver el puente y la ópera (el Puente y la Ópera) que sigo sin poder decir nada. Caminé mucho y, por la tarde, cogí un tren a Katoomba, en las Montañas Azules (más bien, azuladas, al evaporarse la resina de los eucaliptos). Hoy, martes 23 de abril, he hecho una caminata de 4 horas: acantilados, cascadas, bosques. De una belleza extrema por momentos. Al mismo tiempo, no deja de recordarme a la Chapada Diamantina en el Estado de Bahía, en Brasil, y, porque se trata de formaciones calcáreas, a las Islas Rocosas de Palau.
En un rato, vuelvo a Sidney (en un tren de cercanías: estamos a unas 2 horas, pero hay gente que vive por aquí y trabaja en Sidney: eso que dije del urbanismo). El resto de mi tiempo allí, hasta el lunes, será de nuevo urbano. Lo cuento en la próxima entrada.





jueves, 18 de abril de 2013

Migrate

Hong Kong siguió en la misma tónica positiva. Claramente se ha transformado en una de mis ciudades favoritas del mundo y quiero volver, porque dos días no me dieron para nada, ni siquiera rasqué la superficie.
Yo también seguí en mi tónica y no hice demasiado. Una de las buenas cosas de hacer este viaje solo es que hago lo que quiero, cuando me apetece. Si quiere hacer una visita turística de las impepinables, como subir al Pico que domina Hong Kong, la hago y punto, y si prefiero echarme la siesta que ver un juego de luces en el puerto, puesto corro las cortinas y cierro los ojos. Evidentemente, después de 10 años, término haciendo muchas de las cosas que hubiera hecho si Michael estuviera conmigo: subí al Pico en el tranvía sólo para caminar a buen paso hacia el Parque Victoria, que reúne las virtudes de estar más alto que la parada del tranvía y que sólo se puede llegar a pie (bueno, también en coche). Las vistas desde el Parque son magníficas, según pide imaginar: me tocaron dos días de niebla, con poca visibilidad, los grandes edificios del centro financiero de Hong Kong y Kowloon se adivinaban más que veían. Aún así, es una vista magnífica.
Además de subir al Pico, me dediqué a vagabundear por las calles sin mucho rumbo (raro en mi), comer en un agujero con una estrella Michelin, en un restaurante macaense, en otro tailandés y otro cantonés (en este último era el único caucásico). Visité Kowloon, que es otra ciudad, mucho más asiática, separada de la que fue Ciudad Victoria -la ciudad colonial botánica- por más que los 5 minutos en ferry. Si yo fuera muy pedante, la compararía con alguna de las ciudades japonesas de provincias que conozco.
También salí un poco, que pocas cosas me gustan más que la calle por la noche, sobre todo si hace 20°. Mi hotel, por pura casualidad, resultó estar al lado de dos bares gays (lamentablemente, no caí en un fin de semana, y en una ciudad tan volcada al dinero como Hong Kong, sólo se sale por la noche el fin de semana). A uno de los bares, según comprendí, casi exclusivamente iban asiáticos, mientras que en el otro se mezclaban con los caucásicos (cierto que es una cuestión de "gusto", pero la segregación y la facilidad con que la gente dice que no le gustan los asiáticos o los caucásicos es -¿casi?- racista). Los bares estaban casi vacíos, pero eso no quiere decir que no hubiera nadie con quien charlar un rato. No os preocupéis, que no paso todo el tiempo conmigo mismo maravillado por el mundo y pensando en la vida.
He prometido fotos, y en Facebook he subido alguna. Mi idea era publicar aquí el vínculo a ellas, pero no he podido. No viajo con un ordenador, hago esto, sobre todo, con el teléfono. Habrá pocas fotos.
Publico esta entrada en Melbourne (llegué ayer, miércoles, a las 6 de la mañana). Me gusta, no es el amor a primera vista de Hong Kong, pero es una ciudad interesante y sofisticada. Aquí mi viaje cambia, no sólo porque me vaya a pasar 6 semanas en Australia, sino porque aquí y en Sidney tengo amigos y los días se llenan de otro modo.
La primera canción que me vino a la cabeza al llegar a Melbourne fue esta (sé que la mayoría la odia y no voy a justificarme, pero me parece que, cuando pienso sin pensar es cuando más doy en el clavo): http://www.dailymotion.com/video/x53vvf_mariah-carey-2008-ft-t-pain-migrate_music





lunes, 15 de abril de 2013

Manila Hong Kong

Hace unas horas que llegué a Hong Kong y ya sé que me gusta mucho. No he visto nada o, mejor dicho, he visto la ciudad en el camino de la estación de tren al hotel y del hotel a una lavandería. Sin embargo, fue salir de la estación y sentir que es una ciudad fantástica.
Puede que sea el resultado de pasar de los 35º humedísimos grados de Manila a los casi frescos 24º de Hong Kong, combinado con un tamaño claramente más manejable, una ciudad en la que se camina, y vital sin agobios.
Los espacios públicos no están menos degradados que en Manila (mal de mucha parte de este mundo en el que se vilipendia lo público de plano y sin tener que dar razones), y no está más limpia. Aún así, me siento más cómodo.
Manila fue, al llegar, como un golpe en la cabeza, y tardé casi un día en sentirme menos desorientado. Evidentemente, acusé el hecho de llegar del provincianismo capitalino del pueblo grande que es Koror, junto con pasar de un trópico facilón y reconocible, aunque fuera por sus superficies de bates de béisbol y bares de sushi a una gran, gran ciudad asiática, en la que todo aquel que puede ser refugia en centros comerciales y otros espacios cerrados y privados.
Hice turismo, el sábado por la mañana, y me decepcionó. Mi culpa: esperaba una ciudad colonial española, pero poco queda de eso en "Intramuros". Me esperaba algo entre San Juan y Santo Domingo, y me topé con algo desaborido y descolorido (sólo encontré recuerdos coloniales españoles en la comida, y en el arte religioso).
Luego, busqué llegar a la Bahía, con la idea romántica en el corazón (mal lugar donde guardar ideas) de conectar en cierta forma con mi bisabuelo marino mercante, que iba y venía de La Habana a Manila hace un siglo. Me costó bastante llegar y no me encontré, como pensaba, con digamos, Barra de Salvador o Recife. No conecté con ni nada, ni con nadie.
Fue ahí cuando deseché la idea de que Manila sería una versión oriental del Caribe español y acepté que no me quedaba otra cosa que hacer lo que veía: los locales -que pueden- no caminan más que la impepinable distancia entre el coche y la puerta de entrada (del edifico que sea). Así que, volví sobre mis pasos y entré en el Hotel Manila, que es impresionate y, ahí sí, colonial (del XIX, aunque es de 1912). Me tomé un café y, en taxi, volví a mi hotel en Makati, el barrio (ciudad) considerado elegante (ponen como prueba que el gran número de embajadas que están ahí -innatamente elegantes, según creen quienes no las han visto por dentro).
El resto de mi parada en Manila fue más amable. Me sacaron a cenar y tomar algo (mucho guiri cincuentón con locales de edad indefinida), me hicieron un piropo extraño ("envejeces bien, para un caucásico"), que tomé de la mejor manera posible, y poco más (la decencia me puede).
Ahora, Hong Kong hasta el martes.

viernes, 12 de abril de 2013

Zoquete

Iba a escribir sobre mi vista de esta mañana al Museo Episton de Koror, que puede calificarse de museo etnográfico de la gente de Palau, las Carolinas y Micronesia en general.
Lo fantástico de la colección es que deja claro que las tradiciones y costumbres locales siguen vivas y que, si en mi entrada anterior escribo que no veo rastros de una cultura local, es culpa mía por no saber verla.
Media hora después de visitar el museo, empecé a notar que algunas mujeres llevaban una cuenta de vidrio como colgante. Cuenta de vidrio que representa su rango y estatus en su clan y la sociedad. Cuentas de vidrio que se intercambian, como dinero, en nacimientos, para arreglar matrimonios, para sellar alianzas y negocios. Dicen que la sociedad palauna es matriarcal, porque ellas eligen a los jefes de clan y controlan las haciendas, aunque en la calle principal de Koror se ve publicidad oficial contra la violencia contra mujeres y niños.
Sin embargo, tengo sentados al lado (estoy en un café), a tres funcionarios de algún tipo. Uno tiene pinta de ser de la embajada norteamericana, sus dos compañeras de mesa parecen trabajar en el gabinete del presidente de la república. Hay visto mucha "Ala Oeste" y similares, porque no paran de hacer aspavientos en razón de una eminente crisis institucional en este país, por una iniciativa legislativa que sale o no sale (esa parte no la entiendo). La gorda líder del grupo, que no es el norteamericano, a pesar del plumón que tienen (en la mesa de al lado están sus dos hijas y su mujer hispana: hablan en español), ya habla de que tiene que ir a trabajar mañana, sábado, para solucionar el problema: porque sólo ella puede solucionarla. Eso, después de haber llamado a un pobre subordinado, que ya estaba en su casa, para gritarle un poco y sentirse importante.
Seguramente el tema es importante, pero no puedo dejar de pensar, recordando otras crisis (más inventadas que reales), en otro tiempo y lugar, lo mucho que desprecio a la gente que cree que son importantes, cuando ocupan un puestecillo con cierta capacidad de influencia y decisión, y que creen que estar ocupado significa gritar, ir a toda prisa y decir lo ocupados que están. Porque además, si la escuchas un poco, te das cuenta que esta tía -a la que además ya odió porque esta delgadísima y se está zampando un sándwich mixto con chedar y muzarela y pepinillos en vinagre-, es un poco zoquete.

jueves, 11 de abril de 2013

Autóctono

He sacado más de 100 fotos de las Islas Rocosas. Con suerte, en un par de ellas terminaré por captar una fracción de la maravilla que es el archipiélago. Sigo totalmente rendido a su belleza y no sé cómo describirlas con palabras. Es la versión tropical del archipiélago de Estocolmo, si las islas fueran de roca calcárea y todo lo demás, diferente.
Ahora que paso los días fuera del agua, hago propiamente turismo: hacia la Isla de Babeldaob, el norte, y lo que me queda del conglomerado de islas que forman Koror. La Gran Isla al norte es de origen volcánico y está muy poco poblada: una selva virgen -casi virgen- en su interior.
No soy de esos turistas que buscan lo auténtico, entendido como una mezcla de lo tradicional y la pobreza, pero me sorprende lo poco viable que es la cultura tradicional, autóctona, en lo que he visto de Palau -o, tal vez, son mis ojos, que sólo son capaces de ver los trazos familiares de Occidente y Japón.
Mi impresión de Palau ha mejorado, pero empiezo a tener ganas de seguir el viaje. Empiezo a estar ansioso de llegar a Manila y a Hong Kong. Echo en falta estar en una ciudad. Siento esa mezcla de ansiedad y excitación por llegar a un lugar nuevo, distinto, y hacerlo solo, con menos red.
Además, he de reconocer -reconocerme a mi mismo- que tiendo naturalmente a la organización y me gusta tener algún tipo de plan. No aspiro a más que a relajarme lo suficiente como para poder incumplirlo contento.
Hablando de "cultura autóctona", he coincidido en la isla, en mi hotel, en la tienda de buceo, con varios grupos de españoles. Yo soy de esa mitad a la que le gusta observar y, aunque no llego al extremo de hablarles en inglés, sino que les hago saber que soy compatriota -cuando es necesario-, me divierte verlos un poco de lejos, cuando hablan un poco a gritos, como para tomar posesión del lugar, pensando que nadie los entiende. Me divierte observar los lugares comunes, las frases hechas, las poses que conforman lo que un antropólogo podría llamar "el lubricante social", cuyo significado no es tanto la superficie, sino la indicación de pertenencia al grupo y los rituales de las relaciones sociales. Dicho esto, creo que, la próxima vez que oiga a alguno de ellos hacer un chiste sexual sobre la enésima "china" que se cruzan, voy a vomitar.
Esta semana en Palau, de toda la música que he escuchado, y de la que suena en mi cabeza, escojo este tema (de hecho, aún estaba en Europa cuando empecé a escucharla repetidamente): http://www.youtube.com/watch?v=OBKSjzqe5Bw

lunes, 8 de abril de 2013

Empezar

Empezar

Mis primeras impresiones de Palau no fueron buenas. Mejor dicho, me encantó sentir que había llegado aquí, después de 32 horas, y que estaba en el trópico (una señora y su niño pasaron inmigración saludando a la agente y dejando sus pasaportes con una amiga que venía atrás). Pero las primeras en Koror me hicieron preguntarme qué a ene había perdido aquí y por qué había venido. Me desilusionó un poco. Sé que me emperré en venir, y sólo por eso es bueno que haya venido. En muchos aspectos es más moderno de lo que me esperaba, más desarrollado, aunque no deja de ser un agujero lleno de gente amable (e ignorante -esa es la impresión: todavía no sé de ningún sistema que en el fondo no busque el embrutecimiento de la mayoría, mediante los medios de comunicación, la educación, la alimentación). La influencia norteamericana produce estos híbridos. Me recuerda a PAP, y también a Santo Domingo o San Juan. A las partes feas y modernas, en las que hay que moverse en coche.
No me gusta el hotel, que no tiene ninguna gracia, aunque he de reconocer que fue una buena opción, ya que está en el centro del pueblo.
Dicho lo anterior, me da la impresión que la evidente influencia japonesa parece más positiva o, al menos, tiene algo de civilizador y organizador que me gusta (las mejores comidas han sido en restaurantes japoneses); la visita al museo (misma impresión sobre la influencia japonesa; pobre mural de las relaciones con España, interesante muestra de foto de los alemanes).
Luego está el buceo. Mejor dicho, el paseo por las Islas Rocosas (Rock Islands), que es un archipiélago impresionante y difícil de describir (son rocas calcáreas, muy desgastadas por la erosión, totalmente cubiertas de vegetación en medio del océano, formando un laberinto con todos los azules posibles del mar). He navegado ya varías veces por la zona y me sigue pareciendo hermoso (tal vez que al mismo tiempo la mayoría sean inhópistas, sin agua dulce, las haga mas hermosas).
El buceo es impresionante, y eso que yo estoy metido en el cursillo para mejorar mis habilidades. Aún así, he visto tiburones, mantas, tortugas, atunes, peces loro, peces tigre, peces de todos los colores, como los corales. Es bueno que haga el cursillo, aunque creo que el buceo no terminará por seducirme del todo. Al final, hace falta tanto aparato, que me parece engorroso. Lo contrario de la simpleza de las olas y la tabla.
Voy mucho a lo mío, y me gusta. Estoy contento conmigo mismo y no echo de menos el jolgorio. Echo de menos otras cosas, pero ya hablaré de eso en otro momento, cuando fluyan mejor las palabras.

martes, 2 de abril de 2013

Aturdimiento

Me voy de viaje. Un viaje largo, que, en una forma u otra, llevo pensando desde hace mucho. Por eso resucito el blog, este diario.
Me voy 15 semanas al Pacífico. Empiezo este próximo jueves, el 4 de abril, y tengo planeado el regreso para el 17 de julio. El viaje es un paréntesis y un punto y aparte. Dejo atrás la vida que conocí en Londres, de donde me he ido ya, y me voy al otro lado del mundo a hacer surf, bucear, caminar, ver a un puñadito de amigos y, sin duda, conocer gente nueva. Desde pequeño, o así lo recuerdo, he querido ir a los Mares del Sur, que es lo más lejos que uno se puede ir en este mundo; casi la huida perfecta. Me voy solo, porque este viaje, además de físico, es emocional: es para estar conmigo, para volver a encontrarme conmigo solo, y sólo conmigo.
Antes de decidir hacer el viaje, antes de que cuatro de mis mejores amigos me hicieran entrar en razón, tenía la idea de pasarme los meses entre dejar Londres y empezar a trabajar, el 1º de agosto, en Madrid, instalándome y disfrutando de la ciudad que más me gusta. Hace dos semanas, pasé 4 días en Madrid que bien podrían ser un resumen de lo que hubiesen sido esos 4 meses de "instalación". Vi a unos cuantos amigos y conocí algunos nuevos, quedé con Javier, fui a un par de museos, bailé hasta el amanecer y caminé de vuelta a casa, en esas horas y con ese ánimo que hacen a la ciudad tan nítida, que es casi irreal, hice una excursión a la Sierra, descubrí nuevos territorios que pienso conquistar y continúe el asedio, paciente y galante, de un castillo cuyas almenas terminarán por rendirse. Fueron 4 días divertidos y ocupados, a los que sólo les faltaron una visita a Emilio y otra al gimnasio para ser el resumen perfecto de esos 4 meses que no pasaré en Madrid.
Mejor así, porque, como comprendí mientras se me ponía la piel de gallina en la Plaza del Ayuntamiento de Valencia en mi primera mascletà, hubiesen sido 4 meses de aturdimiento, de irreflexión y jolgorio; 4 meses seguramente muy divertidos, pero que no son lo que necesito ahora. Para volver a Madrid, y volver a empezar -que es algo que me apetece mucho-, necesito replegarme, entender mejor los últimos meses y dejar que mis sentimientos fluyan. Necesito que el proceso sea de dentro hacia afuera. Claro que podría hacerlo o, al menos, podría intentarlo en Madrid. Sin embargo, no puedo desperdiciar la oportunidad de hacer realidad la fantasía de irme al otro lado del mundo y tener aún menos ataduras; y no, a pesar de todo, para escaparme, sino para reencontrarme y ser yo.


lunes, 1 de abril de 2013