Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


domingo, 10 de mayo de 2009

Siria. 1 (escrito el 7 de mayo)





















He estado de vacaciones en Siria. Volví hace más de una semana, y escribo esto de camino a Venecia; no he encontrado el momento de escribir antes. He estado ocupado en el trabajo -y me niego a hacer horas extras; es decir, hago unas pocas-, he tenido poco acceso a Internet y, no voy a negarlo, por vagancia. Que quede claro que no ha sido porque no me haya gustado Siria, porque me ha gustado mucho; algunas cosas, muchísimo, aunque no vuelvo enamorado.

He querido ir a Siria durante muchos años. En mis primeros 20, me enamoré de la reina Zenobia, y Palmira, la capital de su reino, encontró su lugar en mi lista de deseos, junto a Pompeya, Tívoli, Atenas, o el Panteón

A finales de mi adolescencia, cuando mi karma me castigaba en la Aldea, mi interés tardo-infantil en la antigüedad clásica -tuve una maravillosa profesora de Historia en la EGB- se transformó en pasión. Un mundo pasado y perdido, aunque sus trazos pudieran seguirse en el presente, con dioses pasionalmente antropomórficos, donde el deseo sexual podía tener cualquier sexo. Además, otra profesora maravillosa, ya en BUP, me recomendó las “Memorias de Adriano”, de quien caí rendido. Evidentemente, me enamoré del Adriano literario de Yourcenar -se me llenaron los ojos de lágrimas al ver, abriendo la exposición del Museo Británico sobre Adriano, el manuscrito “final” del libro-, de la misma manera que me enamoré del busto de Antinóo de El Prado. Hubiese caído igualmente rendido entonces del Alejandro de Renault, pero tuve que esperar muchos años para descubrirlo, cuando mis enamoramientos y pasiones eran ya mucho menos inocentes.

Esa pasión, con los años, se fue ampliando. En parte, hacia atrás, sobre todo por la contundencia de los argumentos en “Atenas Negra”, a favor del reconocimiento de las raíces levantinas, egipcias, africanas (no arias, no septentrionales, no blancas) de la Grecia Clásica. En parte, y sobre todo, hacia adelante: las invasiones bárbaras, Bizancio, Venecia, Sicilia, la Edad Media. La Historia como un continuo, con muchas más conexiones e influencias recíprocas de las que solemos reconocer. En el proceso, descubrí la figura de Federico II Hohenstaufen, stupor mundi, que considero uno de los personajes históricos más fascinantes, desde su nacimiento público, en la plaza mayor de Jesi, hasta su derrota frente al Papado. El hombre más poderoso de un mundo, totalmente pasado, olvidado, barrido por el viento. La mejor biografía de Federico II es la de Georgina Masson, publicada en 1957 -hay alguna posterior, italiana, no tan buena.

Así, con el paso de los años, fue completando la lista de deseos: la Acrópolis, Pompeya, Paestum, los pasos de Adriano (el Panteón, que es el mejor edificio de todos los tiempos; el Arco de Constantino, que incluye unas escenas de caza de Adriano y Antinióo; la Villa Adriana en Tívoli), Venecia, Estambul/Constantinopla/Bizancio, Sicilia (antigua: Agrigento, Eraclea Minoa, Selinute, Siracusa; normanda: Palermo, Monreale, Cefalú; imposible: Noto), Apulia (Otranto, Castel del Monte), San Juan de Baños, el pre-románico asturiano, Palencia (el románico; la villa romana de La Olmeda lleva años cerrada). En el camino, he tenido algunas sorpresas, como Akritori, en Santorini, Pompeya antes de Pompeya, enterrada por la explosión de un volcán, en la época minoica.

Palmira es un elemento central de mi historia de amor con el Mundo Antiguo. Palmira es un oasis en el desierto sirio, puerto de paso de las caravanas, ya activa en el 2º Milenio antes de nuestra era. Pasó a formar parte de Roma en la época de Tiberio (14-37), pero su época de esplendor se inicia con la visita de Adriano, en 129, que la rebautiza como "Palmyra Hadriana". Palmira florece, ayudada por la derrota de los nabateos por Trajano, y se transforma en una ciudad riquísima, con barcos en el Adriático y el control de la Ruta de la Seda, sofisticada, poderosa y sincrética, abierta a las influencias de la Ruta de la Seda y de la Arabia Feliz, del Mediterráneo y de Roma. Nunca verdaderamente romanizados, los palmerienses jugaban a parecerlo. En gran medida, es eso lo que me fascina de Palmira: su originalidad y capacidad de absorción de las influencias, la existencia de una sociedad consciente de si misma, ávida de cosas nuevas y exóticas.

Una de las salas del Museo de Palmira está repleta de las esculturas funerarias (bustos) con los que los palmirenses tapaban los nichos de sus tumbas. Rodeado de todos esos retratos, que representan a individuos concretos del siglo II y III, es posible comprobar la complejidad de sus ropas, de sus joyas, la mezcla de la toga romana y los pantalones persas, su preocupación por las modas, por su imagen, su hedonismo y gusto por la vida. Rodeado de esos retratos, quiero creer que intuí el eco de sus conversaciones: hablaban de la llegadas de las caravanas, hablaban del romance clandestino descubierto por un marido celoso, hablaban de dinero, hablaban de sus pasiones, hablaban de política y de conquistas. Porque no sólo eran económicamente poderosos, sino que, durante el reinado de Zenobia (267-274), quien asumió el poder, en nombre de su hijo, a la muerte de su marido, Palmira llegó a dominar Siria, Palestina, Egipto y le plantó cara a Roma.

La reina Zenobia, que se reclamaba descendiente de Dido y de Cleopatra, aprovechó el vacío de poder durante la llamada "crisis del siglo III" (235-274), para extender el poder de Palmira. Si bien se hacía llamar "Reina del Este" y mantenía la ficción de la unidad del Imperio, a medida que se fue sintiendo más fuerte, fue mostrándose más independiente: comenzó a acuñar moneda y, su hijo, asumió el título de “augusto”. Gibbon dice que Zenobia "mezclaba las formas populares de los príncipes romanos, con la pompa de las cortes de Asia y exigía de sus súbditos la misma adoración que se debía a los sucesores de Ciro".

El final vino de la mano del emperador Aureliano (270-275), uno de los más grandes generales romanos, quien fue capaz de reunificar y pacificar el Imperio, y prepara el terreno para las reformas de Diocleciano (284-311). La superioridad tecnológica y de táctica de los romanos le dieron la victoria, en Immae y Emesa. Palmira fue asediada. La reina Zenobia, consciente de haber perdido su apuesta, aceptó rendir la ciudad, con lo que salvó su vida y evitó el saqueo de la ciudad. Llevada ante Aureliano, quien le pregunta cómo osó enfrentarse a los emperadores de Roma, Zenobia le responde que no se rebajó a considerar como emperadores a un tal Aureolus o Gallienus; solamente a ti te reconozcon como mi conquistador y soberano". Zenobia fue una de las principales atracciones del desfile triunfal de Aureliano -uno de los mayores de la historia del Imperio- y terminó sus días en una villa en Tívoli, dedicada a la filosofía y las artes.

Palmira no sobrevivió a la derrota. Poco después de que Aureliano y sus tropas hubieron desaparecido en el horizonte, los palmirenses se levantaron en armas y masacraron a los 600 legionarios de la guarnición romana. La reacción, la venganza, de Aureliano fue inmediata e implacable y la ciudad fue saqueada y destruída. Ese fue el fin de Palmira. Más tarde, en la época de Diocleciano, se transformó en una guarnición militar, y, ya después de la llegada del Islam a Siria, en un villorrio en un oasis en el desierto sirio. Eso sí, los beduinos acampaban en el inmenso patio del enorme Templo a Bel y sus cabras pastaban entre las columnas que flanquean la calle principal de la ciudad. Algunos terremotos, muchas tormentas de arena, y la ciudad fue olvidada hasta su redescubrimiento en el siglo XVII.

¿Qué queda ahora en Palmira? De la ciudad, queda lo suficiente del Templo a Bel como para sobrecoger, parte de la columnata de la calle central de la ciudad, el teatro, un Templo a Baal y algunos muros que permiten imaginar unos baños y otros edificios públicos, incluido un templo de la época de Diocleciano. De la necrópolis, quedan varias torres, aunque la mayoría está en ruinas, de hasta cuatro pisos y varias tumbas subterráneas, algunas muy completas. Muchas de las ruinas de Palmira, como en otras partes de Siria, han sido reconstruidas, recobrando su sitio los trozos caídos de las columna, las partes de un frontispicio, los sillares de los muros. No es algo que me guste especialmente, pero no se trata del horror -para nuestros refinados gustos del siglo XXI- de las reconstrucciones dieciochescas en Pompeya, y la impresión profunda que me causó estar allí, ver la extensión de las ruinas e imaginar la ciudad viva me hacen, en este caso, incluso lamentar que no se haya excavado y vuelto a levantar más.

Con Palmira, cierro la lista mental de mis primeros 20, he completado un ciclo, como subraya, al menos en mi cabeza, que escriba esto de camino a Venecia, que en su esplendor bizantino está en el otro extremo temporal de la Antigüedad Clásica. Me quedan cosas maravillosas por visitar: Rávena, Lipsius Magna, Las Médulas, la villa romana de La Olmeda -por seguir con el “continuo” greco-latino-, pero ya no será para cumplir una promesa del final de mi adolescencia, para satisfacer un deseo de participar de un pasado idealizado, que es lo que ha guiado mis pasos hasta ahora.

2 comentarios:

Squirrel dijo...

Darling, a mí me gustaría escbir tu blog en vez del mío. O quizá me gustaría llevar la vida que llevas, me corroe la envidia. estuve en Palmira hace casi 20 años pero no he borrado de mi memoria ni un ápice de la impresión que me produjo. Y eso que los compañeros de viaje no fueron los ideales, pero nunca nada 8o casi nunca casi nada) es perfecto.

Podríamos organizar un viaje juntos a Ravenna, que también nos falta a nosotros en la lista. Y sí, el panteon es el mejor edificio jamás construido.

Besos zenobios

Stanwyck dijo...

A mi me gustaría escribir tu blog y me dan envidia unas cuantas cosas de tu vida. Así que estamos empatados.
Y de acuerdo en muchas cosas.
Besos