Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


martes, 1 de julio de 2014

El Español del Sur. Prólogo.



Desde la esquina de enfrente, Ramón se lo quedó también mirando unos segundos; los suficientes para darse cuenta de que, aunque le resultaba familiar, no conocía a Valentín. Después, se despidió expedito y enfiló hacia Alsina y San José, pensando ya en la partida, pero sin dejar de darle vueltas a los preparativos del viaje.

Valentín, en la puerta del café, volvió a mirar a la esquina del Español, extrañado por la sensación de familiaridad con ese hombre al que no había visto nunca. Sólo vio ya la espalda de Ramón y su ligero rengueo, con lo que se decidió a cruzar la Avenida de Mayo, intentando ocupar la cabeza en otra cosa y arrepintiéndose, como cada vez que iba al Iberia, de aceptar reunirse con esos nostálgicos ciegos, escuchar sus cábalas absurdas, que no hacían más que mantener una agónica esperanza, fría, fina y constante, como la llovizna de Oviedo. Se prometió, como cada una de las veces anteriores, no volver a aparecer por allí.

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