Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


miércoles, 15 de mayo de 2013

Campamento 2

Escribo en el tren de Darwin a Alice Springs. Hemos salido a las 10 de la mañana del 15 (San Isidro) y llegamos mañana, a las 9.10. El viaje es más corto de lo que parece: hacemos una parada en el pueblo de Katherine, para que quien quiera vaya a ver las Gargantas del Río Karherine (no más espectaculares que los Cañones del Sil) y que es uno de los lugares que visité en mi excursión campista desde Darwin.
Llegué a Darwin el viernes pasado (10 de abril), pasé allí esa noche y, a la mañana siguiente, temprano -entre el surf y la acampada, llevo dos semanas levantándome al amanecer y acostándome a las 9. Con lo que me gusta trasnochar. 
Darwin es una ciudad pequeña y fronteriza. Moderna, pero con el aspecto provisional de los asentamientos de frontera y que pasan mucho años hasta que desaparece, si lo hace. Es el trópico, la humedad y temperatura lo hacen constantemente patente (hoy, a las 7 de la mañana, teníamos 25º), pero no es nada tropical. Para mi el trópico es sensual y musical, pero Darwin es práctica y rigurosa, algo salvaje: seria en el trabajo y un hooligan en el tiempo libre. Mi trópico es latino y Darwin, Australia de hecho, es fundamentalmente inglesa.
En Darwin, di una pequeña vuelta turística (el frente del mar, aunque el acceso a la playa está cerrado a causa de los cocodrilos de agua salada, y el edifico "neo-art-deco" de la asamblea del Territorio Norteño) y fui al museo y galería de arte local -sigo fascinado por el arte aborigen y, de ese modo, con los propios aborígenes, sobre todo aquellos que parecen capaces de navegar entre su herencia cultural y la modernidad: al oeste de Darwin está la Tierra de Arhem, prácticamente cerrada a los visitantes, donde viven según sus tradiciones, si así les place, y con una extensión mayor que la de Hungría y menor que la de Corea del Sur.
Por la noche, el viernes, me pasé por la discoteca gay de la ciudad. Estuve un rato, pero ni siquiera el show de drags me entretuvo demasiado: me fascinan las travestis, pero estas se tomaban demasiado en serio y, en vez de un par de temas y unas charlas con el público, intentaron montar una especie de musical que no era mejor que una función escolar. 
La discoteca estaba llena de chicas de toda orientación y de chicos con novia. Lo que estos hacían allí no me quedé a averiguarlo, a pesar de mi curiosidad postestructuralista. Podría haberlo hecho, y estoy seguro que hubiera tenido alguna buena sorpresa, pero madrugaba al día siguiente. La excursión por los Parque Nacionales empezaba a las 7: los 3 Parques cercanos a Darwin en 4 días.  
Por las noches, dormíamos en campamentos "permanentes", en camas en vez de sacos, pero por lo demás, estábamos de campamento. Más parecido a los veraniegos de mi primera adolescencia que al de surfistas de hace una semana.
Éramos 3 excursionistas, más la guía: una pareja de Kent, en los 50, y muy de clase media inglesa. No me cayeron mal, pero tampoco bien: estoy un poco saturado de los ingleses. Además, justo estoy leyendo "Niebla", en la que Unamuno dice que un matrimonio sin hijos -era el caso de estos- son una pareja de solterones, y la frase me venía a la cabeza casa vez que los veía. 
La guía era más interesante. Un personaje de frontera y fronterizo: casada tres veces, dura como un tío, con el pelo teñido de rosa y púrpura, y las uñas a juego, algo ególatra. Por momentos se hacía pesada, pero tampoco tanto. 
La verdad es que eran los tres soportables: espero que pensaran lo mismo de mi; y sino, pues ese problema han tenido.
Lo que menos me gustó de la excursión es que nos movimos mucho en coche, sobre todo los dos primeros días. Kakadu es inmenso -del tamaño de Eslovenia- y está todo lejos. Hubiese preferido una excursión que abarcase tal vez menos, pero hubiera tenido más caminatas. De hecho, hasta el último día, en el Parque de Litchfield, no caminamos demasiado.
Para complicar las cosas, me salió un orzuelo nada más empezar y me tuvo algo fastidiado (ya no me duele, aunque sigo con el párpado algo hinchado y rojizo).
Así que me ha gustado, porque terminó gustándome el paisaje de bosque árido, las zonas de tierra quemada (quemada adrede, con un fuego lento que lame, más que quemar, la hierba seca), las cataratas y saltos de agua, los arroyos y ríos, las lagunas, los espacios inmensos de vistas interminables, pero no vacíos, porque están llenos de historias de la compleja mitología aborigen y de los fracasos de los pioneros. Además, nos cruzamos con algunos animales (cocodrilos, ualabíes, dingos, jabalíes, burros y caballos salvajes, aves rapaces y carroñeras, pájaros cantores, lagartos y serpientes, insectos). Sin embargo, no ha sido mi parte favorita del viaje. Como digo, pasamos mucho tiempo conduciendo de un lado a otro. Creo que, además, como he hecho otros viajes parecidos, me pasé mucho tiempo comparándolos. Tal vez he viajado demasiado. 
El tren está bien. Me apetece el viaje. Viajo en segunda. Tengo mi propio camarote, con un sofá que se hace cama. El lavabo y la ducha están en los extremos del vagón. Ahora que lo pienso, no es muy diferente a los campamentos de los días anteriores. 




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