Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


viernes, 12 de abril de 2013

Zoquete

Iba a escribir sobre mi vista de esta mañana al Museo Episton de Koror, que puede calificarse de museo etnográfico de la gente de Palau, las Carolinas y Micronesia en general.
Lo fantástico de la colección es que deja claro que las tradiciones y costumbres locales siguen vivas y que, si en mi entrada anterior escribo que no veo rastros de una cultura local, es culpa mía por no saber verla.
Media hora después de visitar el museo, empecé a notar que algunas mujeres llevaban una cuenta de vidrio como colgante. Cuenta de vidrio que representa su rango y estatus en su clan y la sociedad. Cuentas de vidrio que se intercambian, como dinero, en nacimientos, para arreglar matrimonios, para sellar alianzas y negocios. Dicen que la sociedad palauna es matriarcal, porque ellas eligen a los jefes de clan y controlan las haciendas, aunque en la calle principal de Koror se ve publicidad oficial contra la violencia contra mujeres y niños.
Sin embargo, tengo sentados al lado (estoy en un café), a tres funcionarios de algún tipo. Uno tiene pinta de ser de la embajada norteamericana, sus dos compañeras de mesa parecen trabajar en el gabinete del presidente de la república. Hay visto mucha "Ala Oeste" y similares, porque no paran de hacer aspavientos en razón de una eminente crisis institucional en este país, por una iniciativa legislativa que sale o no sale (esa parte no la entiendo). La gorda líder del grupo, que no es el norteamericano, a pesar del plumón que tienen (en la mesa de al lado están sus dos hijas y su mujer hispana: hablan en español), ya habla de que tiene que ir a trabajar mañana, sábado, para solucionar el problema: porque sólo ella puede solucionarla. Eso, después de haber llamado a un pobre subordinado, que ya estaba en su casa, para gritarle un poco y sentirse importante.
Seguramente el tema es importante, pero no puedo dejar de pensar, recordando otras crisis (más inventadas que reales), en otro tiempo y lugar, lo mucho que desprecio a la gente que cree que son importantes, cuando ocupan un puestecillo con cierta capacidad de influencia y decisión, y que creen que estar ocupado significa gritar, ir a toda prisa y decir lo ocupados que están. Porque además, si la escuchas un poco, te das cuenta que esta tía -a la que además ya odió porque esta delgadísima y se está zampando un sándwich mixto con chedar y muzarela y pepinillos en vinagre-, es un poco zoquete.

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