Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


martes, 28 de octubre de 2008

Max. 3

Se despertaron a la vez. Todavía duraba la magia. Un vaso de zumo, un poco de agua, una visita al baño y volvieron a la cama. El deseo era demasiado nuevo e intenso como para no dejarse llevar. No tenían prisa, nada parecía existir fuera de lo que pasaba entre ellos y más allá de esa cama. Enrique empezó a jugar con la pielv de Max, contando -sin llevar la cuenta- las pecas que, desde el pecho subían hacia los hombros, para dispersarse por la espalda. Enrique se perdió completamente en esa piel suave, blanca, de un ligero tono rosado, que acariciaba y besaba letamente, cada vez más excitado. "Cómo me gusta su culo" pensó Enrique, mientras descubría, como esperaba, una piel algo más oscura y rosada, en la que se detuvo. Max se dejaba hacer.

Max abrió un cajón, le pasó a Enrique un condón y el lubricante. "Esta es la posición que me gusta" -le dijo, poniéndose a cuatro patas. No hizo falta que hablaran más. Hay veces, como esa, en que el sexo ocupa todo y concentra el tiempo y el espacio.

Max se corrió primero y se recostó, recuperando el aliento, al lado de Enrique, que, de rodillas sobre la cama, se masturbaba. Un segundo antes de correrse, cuando sentía el mundo comprimido entre sus manos y el universo contenido en esa habitación, Enrique vió el tiempo detenerse sobre el filo de un segundo perfecto, único y completo. Se dejó caer sobre la cama, derribado por los espasmos del orgasmo. Cerró los ojos, aturdido y satisfecho, intentando retener ese instante infinito, de una lucidez absoluta, capaz de explicar el principio y el fin del tiempo. Tal vez se durmió.

"¿Te apetece que salgamos un rato?" -le oyó decir a Max. "Sí, vamos" -dijo en cuanto pudo reaccionar. Hacía un día estupendo, impropio de la fama de mal tiempo de Bruselas. Además, Enrique estaba contento y se sentía muy a gusto con la ropa que Max le había prestado.

Max quería enseñarle un par de rincones de la ciudad y aprovechar para comer algo. Siguiendo la etiqueta de ese tipo de ocasiones, hablablan un poco de nada y un poco de ellos mismos -sus familiar, sus ex-novios, el trabajo-, buscando equilibrar el conocimiento íntimo que tenían de sus cuerpos con el más mundano de sus vidas. Max le contó que en unos pocos días dejaba Bruselas. Se había mudado allí hacía menos de un año y la ciudad le gustaba, pero le costaba quedarse quieto en el mismo sitio y le había salido un trabajo -más interesante, mejor pagado- en Los Ángeles. Enrique, que no había podido evitar imaginarse algún plan fantástico de viajes mensuales a Bruselas, sintió el chasquido de las ilusiones tontas que se había hecho y que le dejaron un regusto agridulce en la boca. Optó entonces por dejarse llevar por el romanticismo de una historia tan bonita, que no tenía ningún futuro. De alguna manera, la falta de perspectiva le obligaba a concentrarse en el presente.

Volvieron al apartamento. Volvieron a follar. Más tarde, se pasaron por la casa de los amigos de Tomás, para que Enrique pudiera cambiarse e ir a cenar con ellos. Tomás, que lo había estado acribillando a mensajes, estaba algo cabreado, porque llevaba todo el día sin dar señales de vida, pero también contento por Enrique, a quien, desde la ruptura con Pablo, veía alternar periodos de euforia y de encierro. Ahora lo veía contento y, aunque sus amigos le habían advertido que Max era peligroso, sabía que no le iba a dar tiempo a romperle el corazón a Enrique.

Esa fue la última noche que Enrique y Max pasaron juntos. Aunque sabían que probablemente no volverían a verse, ni se quejaban, ni se dejaron llevar por la tristeza. Al día siguiente, la despedida fue rápida y sin promesas.

En el avión, Enrique pensó que era mejor así. Había pasado 36 horas perfectas, con un chico que le gustaba mucho. Había ido a Bruselas pensando que, con algo de suerte, terminaría echando un polvo, y se iba de allí, habiendo vivido algo tan romántico e intenso. Incluso meses más tarde, era capaz de convocar el recuerdo de aquel segundo perfecto, con Max desnudo a su lado, en el que sintió detenerse el tiempo. Era como el sol a finales del invierno, tibio y reconfortante, prometiendo un futuro donde todo es posible.

El verano siguiente, mientras iba de la ducha a su habitación, en el apartamento en Ibiza donde estaba pasando unos días, al tumbarse en la cama al lado de un alemán guapísimo, se dió cuenta de que se había acostumbrado a usar a Max como punto de referencia, cada vez que conocía a alguien nuevo. No tanto porque nadie le parecise tan bueno como Max, de hecho, más de uno -como ese chico de Hamburgo- estaba más bueno, sino porque recordaba que es posible encontrar a alguien con quien dejarse llevar sin esfuerzo. Enrique mimaba el recuerdo de ese fin de semana en Bruselas, capaz de calentarle el alma con el reflejo de una promesa total e intacta. Aún faltaba bastante tiempo para que Enrique sintiera la explosión definitiva de un sol en el estómago.

Max y él siguieron en contacto, a través del correo electrónico y, esporádicamente, por teléfono.

4 comentarios:

Squirrel dijo...

Oye, qué bonito. Yo que pensaba que esto iba a acabar fatal y ahora, aunque se acabe aquí, es preciosísimo. Me imagino que donde se va es a Los Ángeles... de San Rafael, ¿no? Que tanto cosmopolitismo como que no me lo termino de creer. ¡Ay el amor! Qué bonito. Ya dure una vida entera o media hora.

Stanwyck dijo...

Muchas gracias por comentar. Te portas mejor que yo en tu blog.
Sois varios los que habéis pensado que acababa mal, por lo que presumo que os he ido despistando.
El "racord" de las entregas es complicado y una no es más que una "amateur".

theodore dijo...

Pues si, un final muy bonito, yo me esperaba algo más Tennesee Williams, es lo que tiene ser una Drama Queen.

¿Y nunca volvieron a verse? ¿No recontaron los lunares? ¿No tomaron zumo para reponer amores y humores? Tal vez mejor así, quizá el reencuentro físico no habría sido tan bueno como el recuerdo.

Unknown dijo...

En esta entrada te has superado literariamente, me ha encantado. Me quedo con la explosión del sol en el estómago para describir de forma muy exacta esa sensación que todos conocemos. Gracias por hacer esto, me encanta leerte!