Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


lunes, 15 de abril de 2013

Manila Hong Kong

Hace unas horas que llegué a Hong Kong y ya sé que me gusta mucho. No he visto nada o, mejor dicho, he visto la ciudad en el camino de la estación de tren al hotel y del hotel a una lavandería. Sin embargo, fue salir de la estación y sentir que es una ciudad fantástica.
Puede que sea el resultado de pasar de los 35º humedísimos grados de Manila a los casi frescos 24º de Hong Kong, combinado con un tamaño claramente más manejable, una ciudad en la que se camina, y vital sin agobios.
Los espacios públicos no están menos degradados que en Manila (mal de mucha parte de este mundo en el que se vilipendia lo público de plano y sin tener que dar razones), y no está más limpia. Aún así, me siento más cómodo.
Manila fue, al llegar, como un golpe en la cabeza, y tardé casi un día en sentirme menos desorientado. Evidentemente, acusé el hecho de llegar del provincianismo capitalino del pueblo grande que es Koror, junto con pasar de un trópico facilón y reconocible, aunque fuera por sus superficies de bates de béisbol y bares de sushi a una gran, gran ciudad asiática, en la que todo aquel que puede ser refugia en centros comerciales y otros espacios cerrados y privados.
Hice turismo, el sábado por la mañana, y me decepcionó. Mi culpa: esperaba una ciudad colonial española, pero poco queda de eso en "Intramuros". Me esperaba algo entre San Juan y Santo Domingo, y me topé con algo desaborido y descolorido (sólo encontré recuerdos coloniales españoles en la comida, y en el arte religioso).
Luego, busqué llegar a la Bahía, con la idea romántica en el corazón (mal lugar donde guardar ideas) de conectar en cierta forma con mi bisabuelo marino mercante, que iba y venía de La Habana a Manila hace un siglo. Me costó bastante llegar y no me encontré, como pensaba, con digamos, Barra de Salvador o Recife. No conecté con ni nada, ni con nadie.
Fue ahí cuando deseché la idea de que Manila sería una versión oriental del Caribe español y acepté que no me quedaba otra cosa que hacer lo que veía: los locales -que pueden- no caminan más que la impepinable distancia entre el coche y la puerta de entrada (del edifico que sea). Así que, volví sobre mis pasos y entré en el Hotel Manila, que es impresionate y, ahí sí, colonial (del XIX, aunque es de 1912). Me tomé un café y, en taxi, volví a mi hotel en Makati, el barrio (ciudad) considerado elegante (ponen como prueba que el gran número de embajadas que están ahí -innatamente elegantes, según creen quienes no las han visto por dentro).
El resto de mi parada en Manila fue más amable. Me sacaron a cenar y tomar algo (mucho guiri cincuentón con locales de edad indefinida), me hicieron un piropo extraño ("envejeces bien, para un caucásico"), que tomé de la mejor manera posible, y poco más (la decencia me puede).
Ahora, Hong Kong hasta el martes.

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