Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


jueves, 2 de mayo de 2013

Ola

Mi buen amigo el ex presidente del gobierno busca en la vida asentarse: su casa, su marido, sus hijos, su trabajo. Ha sido así desde que lo conocí en julio de 2001. Es uno de los rasgos de su carácter que siempre he admirado, junto con su tenacidad y capacidad de trabajo. Todo ello sin perjuicio de que, al final, lo que cuenta es que es uno de mis mejores amigos y lo quiero mucho.
Tengo la sensación de que lo admiro porque a mi me pasa al revés y siempre me ha costado entender ese objetivo de asentarse. Sé, no me ciegan mis preferencias hasta ese punto, que la mayoría busca eso mismo. Pero a mi me cuesta quedarme en un mismo sitio sin la perspectiva de irme. Lo que yo busco es ampliar mis horizontes, conocer nuevos paisajes geográficos y humanos, ver más, tocar más, ir más lejos. He llegado a la conclusión que es el bagaje de 4 generaciones de migrantes transatlánticos. Por eso me gusta mi trabajo, porque me permite precisamente cambiar de asiento cada cierto tiempo y, al tiempo, mantener mis lealtades.
Además, la sensación de provisionalidad me lleva a acumular pocas cosas e ir ligero: cada una de las 5 mudanzas que he hecho desde 1997 -las hubo antes- ha sido más pequeña que la anterior. Voy ligero de equipaje, porque lo que acumulo son recuerdos y personas y canciones.
Esa sensación de querer ir más allá y ver algo nuevo es una de mis preferidas, de esas que me hacen sentir vivo, y es la que tengo cuando miro un horizonte sin límite: la sabana del Serengueti, el Atlántico desde Table Mountain, el marrón espeso del Río de la Plata, la bruma de las Montañas Azules y el verde de la Chapada Diamantina, una serie de olas limpias y largas en un mar en calma, el amanecer en la playa de Kabik o desde la terraza de mi amigo davidje.
Este viaje es mucho sobre todo esto: ir más lejos y por más tiempo y acumular experiencias, recuerdos y personas.
Llevo unos días en el campamento de surf. He perdido la cuenta y tengo que hacer un esfuerzo para recordar que hoy es jueves y que llegué el lunes y me voy el miércoles que viene. Hoy ha sido el mejor día de surf de mi vida. Por ahora. Me duelen los brazos de remar y media docena de músculos de cintura para abajo, pero la felicidad que he sentido hoy y lo contento que estoy ahora no tienen precio. Esperando las olas, he terminado cantando: http://www.dailymotion.com/video/xx3ur8_fangoria-dramas-y-comedias_music. Porque así de feliz y positivo me sentía, y siento.
Además, después del primer susto, al llegar al campamento, ya me he hecho a sus incomodidades (compartir habitación, caminar 50 metros para ir al servicio, comer lo que hay a las horas que lo ponen) y a doblarle la edad a más de la mitad de mis compañeros surfistas. Incluso, he participado en alguno de sus juegos, de esos que, bajo una serie de reglas absurdas, esconden el objetivo de beber mucho y emborracharse. A tanto no he llegado, y me he terminado retirándome a tiempo.
Me quedan 5 días de surf, si hago bien la cuenta. Alguno será tan bueno como hoy, los otros, no tanto. Da igual, porque en todos ellos voy a poder mirar hacia el horizonte, mientras espero la siguiente ola.

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