Este pasado fin de semana, estuve en Bruselas, donde viví 5 años, del 2000 al 2005. Fueron esos unos años muy buenos, durante los que me divertí mucho, aprendí unas cuantas cosas, conocí a un puñado de mis mejores amigos y, una noche de febrero del 2003, empecé de nuevo, como bien lo sabía la ciudad, que amaneció totalmente cubierta de nieve al día siguiente.
Fue un finde estupendo, en el que "hacer", lo que se dice "hacer", hicimos muy poco. A parte de salir a tomar algo el viernes -a los sitios de siempre, incluida la casa de Mamá-, el sábado organizamos una fiesta, en la que, si bien no estaban todos, sí todos los que estaban eran de ese grupo de gente que echamos mucho de menos. Hablamos, bebimos, nos reímos y bailamos mucho -gracias a un gran pincha, capaz de mezclar clásicos de la italo-disco, con esa canción de las "Weather Grils" por la que hasta a los jugadores de rugby se vuelven locos.
El domingo, comimos -muy bien- en casa de unos amigos, que estuvieron, hace menos de un mes, en Argentina y Uruguay. Mirando sus fotos, me di cuenta de que me gusta volver a Bruselas, que volvería a vivir allí, que echo de menos sus mejores cosas y a mis amigos, pero que no siento nostalgia. Fueron 5 años fabulosos, que forman un periodo de contornos definidos, que viví intensamente, pero que recuerdo sin melancolía.
Me di cuenta de eso, porque viendo esas fotos sentí una pizca de la melancolía que me desborda cada vez que vuelvo a Buenos Aires -la ciudad por antonomasia para Volver (no descubro nada). Nostalgia de mi infancia -ese jardín perdido, al que le canta Fito Páez- y, lo que puede parecer extraño, de la vida que no he tenido.
Me considero, como ya he dicho alguna vez, un español de ultramar, lo que supone, entre otras extravagancias, tener un bagaje híbrido, que me hace emocionarme en un mismo grado con "Suspiros de España" y con "Adiós, Nonino" y que me permite reírme esperando la carroza o al borde de un ataque de nervios.
Nostalgia por las opciones no escogidas y por las posibilidades marchitas, intuición de lo que posiblemente he perdido. No por eso dejo de reconocer la gran suerte que he tenido y lo mucho que he ganado, pero todavía quiero todo -lo que me gusta pensar que es un rasgo adolescente-, por eso busco tener ya no sólo lo vivido y lo que me queda por vivir, sino, además, en una pirueta ucrónica -del corazón, más que de la cabeza- quiero tener los pasados, presentes y futuros que no han sido.
Fue un finde estupendo, en el que "hacer", lo que se dice "hacer", hicimos muy poco. A parte de salir a tomar algo el viernes -a los sitios de siempre, incluida la casa de Mamá-, el sábado organizamos una fiesta, en la que, si bien no estaban todos, sí todos los que estaban eran de ese grupo de gente que echamos mucho de menos. Hablamos, bebimos, nos reímos y bailamos mucho -gracias a un gran pincha, capaz de mezclar clásicos de la italo-disco, con esa canción de las "Weather Grils" por la que hasta a los jugadores de rugby se vuelven locos.
El domingo, comimos -muy bien- en casa de unos amigos, que estuvieron, hace menos de un mes, en Argentina y Uruguay. Mirando sus fotos, me di cuenta de que me gusta volver a Bruselas, que volvería a vivir allí, que echo de menos sus mejores cosas y a mis amigos, pero que no siento nostalgia. Fueron 5 años fabulosos, que forman un periodo de contornos definidos, que viví intensamente, pero que recuerdo sin melancolía.
Me di cuenta de eso, porque viendo esas fotos sentí una pizca de la melancolía que me desborda cada vez que vuelvo a Buenos Aires -la ciudad por antonomasia para Volver (no descubro nada). Nostalgia de mi infancia -ese jardín perdido, al que le canta Fito Páez- y, lo que puede parecer extraño, de la vida que no he tenido.
Me considero, como ya he dicho alguna vez, un español de ultramar, lo que supone, entre otras extravagancias, tener un bagaje híbrido, que me hace emocionarme en un mismo grado con "Suspiros de España" y con "Adiós, Nonino" y que me permite reírme esperando la carroza o al borde de un ataque de nervios.
Nostalgia por las opciones no escogidas y por las posibilidades marchitas, intuición de lo que posiblemente he perdido. No por eso dejo de reconocer la gran suerte que he tenido y lo mucho que he ganado, pero todavía quiero todo -lo que me gusta pensar que es un rasgo adolescente-, por eso busco tener ya no sólo lo vivido y lo que me queda por vivir, sino, además, en una pirueta ucrónica -del corazón, más que de la cabeza- quiero tener los pasados, presentes y futuros que no han sido.
3 comentarios:
Me gusta eso de "la vida que no he tenido". Yo siento lo mismo cuando voy a Buenos Aires.
Sé que a cambio de lo que perdimos, vivimos otras vidas, con cosas maravillosas también, pero dejamos algo atrás. En realidad lo que a mi me sorprende es que ha sido con los años cuando se ha ido haciendo más patente y que ahora, ese mundo no vivido, me pone nostálgica.
Hace casi dos años que dejé de vivir en Barcelona. Cuando vuelvo es maravilloso, es una ciudad que me encanta, donde tengo buenos amigos y sobre todo en la que siento que tengo mi espacio, impresión que ni de lejos tengo en Vitoria. Y a pesar de todo ello no siento nostalgia, no siento la pérdida de la vida que no viví por no haberme quedado. Lo contrario a Buenos Aires.
Lo que dejé atrás en ambos casos es muy diferente y es normal que la reacción sea distinta. Aún así, creo que una parte importante de esta diferencia es que uno percibe de manera desigual las consecuencias de las decisiones que toma, a las de las decisiones que toman por uno. Nunca decidí irme de Buenos Aires y sí decidí irme de Barcelona. Tal vez al no decidirlo una parte de uno se queda, como un fantasma que no puede pasar al otro lado porque ha dejado algo sin resolver.
Muchas gracias por comentar, María, la espía de un mundo paralelo. Estoy de acuerdo contigo del porqué y el porqué no de la nostalgia. Curiosamente, yo volví unos meses a Buenos Aires, con edad suficiente como para decidirme quedarme, y decidí que no. Sin embargo, el sentimiento de nostalgia permanece.
Es que la nostalgia en realidad la creamos nosotros porque queremos. Yo siempre he dicho que no hay que volver a los sitios donde uno ha sido feliz. Y yo, desoyéndome a mí mismo, he vuelto a todos ellos y no ha pasado nada. Al contrario, me ha gustado volver a disfrutarlos de un modo distinto a como los disfrutaba cuando vivía allí.
Pero claro, Buenos Aires, que sólo conozco de paso pero me dejó anonadado, son palabras mayores y me dio la impresión de ser la capital de la nostalgia, del dolor ("Capitale de la Douleur" es el título de una colección de poemas de Paul Eluard, pretencioso como todo lo suyo, pero el título es brutal) y de la psique.
Qué razón tiene María con lo de la diferencia entre dejar un sitio porque quieres o porque no tienes más remedio. Yo sólo siento nostalgia cuando vuelvo a Nueva York. Y nunca he vivido allí. Todo está en la mente.
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