Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


lunes, 2 de febrero de 2009

El bigote. Primera semana


Así está mi bigote después de una semana creciendo. He de reconocer que no es una imagen especialmente alentadora, sobre todo porque se parece mucho al bigote de ese señor que hace unos años lo hacía todo en España.

Sin embargo, a pesar de ello, estoy contento. Me está divirtiendo dejarme crecer el bigote. Me divierte que, en mi lugar de trabajo, la única persona que me ha dicho algo es una compañera con la que me llevo bien; los demás me miran, ponen alguna cara, pero no se atreven a preguntar o decirme nada. Lo mismo me pasaba hace un tiempo con las fotos de mi novio, mis hermanos y mi hijo que tengo sobre la mesa: la gente las miraba, pero no hacía preguntas.

Pero, más que eso, me divierte la imagen que me devuelve el espejo. Es el mayor cambio en mi apariencia desde hace mucho tiempo e, incluso, es el único posible: no voy a volverme a dejar el pelo largo hasta los hombros, ni a hacerme la permanente, ni a teñírmelo de rojo; soy demasiado lampiño para dejarme barba y ya hice la experiencia, durante mi época (casi) grunge -"casi", porque iba demasiado limpio para serlo del todo-, de dejarme una especie de perilla, en un vano intento de imitar a Johnny Depp.

Esperaba que esa imagen en el espejo me recordara a mi padre, que lo ha usado durante muchos años, pero mis hermanos están de acuerdo en que no me parezco demasiado. Tienen razón. De hecho, la imagen que más me viene la cabeza al verme en el espejo es la de los "clones" de los años 70 o, como dijo el sábado Emilio P, de los "Village People".

Entre mis recuerdos más tempranos, están imágenes como esas, de esos hombres que, en los 70, incluyeron los bigotes en su uniforme de masculinidad, como parte de su juego para romper estereotipos -y crear otros nuevos-. Era un ejercicio "camp", que diría Susan Sontang.

Rendido como estoy, desde que mi amigo Emilio G me regalara hace 10 años "Vigilar y Castigar", a Foucault, Butler y el postestructuralismo, estoy convencido de que la "masculinidad", como la "feminidad", son construcciones sociales. Un conjunto de reglas, ritos y signos aprendidos, basados en aspectos considerados naturales, constantes y unívocos, cuya función es someter a los cuerpos. Por ello, es a través de los propios cuerpos, y dándole la vuelta a las reglas, que es posible la resistencia.

En el caso de la masculinidad, su definición es, en gran parte, negativa. La importante para ser un hombre es no hacer lo que se considera femenino: no llorar, no bailar, no llevar faldas, no maquillarse o no acostarse con otros hombres. Esto último es más importante que acostarse con mujeres, como demuestra que, en el "juego del armario", no hace falta afirmar que a uno le gustan las mujeres; lo importante es negar -o callar- que te estás acostando con otros hombres. Más vale ser soltero, quer marica. Pero, como dice la expresión centroamericana, "soltero maduro, culero seguro". Hay que releer a Kosofsky Sedgwick.

Claro que hay homosexuales masculinos y que es posible definirse como hombre en positivo, pero no sin perder de vista que, con las reglas en la mano, somos todos una panda de locas.

Volviendo a mi bigote. A parte de que a mi me guste y me esté divirtiendo, las opiniones están divididas. Son los menos los que creen que me queda bien, unos pocos le dan el beneficio de la duda y aceptan esperar, otros tantos ya lo aborrecen. Lo peor es lo poquísimo -por no decir "nada"- que le gusta a mi novio, que ya ha empezado su campaña para que me lo quite. Yo sigo resistiendo, pero me temo que, al final, esto será como el Borg: "resistence is futile."

3 comentarios:

Squirrel dijo...

1.- He dudado sobre si la foto era tuya o del señor que gobernada España, perdóname. La sonrisilla te delata. Al natural te queda mucho mejor, soy testiga y doy fe.
2.- Gracias por poner el link al ensayo de la Sontag, que es de lo mejor que he leído nunca. Lo tengo impreso pero ahora lo tengo en enlace (además, creo que fui yo quien te lo envió hace tiempo,¿no?). Si es que soy lo peor.
3.- Que viva el look clon 70's. Que ya basta de llevar camisetas de la hermana pequeña. Y que viva ser una loca.
4.- ¿Cuándo cómo y dónde quieres que empiece la campaña a favor del bigote (y en contra de tu santo, me temo)?

Stanwyck dijo...

En los años también se llevaban las camisetas muy ajustadas -al igual que los vaqueros. Cierto es que fue una época antes de las lycras y cuando se llevaban cuerpos "más naturales". Si bien, esto último, en cierto modo, ha vuelto o eso me parece a mi al "leer" las revistas de moda.
Sí, tú me pasaste el ensayo de SSontag.
Creo que la campaña la hará el propio bigote.
Gracias por comentar -eres la única a la que mis entradas provoca.

Squirrel dijo...

Pues claro que provocas.

Las camisetas d elos 70 eran apretadas pero muy distintas. No tenían ribetes rosas o amarillos en las mangas. las mangas no eran escesivamente cortas. No dejaban el ombligo a la vista. No tenían 3% de spandex. Y lo que ha vuelto es el cuerpo anoréxico, no el natural. Estoy peleado con als revistas de moda, a evr si se me pasa.