Escribo para mi mismo. Porque he descubierto el placer de releer las entradas para recordar mejor lo que vi y sentí. Escribo para relatarme mi vida a mi mismo. Esto supone que, como si fuera un papel pintado mal encolado a la pared, lo que aquí relato se despega ocasionalmente de lo realmente vivido y forma burbujas, con las que se adapta esa realidad a la lógica del relato, más que al caos ilógico y nunca lineal de la vida vivida. Por eso, en consecuencia, transformo los hechos en un relato y a quien menciono, y a mi mismo, en personajes de un pliegue de la realidad, sin por ello dejar de ser sincero.


lunes, 10 de junio de 2013

Ambryn

Ambryn ha sido la parte más complicada del viaje hasta ahora. Ha tenido cosas buenas, pero ha sido un pequeño fracaso. 
Mi plan original era subir a los dos volcanes (activos) de la isla en una caminata de dos días. Se supone que junio es una buena época para eso. Sin embargo, este año, la época seca, después de más de un mes, no termina de empezar y, en vez de cielos azules, tenemos nubes, lluvia y mucho viento.
Es una isla de arena, ceniza y roca volcánica totalmente cubierta por la selva tropical, que llega justo hasta el borde del agua. El viaje de dos horas en lancha desde la pista de aterrizaje de Craig's Cove hasta el poblado de Ranon, donde dormía, la costa es una sucesión de acantilados rocosos y playas, sin aparentes signos de presencia humana. En los pocos momentos en los que salía el sol, el mar se teñía de todos los azules. La mayor parte del tiempo, sin embargo, contra un cielo totalmente cubierto, azul lechoso y negro, el mar era entre negro y gris plomizo. 
Dormí dos noches en Ranon. La primera y la tercera. En una habitación muy sencilla, que me recordaba a la que usaba en la playa de Kavik en el sur de Haití. De todas las partes del mundo que he visitado, Vanuatu es la que mas me recuerda a Haití, a pesar de las diferencias. Por momentos, en vez de las pocas frases que he aprendido a decir en bislama, lo que me salen son las pocas que aún recuerdo de creol. 
Esa primera noche, cené con Salomón y su mujer, mis anfitriones, un plato combinado de arroz, acelgas, taro y yam condimentados con un poco de carne picada. Por la mañana, en el desayuno me ofrecieron café con leche instantáneo chino y galletas, que es su idea del desayuno de los turistas, además de los más tradicionales, y mejores, buñuelos de yam, banana frita y fruta (papaya y pomelo).
Poco después, junto con Sandy, mi guía, empezamos el ascenso. La noche anterior, el fuerte viento había despejado el cielo, pero sólo parcialmente. A los mil metros, se mantenía, con apariencia perenne, una corona de nubes espesas y oscuras, que cubrían los volcanes. Un poco antes de llegar a ella, después de dos horas de caminata, llegamos a la planicie de ceniza volcánica, antesala de los volcanes. Antes de poner pies en ella, Sandy me hizo lanzar al aire una especie de jabalina que cortó de un junco. Al día siguiente, Salomón me explicó que existe la creencia de que así se espanta el mal tiempo. No funcionó. Al poco de empezar a caminar por la ceniza, entramos en las nubes y ya ni vimos el sol, ni paró de llover. Tardamos otras dos horas en llegar a la caldera del volcán Marum. Pero la visibilidad era tan mala que no se veía nada. Pudimos oír el rumor de la lava, oler su azufre y sentirlo en el picor de nuestros ojos, pero nada más. El cráter estaba tapado por la espesa combinación de las nubes y el humo volcánico.
Ciertamente poco contento, caminamos otra hora al refugio, donde cenamos y nos fuimos a dormir temprano.
A la mañana siguiente, ante la persistencia de la niebla y la lluvia, decidimos volver al punto de partida sin intentar seguir ascendiendo. 
Mi tercera noche en Ambryn fue una repetición de la primera, con ciertas compensaciones: una puesta de sol esplendorosa sobre el Pacífico, un zorro volador (un tipo de murciélago frutícola), un dugong saliendo a respirar a la superficie, algunos peces voladores planeando sobre el mar, y un poco de papaya cocida en leche de coco acompañado al arroz, el taro, las acelgas y el yam. 
A la mañana siguiente, después de que apareciera el conductor de la lancha -Salomón y su mujer intentaron esconderme su azoramiento y la crisis insistiendo en que desayunara, frente a mi insistencia en salir-, el viaje de vuelta a Craig's Cove y Port-Vila no tuvo mayores sobresaltos ni, ya puestos, nada en especial.
Volví fastidiado. Es cierto que la excursión salió a medias por el mal tiempo ("el hombre dispone...") y no porque no me diera el cuero para seguir caminando, así que, aunque posiblemente nunca vuelva a tener la oportunidad de ir a Ambryn, al menos aún puedo seguir planeando otras caminatas. 
Estoy en Port-Vila hasta el martes, que vuelo a Samoa. Hoy, domingo, me he venido a la playa, más otra muestra de voluntarismo que otra cosa: hace demasiado viento y no hace tanto calor. Sin embargo, es un sitio precioso y la gente es muy amable y simpática.
Me ha traído en su mini bus, un taxista que fue campeón local de 150 metros vallas y compitió en campeonatos mundiales por todas partes, incluida Barcelona.
El chiringuito donde he comido está casi vacío, así que el camarero se ha sentado a la mesa al traerme la comida y dado charla durante un rato.
Evidentemente, la primera reacción que tengo al decir que de España vengo es una mención al Mundial. Para bien o para mal.  



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