Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


sábado, 18 de abril de 2009

¿Quién es David Mancuso?

"Dance music is about forgetting and taking yourself out of the situaction you are in." Chris Lowe (2009).


















En el principio, fue David Mancuso.


El Día de San Valentín de 1970, David Mancuso organizó una fiesta para sus amigos -una panda de marginales, negros, hispanos, homosexulaes, travestis, drogadictos- en su loft -El Loft- en el SoHo de Nueva York. Ese primer "Love Saves the Day" fue el principio de todo. A diferencia de lo que pasaba en las boîtes y discothèques de la época, donde la música no era lo más importante y se alternaban los temas "movidos" y los "lentos", las fiestas en el Loft estaban concebidas como un viaje a través de la música. Los temas se encadenaban, aunque David Mancuso no mezcla, para alterar el estado de ánimo y, con suerte, de percepción -sí, "Love Saves the Day" puede leerse como un acróstico. Eran una especie de versión hedonista de las ceremonias de baile ritualizado, presentes en la mayoría de religiones; un aquelarre sin macho cabrío, una ceremonia vudú sin loas. Pero con un maestro de ceremonias oficiante (God is a DJ; life is a dancefloor).

Esas fiestas en el Loft son el punto de arranque de la música disco, de la música "house", de las discotecas y los clubes. En esas fiestas, por ejemplo, el maestro Larry Levan y el padrino Frankie Knucles echaban una mano inflando de helio los globos que cubrían el techo. Si alguna vez bailando, te has olvidado de quién eras; si alguna vez bailando, has entendido qué quieren decir las Sisters Sledge con "Lost In Music"; si alguna vez bailando, has comprendido que sólo existe el presente, entonces, algo le debes a David Mancuso. Sino, deberías intentarlo.

La génsis de la música disco la explica brillantemente Tim Lawrence en su libro "Love Saves The Day". Este extracto, del documental del mismo nombre, explica varias de las cosas que pasaban entonces:



A nadie escapa a esta altura, que tengo fascinación por los 70 y por la música disco, por lo que no es raro mi admiración por la figura de David Mancuso. De hecho, si tuviese una vida extra, la usaría para pasar un verano de la segunda mitad de los 70 en Nueva York. Digo bien "una vida extra", porque son pocos los que sobrevivieron a la explosión de vida, libertad y energía de entonces: la combinación del VIH y las drogas fue letal para muchos y, sociológicamente, a esa explosión le siguió la reacción de esos 80 tan limpios, rectos y conservadores, que trajeron sus propias combinaciones letales. Si tuviera una vida extra, la usaría para bailar en el Loft y en el Paradise Garage y para pasearme por Christopher Street. ¿He recomendado ya el documental "Gay Sex In The 70´s"?

Todo esto viene a cuento porque, hace un par de domingos, bailé mientras David Mancuso pinchaba. Era la segunda vez que lo hacía. Sincéramente, para mi fue una experiencia equiparable a ver a Liza Minelli cantar "The Troley Song" a dúo con su madre, en Nueva York en diciembre de 1999, o a Prince (4 veces), cantar lo que quiso, en Londres, en el verano de 2007.

Tim Lawrence organiza cada trimestre una sesión de David Mancuso en Londres, en la zona fronteriza de Shoreditch, un barrio moderno, alternativo y algo peligroso, aunque cada vez menos. Es un ejercicio algo manierista, de recreación -más que recuperación- del pasado. Los que vamos a esas sesiones tenemos poco que ver unos con otros, lo único que tenemos en común es que queremos bailar y dejarnos llevar por la música. Hay gente de la edad de David Mancuso, modernos de todas las épocas, colgados de los "veranos del amor" de los 80; hasy hasta niños, normalmente disfrazados, bailando como locos y jugando con los globos, que lentamente descienden desde el techo, al ir perdiendo helio.

A mi me sorprende que las sesiones de David Mancuso en Londres no sean más conocidas o no estén llenas de famosos o que las entradas no se agoten al momento de ponerse a la venta. Me sorprende que, en el fondo, sea un secreto, un secreto maravilloso, que compartimos los que allí estamos. Seguramente por eso nos sonreímos unos a otros en la pista de baile, mientras David Mancuso, con una facilidad pasmosa -talento- salta de época a época y de estilo a estilo -de Loleatta Holloway a Krafwerk a Prince a Moloko- y les da sentido.

Hubo un momento, ese segundo domingo que fui, en el que me vino a la cabeza -lost in music- la foto al principio de esta entrada. Esta foto hubiese sido perfecta para la entrada "Estoy Bailando", pero mi querido tío C la recuperó de una caja de zapatos después de que yo la escribiera. Hubiese sido perfecta porque el chico de la foto soy yo bailando -lost in music- en la fiesta que mis padres organizaron, en octubre de 1983, para mi 14 cumpleaños.

La foto me vino a la cabeza porque, por un segundo, mientras sonaba "Ten Percent" de "Double Exposure", sentí mi mismidad, que diría María Zambrano, el continuo con el que relato quién soy. Sentí que sigo siendo ese chico, aunque ya no lo soy; sentí lo que he vivido, ganado, perdido, cambiado. El sentimiento duró un instante, pero me hizo sentir muy feliz de estar del otro lado del tiempo que me separa de él. También me dieron ganas de abrazar al chico de la foto, de decirle que llegaría a completar el rompecabezas en el que se estaba transformando su vida, de darle algún consejo -"nunca te compres unos vaqueros nevados"- pero me conformé con sentir el rompecabezas completo, sonreír y seguir bailando.


martes, 14 de abril de 2009

Error

Comenté en la entrada del magnolio que me había comprado el último libro de James Lovelock, "The Vanishing Face of Gaia". Fue un error. Peor aún fue leerlo.

Desde hace tiempo, estoy entre los pesimistas del cambio climático -mi santo diría que no estoy entre ellos, sino que soy uno de ellos, en este tema y en la vida en general, pero eso es otra historia.

Desde hace tiempo, pienso que seguimos sin reaccionar y no hacemos lo suficiente para mitigar y prepararnos para el cambio climático, lo que exigiría un cambio profundo de nuestro estilo de vida y una evaluación seria del uso de los recursos del planeta. Creo que, tomados en conjunto, sólo reaccionamos cuando nos golpean con dureza. Por eso, hasta que el nivel del mar no haya subido lo suficiente como para engullirse una isla; hasta que una pandemia no se lleve por delante a un millón de personas; hasta que no queden atunes que pescar, no reaccionaremos. E incluso eso podría no ser suficiente: nos comimos todos los bacalaos de Terranova y nuestra reacción fue empezar a comer fletán. -y venderlo como bacalao. Nuestra voluntaria ignorancia y la negligencia gubernamental respecto de la pesca industrial son criminales (es recomendable el libro "The End Of The Line", aunque es deprimente).

James Lovelock es aún más pesimista que yo, es decir, es un fatalista. Su anterior libro ("The Revenge of Gaia"), muy similar en sus predicciones, terminaba con un "aún hay tiempo para salvarnos"; en este último, ya no hay esperanza. Según él, ya hemos pasado el punto de no retorno y nada podemos hacer ya para frenar el calentamiento, en unos 5º, de la tempertura media de la Tierra, lo que terminará con el mundo que conocemos, total e irremediablemente.

James Lovelock considera que la Tierra es un sistema, en el que la biosfera cumple funciones de regulación precisas, en conjunción con los océanos, las nubes, los bosques. Nuestro abuso y la insostenibilidad de nuestros modos de vida -de nuestros patrones de consumo y gasto- han roto el equilibrio y la Tierra reacciona, como nuestros cuerpos reaccionan a una infección o, más bien, en un cuadro autoinmune, con cambios, algunos bruscos, que le permitirán alcanzar un nuevo equilibrio, en el que sólo serán habitables, cree él, las zonas polares y adyacentes.

No me tomo al pie de la letra lo que dice este señor, quien, aunque muy reconocido, es un provocador y un excéntrico, suavemente chovinista y anti-europeísta -de una forma muy inglesa-, que defiende la energía nuclear como mejor fuente de energía y odia la energía eólica -posiblemente con razón-. No es el único que considera que es necesario un cambio social real y profundo para hacer frente al cambio climático. Su rasgo diferencial es su pesimismo. Pero es posible que se equivoque. Como me dijo hace muy poco alguien, es mejor fijarse en "esa otra mitad de la biblioteca, que dice que tendremos agua, aire y energía infinitas." Espero que sea así, aunque esa otra mitad parece contar con invenciones y tecnologías no desarrolladas aún.

Es muy humano pensar que vivimos el final de nuestro tiempo, e incluso el Final de Los Tiempos, por lo que es posible que James Lovelock exagere y que, finalmente, seamos capaces de ajustarnos a los cambios y conseguir que la Tierra sostenga la vida de más de 6 mil millones de personas y sus animales, cuya respiración emite más CO2 que la industria aérea.

Si James Lovelock tiene razón, en un par de décadas la población mundial se habrá reducido a 60 millones. No sería la primera crisis de población de la humanidad, los genetistas antropólogos hablan de al menos 6 grandes crisis en nuestro millón de años de existencia, con alguna época de solamente 2 mil individuos. No me preocupa tampoco estar entre los supervivientes. Todos tenemos el mismo futuro, antes o después.

Lo que me preocupa es lo que le pasaría a nuestra cultural. El conocimiento científico, tecnológico, histórico y filosófico que se perdería. ¿Se perderán las grabaciones del cancionero norteamericano que hizo Ella Fitzgerald y que son una de las obras cumbres de la cultura del siglo XX? ¿Se perderán "Carta De Una Desconocida" y "Surcos"? ¿Se perderá la capacidad de leer las partituras del Concierto de arpa y flauta K299 de Mozart o de "Scherza Infidia In Grembo Al Drudo" del Ariodante de Haendel? ¿Se perderá el Antonioo de El Prado?

Si yo tuviese alguna responsabilidad para ello, establecería alguna institución o red para la conservación de todo eso -y más. Sé que existen filmotecas, museos, fonotecas, bibliotecas, pero se trataría de, además, conservar el conocimiento y la capacidad técnica para poder reproducir y mantener las obras.

En "Hacia El Final del Tiempo", una de las novelas de John Updike menos queridas por la crítica, tal vez por ser casi una novela de ciencia ficción -y que a mi me gusta bastante-, el protagonista mira el cielo nocturno, otra vez claro y esplendoroso, por la desaparición de la contaminación lumínica, tras una guerra devastadora. En ese cielo, ve moverse lentamente la estación espacial internacional y se pregunta qué habrá sido de los astronautas. Con la guerra, se perdió la capacidad técnica de comunicarse con ellos y lanzar cohetes, por lo que se imagina que habrán muerto de inanición, mientras la estación sigue girando alrededor de la Tierra. Una nave espacial vacía. Lo mismo le podría pasar a nuestra cultura.

Reconozco que es decadente y finiseculista considerar aceptable que sólo unos pocos de nosotros sobrevivan, llevando una vida agrícola en Groenlandia, al calentamiento del planeta, y, sin embargo, pensar que sería imposible sobrevivir a la larga noche del invierno polar sin el Concierto número 1 de Chaikosky o "El Quijote". ¿Será que, además de un pesimista, soy un esnob y un pedante?