La abuela de mi amiga Leonor se llama Sofía. Siempre he pensado que Sofía es una mujer inteligente, elegante, conocedora del mundo, capaz de ser cercana y entender los problemas y el dolor de los demás, aunque, en ocasiones, pueda parecer fría y distante. De hecho, siempre me he sentido bienvenido y apreciado en su casa, que ha sabido convertir en la casa de todos. Porque, de alguna manera, se podría decir que Sofía, junto con su marido, reina sobre una familia grande y caótica, compleja y contradictoria, que refleja todos los cambios que España y la sociedad española han vivido en los últimos 30 años.
En definitiva, digamos que Sofía siempre me ha caído bien e, incluso, en algunas ocasiones la he admirado. Como aquella vez que mi amiga Leonor me mostró las fotos de un viaje que hicieron sus abuelos a no sé qué país árabe, durante el cual, su abuela se negó a cubrirse el pelo y el rostro y a llevar faldas hasta los tobillos.
Sin embargo, hace poco pasó algo. Acompañé a Leonor a buscar unas cosas a casa de sus abuelos. Mientras la esperaba en el salón, aparecieron Sofía y una amiga suya, que creo que se llamaba Pilar. Nos pusimos a hablar. No sé muy bien por qué, tal vez porque esa señora, Pilar, que tenía pinta como de ser del Opus, no paraba de hacer preguntas inconvenientes, pero terminé por escuchar de boca de Sofía cosas que hubiese preferido no escuchar -y que no voy a repetir-, que me hacen pensar que es una señora más intolerante y con menos comprensión del mundo de lo que yo me imaginaba. Claro está que todos tenemos derecho a tener nuestras opiniones y a equivocarnos -sólo el Papa, sentado en la cátedra de San Pedro e iluminado por el Espíritu Santo, es infalible- y todos tenemos derecho a expresarnos, pero eso no significa que los demás estén obligados ni a oírnos, ni a escucharnos.
En el caso de Sofía, yo hubiese preferido seguir viéndola como una figura matriarcal, cálida, justa y algo severa, con una curiosa mezcla de toques mediterráneos, como si viniera de Grecia, y toques noreuropeos, como si viniera de Dinamarca. Además, conociendo lo compleja y variada que es la gran familia de Sofía, creo que hubiese sido mejor mantener una posición más neutral, capaz de incluir a todos, más allá de nuestras diferencias.
En el fondo, siento que Sofía me ha fallado. Seguiré yendo a su casa y, estoy seguro, seguiremos teniendo una relación cordial y de respeto, pero ya no me sentiré del todo bienvenido. Es una lástima, porque, hasta ahora, exagerando un poco, se podía decir que yo era "sofiísta".
En definitiva, digamos que Sofía siempre me ha caído bien e, incluso, en algunas ocasiones la he admirado. Como aquella vez que mi amiga Leonor me mostró las fotos de un viaje que hicieron sus abuelos a no sé qué país árabe, durante el cual, su abuela se negó a cubrirse el pelo y el rostro y a llevar faldas hasta los tobillos.
Sin embargo, hace poco pasó algo. Acompañé a Leonor a buscar unas cosas a casa de sus abuelos. Mientras la esperaba en el salón, aparecieron Sofía y una amiga suya, que creo que se llamaba Pilar. Nos pusimos a hablar. No sé muy bien por qué, tal vez porque esa señora, Pilar, que tenía pinta como de ser del Opus, no paraba de hacer preguntas inconvenientes, pero terminé por escuchar de boca de Sofía cosas que hubiese preferido no escuchar -y que no voy a repetir-, que me hacen pensar que es una señora más intolerante y con menos comprensión del mundo de lo que yo me imaginaba. Claro está que todos tenemos derecho a tener nuestras opiniones y a equivocarnos -sólo el Papa, sentado en la cátedra de San Pedro e iluminado por el Espíritu Santo, es infalible- y todos tenemos derecho a expresarnos, pero eso no significa que los demás estén obligados ni a oírnos, ni a escucharnos.
En el caso de Sofía, yo hubiese preferido seguir viéndola como una figura matriarcal, cálida, justa y algo severa, con una curiosa mezcla de toques mediterráneos, como si viniera de Grecia, y toques noreuropeos, como si viniera de Dinamarca. Además, conociendo lo compleja y variada que es la gran familia de Sofía, creo que hubiese sido mejor mantener una posición más neutral, capaz de incluir a todos, más allá de nuestras diferencias.
En el fondo, siento que Sofía me ha fallado. Seguiré yendo a su casa y, estoy seguro, seguiremos teniendo una relación cordial y de respeto, pero ya no me sentiré del todo bienvenido. Es una lástima, porque, hasta ahora, exagerando un poco, se podía decir que yo era "sofiísta".
3 comentarios:
No puedo estar más de acuerdo. Yo quiero seguir siendo sofiísta pero se me ha roto el cordón umbilical con su familia. Y me da mucha pena, la verdad. Menos mal que Leonor está en buenas manos. Las nuestras, que para algo somos amigos suyos.
De verdad, me encanta lo que has escrito. ¿Se lo mandamos a Elvira Lindo?
¡Qué cosas tienes!
Gracias, me alegro de que te guste.
A mi también se me ha roto algo, hay un antes y un después. Al final resulta que no es mas que una señorona acomodada sin tanto mundo como el que debería tener después de tanto viaje (subvencionado y no). Ya no te quiero, desconfía de Sofía!
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