Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


sábado, 28 de marzo de 2009

¿E ti, rapáz, de quén es?

La respuesta a esa pregunta la aprendí hacia el final de mi adolescencia, en la segunda mitad de los 80, durante la serie interminable de fines de semana interminables que, en justa retribución kármica por mi participación en las campañas de Basilio II Bulgaróctonos -imagino- pasé en la Aldea. La Aldea era -y es- una casa entre pinares, a unos 20 kilómetros de Santiago de Compostela, en la zona de donde es la familia de mi abuelo materno. Es un lugar precioso y muy tranquilo: una versión del infierno, si tienes 17 años.

La respuesta a esa pregunta era -y es- que soy "neto de Ramón, dos de Concha do forno". Por supuesto, mis interlocutoras rara vez se conformaban con eso y, a esa pregunta introductoria, le seguían unas cuantas más. Tampoco yo, después de un tiempo en el que pensé que sí bastaba, terminé por sentirme satisfecho con esa respuesta para explicar quién era yo.

Es cierto que mi abuelo materno se llamaba Ramón y que su madre era Concha, conocida en la Aldea por tener una panadería, que ya no existe, y un molino, que sigue en pié, aunque en desuso. Pero también es cierto que Ramón se casó con María del Carmen, quien había nacido en La Habana y seguido a sus padres a Galicia, cuando tuvieron que "re-emigrar", en la primavera del 36. Igualmente cierto es que mi abuelo paterno, Valentín, nació en Oviedo y se escapó a Buenos Aires, en la primera década del siglo XX, donde conoció a Amelia, argentina de padres paimonteses.

Como escribí en alguna entrada anterior, últimamente le doy vueltas al tema de la identidad. Tal vez, porque este año cumplo 40 o, tal vez, porque nunca he dejado de darle vueltas al tema.

Hace mucho que nadie me pregunta de quién soy, pero siempre hay alguien que pregunta de dónde soy. Desde no hace mucho, digo que soy de Madrid, siguiendo el consejo de Almudena Grandes, para quien el único requisito para ser madrileño es estar en Madrid. De alguna manera, es una versión moderna de aquello tan castizo que dijo Cánovas del Castillo -o que Galdós le atribuye- durante el debate de la Constitución de 1876: "son españoles los que no puedan ser otra cosa".

Yo elegí ser español, como conté en la entrada sobre la visita de mi hermano y a propósito de mi acento, y elijo ser de Madrid, aunque ni haya nacido, ni viva allí en estos momentos. Pero lo hago, y aquí es donde entra a jugar el tema de la identidad, intentando incluir mis otras posibilidades, mi yo argentino, mi parte gallega y mi vocación de trotamundos, que ha tenido su casa en cada ciudad en la que ha vivido. Se trata, parafraseando a Walt Whitman, de ser lo suficientemente grande para que dentro de mi quepan muchos.

Me he pasado la vida construyéndome. De dónde soy es sólo una parte de ese esfuerzo, igual de grande que el necesario para decidir quién soy.

En la época en la que me hacían la pregunta del título tuve la desgracia -entonces, porque visto desde ahora fue un privilegio- de encontrarme sin referentes e incapaz de contestarme a la pregunta de quién era, aunque con una intuición muy fuerte de quién no era y el deseo "délico" ser yo mismo y conocerme. Hasta entonces, había sido, sobre todo, un niño bueno, que se pasaba el tiempo pretendiendo hacerle la vida agradable a los demás. Desde esa época, nunca en línea recta y no siempre avanzando, he intentado ser auténtica, lo que cuesta mucho, pero no hay que ser rácana, porque una es más autentica cuanto más se parece a lo que ha soñado de si misma.

3 comentarios:

Squirrel dijo...

A ver, Agrado, un par de cosas.

A mí, que soy de Madrid de verdad, me encantaría ser de pueblo. O al menos tener un pueblo de referencia. Por parte de madre soy de Madrid por todos los costados, por parte de padre menos, pero su familia eran trotamundos como sabes. Siempre me daba envidia de los niños que iban a ver sus abuelos al pueblo, o que éstos viniesen a la ciudad. Es una identidad que no tengo.

Y hablando de identidades múltiples, léete "the elusive embrace" de Daniel Mendelssohn. Me lor gló N por navidad. Explica muy bien sus múltiples identidades: hombre, blanco, judío, gay, padre de familia. Y lo poco que importa todo al final, cuando lo único que importa de verdad es parecerse lo mas posible a lo que uno ha soñado para sí mismo. Y no me fastidies el libro, que lo voy a usar para una entrada.

Stanwyck dijo...

No sólo sabía que comentarías -lo haces siempre-, sino que la mencionarías. Esta entrada no está escrita de un tirón, sino todo lo contrario, está escrita a tirones y, por eso, hay varios cambios de humor. Últimamente -la primavera o algún chulo-, estoy contento y gracioso, por eso termino parafraseando a la Agrado.
Me leeré el libro -pero ni voy a comprarlo hasta despejar el atasco que tengo ahora: echo de menos volar, porque me permitía leer mucho-. No te pisaré la entrada. Ni esa, ni otra.

Squirrel dijo...

Tú písame loq ue quieras, siempre que sea con garbo. Estoy bloqueado, tras el éxito de mi anterior entrada no sé qué contar...