Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


miércoles, 3 de julio de 2013

Auckland


Auckland me gustó mucho, aunque hizo un feo día de invierno. Aproveché para ver la colección de arte polinesio del Museo de Auckland. Me encantó. Fue estupendo poder relacionar los objetos con mis experiencias (he visto mujeres tejiendo con las hojas secas del pandanus esos tapetes o preparando a golpes las cortezas de árbol que se usan para hacer el papel de esos "tapas", o esos collares y esas esculturas).
Además, la colección pone en relación el arte y tradiciones maoríes con el resto y resalta su continuidad. Los polinesios en Nueva Zelanda expandieron y desarrollaron su cultura, en respuesta a unas islas sin cocoteros y geográficamente tan distintas. Respuesta y expansión y apogeo: tal y como se presenta, la cultura maorí, la complejidad de sus sociedades, parece la apoteosis de la cultura polinesia. 
Tanto me impresinó, que me tuve que sentar a tomar algo. Me sentí totalmente superado e incapaz de digerir todo lo que veía. Aproveché que en Auckland hay café de verdad. 
Poco más, salvo dejar aquí escrito lo contento que me ponía cruzarme con polinesios por la calle y lo contentísimo que me puse de camino a la puerta de embarque de mi vuelo a Pape'ete. Sigo sin poder explicarlo, explicármelo, simplemente sigo subyugado. Este no va a ser mi último viaje por los Mares del Sur. 

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