Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


sábado, 11 de octubre de 2008

Max. 1

Cuando se le presentaron, no le hizo mucho caso. Enrique acababa de llegar a la casa de los amigos belgas de Tomás y, en unos pocos minutos, le habían presentado a una docena de tíos. Fue un poco después que le preguntó a Tomás por el nombre de "ese chico de la camiseta negra y los brazos grandes".

Ese viaje a Bruselas iba a ser uno más de los que Enrique había estado haciendo en los últimos meses. Un fin de semana largo, con algunos amigos, con la excusa de alguna fiesta, un cumpleaños o algo por el estilo, y la posibilidad de conocer gente. Desde que lo había dejado con Pablo, esos viajes formaban parte de su plan de "disfrutar de la soltería".

Esta vez, se había apuntado a los planes de Tomás de ir a Bruselas a ver a unos amigos de su época de Erasmus. El plato fuerte del viaje era, el viernes por la noche, ir a "La Démence"; una de esas fiestas casi interminables, llena de hombres de todos los tamaños y llena del mismo número de posiblidades.

Enrique había estado ya en Bruselas, pero no en "La Démence"; no conocía a los amigos de Tomás, pero eso era un aliciente. En estos viajes, en el fondo, conocer gente y pasarlo bien eran los instrumentos para, con algo de suerte, terminar echando un polvo.

La casa de los amigos de Tomás era el punto de reunión para tomar unas copas -tal vez, algo más- antes de ir todos juntos, en grupo, a la discoteca. Después de las presentaciones, Enrique se sirvió una copa y se puso a hablar con un belga no muy guapo, que había decidido utilizarlo para practicar el español que había aprendido en sucesivos veranos en Sitges. Era un coñazo, pero le permitía dar la impresión de estar ocupado y ser amigable, mientras valoraba las posibilidades de romance que había en la habitación. Fue entonces cuando se fijó en ese chico. Sus miradas se cruzaron un par de veces y a Enrique le dio la impresión de que el chico de la camiseta negra y los brazos grandes mantenía la mirada un segundo más de lo esperable, enviando, con suerte, el mensaje de un posible interés. También se dio cuenta de que tenía los ojos verdes.

Por eso, unas vez en la calle y de camino a "La Démence", Enrique se acercó a Tomás y le preguntó cómo se llamaba ese chico. "Max", dijo Tomás, con una sonrisa y una mueca rápida, que Enrique no supo interpretar. El resto del camino, se dedicó a planear el ataque e intentar decidir si valía la pena tomarse media pastilla o una entera.

Decidó, una vez dentro, tomarse una "de las flojitas" entera y esperar un rato antes de acercarse al chico de la camiseta negra y los brazos grandes; no mostrar demasiado interés, verlo más de cerca y también las dos o tres primeras tonterías que le iba a decir.

Sus planes se fueron al garete cuando, al cuarto de hora de estar dentro, el chico se le acercó para preguntarle de dónde era, mientras lo cogía por la cintura con su mano izquierda y, con el pulgar de la derecha, le tapaba el oído para que, al gritarle sobre la música, sus preguntas no le molestasen.

Enrique nunca fue especialmente difícil, pero nunca se había sentido tan rápidamente conquistado, salvo, tal vez, una o dos veces, hacía tiempo, cuando tenía menos experiencia y descubría que, ligando, el papel del más débil, del conquistado, podía ser muy excitante. Desde el momento en que sintió que lo tocaba, lo único en que Enrique pudo pensar fue en las ganas que tenía de irse con él a la cama. Para entonces, ya se había aprendido que el chico se llamaba Max y comprobado que sí, que tenía los ojos verdes.

2 comentarios:

Squirrel dijo...

Ojos verdes! Pastilleo! Relato! ¡¡Qué nervios!!

Stanwyck dijo...

No es más que un folletín por entregas. Habrá otro tipo de entradas entre medias.