Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


domingo, 23 de marzo de 2014

Marzo


En este marzo que mayea, con una primavera adelantada, dulce y suave, que es un regalo en esta ciudad de supuestos 9 meses de invierno y 3 de infierno, me encontré entre las piñas y las flores.
Las flores me embriagan, me hacen perder el control y vivir la fluidez del momento. Son este adelanto dulce y suave de la primavera, son las promesas de frutos futuros, son el sol que me calienta.
Las piñas son igual de dulces que las flores, pero esconden lo mejor de si mismas debajo de una corteza áspera: Otro sol, que calentó los días grises y lloviznosos, que tanto le gustan a Eva y a Julian, de un invierno clemente. Pero no tienen más promesa, no tienen otra continuación, que la podredumbre de los frutos demasiados maduros. 
Las flores no esconden nada. Son como se presentan. Se dan enteras desde el primer momento.
Las piñas son ya el fruto, la atracción de los sentidos, la química de los cuerpos.
Las flores hacen soñar a los sentidos y sentir los sueños. Son todas las promesas. 
A marzo, le sucederán las mil aguas de abril (molestas y nunca poéticas para los cuerpos impacientes). Seguirá mayo, con la amenaza de marcear. Siento que para entonces, sólo quedarán las flores y sus promesas plenas. 

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